La mañana del primero de mayo, Alexandre Benalla abandonó su puesto como "responsable de misión" en el Elíseo y se dirigió a las manifestaciones obreras que, como marca la tradición, desfilarían por París a lo largo del día. Obtuvo un casco, se acopló a los dispositivos policiales y comenzó a reprimir manifestantes, ya fuera agarrándolos por el cuello y arrastrándolos por el suelo o propinándoles toda clase de golpes. Al día siguiente volvió a su trabajo con total normalidad.
Sus inmediatos superiores, miembros del equipo de Emmanuel Macron, presidente de Francia, se enteraron de lo ocurrido y le suspendieron de empleo y sueldo por quince días.
El escándalo. Tres meses después, Alexandre Benalla es el principal escándalo político del siempre escandalizado país francés, y la mayor crisis en la aún breve presidencia de Emmanuel Macron. Una investigación de Le Monde y la difusión de un vídeo en el que se aprecian los actos violentos de Benalla han puesto la luz sobre el presidente galo, abriendo una investigación por parte de la Fiscalía de París y provocando la airada reacción de todos los grupos políticos del Senado.
El problema. Dos problemas acechan a Macron: primero, Benalla había sido un próximo colaborador durante su campaña electoral, hasta el punto de dirigir los dispositivos de seguridad de sus actos públicos. Se le ha visto en numerosas fotos acompañando al presidente. Segundo, la reacción del Elíseo (la residencia del gobierno francés) ha sido oscura, lenta, tardía y, a esta hora del día, tramposa. Macron prometió hacer política de otro modo. Benalla le enmienda la plana.
Su imagen. Los Republicanos han sacado tajada del escándalo recordando otro célebre episodio de Macron, un político de carácter personalista y con una evidente proyección mediática. Se trata del sermón paternal que el presidente dedicó a un chaval francés cuando este osó dirigirse a él como "Manu". La imagen estirada de Macron, reprendiendo una formalidad absurda en plena calle, choca ahora con su laxitud para con sus propios empleados, cuyos actos ilegales se ven sin castigo.
El crimen. Las repercusiones también son legales. La implicación de la Fiscalía obedece a la suplantación de identidad de las fuerzas de seguridad del estado y a su implicación en un dispositivo de seguridad en el que jamás debería haber participado. La utilización de material policial (casco, insignias) ha provocado que el alto mando de la Policía parisina inicie a su vez otra investigación. Macron ha reaccionado muy tarde y Benalla aún no ha sido despedido de forma fulminante.
La crisis. Es probable que suceda en los próximos días, pero el daño está hecho: la oposición acusa a Macron de creerse por encima del bien y del mal al obviar hechos tan próximos a su gabinete, y de no aplicar sus dignos principios reformistas y ejemplares a sus propios trabajadores. La crisis llega, además, en un momento delicado para Macron, asediado por numerosas huelgas (la más célebre ahora mismo, la de los controladores aéreos) y con su imagen pública muy discutida.
Una tormenta perfecta mediática para poner fin a la resaca del Mundial de Fútbol.
Imagen: Patrick Bernard/Bestimage
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