Todos podemos recordar dos, tres, cuatro profesores brillantes a lo largo de nuestra vida académica que nos inculcaron amor por determinadas materias. Si te ocurrió como a mí, has tenido grandes maestros tanto en el colegio, con 25 compañeros de aula, como en la carrera, donde a veces nos apiñábamos 120 estudiantes de periodismo para una misma asignatura. Esto parece ir en contra del clásico lugar común de la educación: a menos alumnos, mejor será la atención y la formación.
Mejor docente, mejores resultados: es la idea que empezó a coger fuerza sobre todo a partir de un estudio de la OCDE de 2016 en base a los resultados PISA de los niños de 15 años. Según sus análisis comparando muy distintos sistemas educativos del mundo, la capacidad del alumnado no está tan relacionada con el tamaño de la clase como con la calidad de los docentes del país. Lituania e Italia, con 19 alumnos por clase de media, están por debajo de la media de clasificaciones. Singapur, con 35 alumnos y el sistema más abarrotado, copa el top de la excelencia educativa a nivel mundial.
El paradigma Singapur: en nuestros países uno de cada diez alumnos tiene el máximo nivel de desempeño en ciencias. En Singapur, y para ciencias, es uno de cada cuatro. Matemáticas y lengua tampoco se les quedan muy atrás. Despuntan en todo, y lo hacen tanto los mejores alumnos como los más mediocres: en este país la distancia de nivel entre los niños más y menos dotados es de las menos extremas del mundo.
Nuestro mejor recurso, las personas: así defendía el primer ministro del país, Lee Kuan Yew, la enorme inversión nacional en docentes. Para empezar, porque es una de las profesiones más exigentes: sólo pueden optar a entrar aspirantes escogidos de entre el tercio de notas más altas de la escuela secundaria. Son de las profesiones mejor pagadas, más que ingenieros y abogados. Y además viven un reciclaje continuo, con 100 horas anuales de nuevos modos pedagógicos y una alta rotación entre centros. No sólo se preocupan de que cuando entren sean buenos, sino que también investiguen continuamente mejores formas de educar a los demás.
El último clavo al mito de la atención personalizada: lo aportó un macroestudio de Campbell Collaboration analizando los resultados de cientos de pruebas sobre el rendimiento estudiantil y tamaño de clase. Sólo pudieron demostrar una correlación “significativa” entre menor tamaño de aula y mejora de comprensión lectora y nula en ciencia o matemáticas.
Dividir por niveles para mejorarlos a todos. La fórmula ganadora de otro importante estudio del Thomas B. Fordham Institute es una que requiere de la segregación de los alumnos: si pones a los profesores más efectivos con los chicos más aventajados en clases abarrotadas, puedes poner a los profesores mediocres en aulas con menos alumnos. Los alumnos aventajados ganarían el equivalente a 2.5 semanas de clase al año y los alumnos rezagados también mejorarían en comprensión lectora gracias a unas clases que van a su ritmo.
Singapur también segrega a los alumnos para cumplir esto, aunque da la oportunidad de hacer pruebas cada ciertos años para mover a los alumnos de categoría en caso necesario.
La inteligencia no lo es todo: desde luego las capacidades intelectuales de los futuros ciudadanos son fundamentales, pero también su felicidad. El modelo Singapur es uno de los que más estresa a los jóvenes, con unos de los mayores índices de estrés y depresión juvenil entre los países del informe PISA. Como denuncian algunos, la competitividad es brutal, y muchas veces deja a alumnos agotados que pierden en creatividad. Otro posible ejemplo a seguir, Finlandia.
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