“Cuando tenía entre 12 y 14 años mi papá se solía frotar contra mí”. "Tenía 5 años y en una noche mi tío destruyó mi confianza y enturbió el curso de mi vida". "Tenía 9 años y se llamaba Khalid Meliane, era mi padre". “Tenía 4, 5, 6 años… Ni siquiera me acuerdo de cuándo empezó”.
En menos de 48 horas el Twitter francés ha visto una cascada de más de 77.000 mensajes bajo un mismo y triste hashtag: #MeTooInceste. Así abren camino las feministas en su país para romper el histórico silencio de un tema tabú tanto en su sociedad como en muchas otras.
Los antecedentes. Son tres, con una importancia progresivamente creciente. Hace un año y medio la popular actriz gala Adele Haenel declaró en una revista que había recibido abusos del director Christophe Ruggia en el set de Los diablos cuando ella tenía 12 años, en 2002 (la denuncia formal de Haenel está ahora pendiente de resolución). Poco después vino la publicación de Consent por parte de la escritora Vanessa Springora. En su libro contó su relación teniendo ella 14 años con el escritor Gabriel Matzneff, entonces de 50. Y más grave aún, cómo esa relación de naturaleza abusiva (el consentimiento de esta chica, por su edad, no era válido), se vivía con la connivencia de todos los intelectuales del mundillo de París, que no arqueaban ni una ceja al verlos acudir juntos a actos públicos.
Consent avivó el ya caído movimiento MeToo en Francia, reactivando hashtags como #BalanceTonPorc (#DelataATuCerdo), pero la gran explosión ha venido de la mano de la promoción del libro de próximo estreno La familia grande, donde la jurista Camille Kouchner, hija de un exministro socialista y una mujer icono del activismo de izquierdas, cuenta que su padrastro, Olivier Duhamel, otra figura importante en la intelectualidad francesa, abusó durante años de su hermano gemelo desde que él cumplió los 13 años. El texto ha provocado un maremoto que ha comenzado con la pérdida de toda actividad pública de Duhamel, entre otras la presidencia de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas que controla la prestigiosa escuela Sciences Po y que, según El País, es de donde salen buena parte de los dirigentes e intelectuales de Francia. Pero la cosa va a ir más allá porque está salpicando a algunos miembros del actual Gobierno y a altos cargos del funcionariado que eran amigos del politólogo.
Omertá. Así define Kouchner la realidad de los abusos por incesto, omnipresente y enquistada en las costumbres domésticas, aunque no se hable en público jamás de ello. Un trauma que es doble o triple: por un lado muchas de sus víctimas no saben lo que les está ocurriendo, y por el otro, cuando quieren hablar, son los propios miembros de la familia los que quieren que los niños callen dejando que los trapos sucios se laven en casa o incluso culpando de los actos a los propios chiquillos. Es lo que, según denuncia en su prosa Kouchner (por hechos que no han sido juzgados pero que van a serlo), le pasó a su hermano cuando su madre apoyó al que por entonces era su marido.
¿De cuánta gente estamos hablando? Los testimonios recogidos en Twitter, con toda la falta de rigor propia de mensajes lanzados en redes sociales, son en algunos casos escalofriantes. Se mezclan los testimonios de cuentas anónimas con denuncias a personas con nombre y apellidos de usuarios verificados. Casos de hermanos o primas que pasan años forzando sexualmente a con los que comparten cama, aunque sobre todo, tíos, padres, padrastros y “amigos de la familia” que toquetean a niños y niñas. Según un reciente sondeo de Ipsos, 6.7 millones de personas en Francia, un 10% de la población, tanto hombres como mujeres, declaran haber sido víctimas de incesto en algún momento durante su infancia.
¿La ley que vendrá? Para los franceses es el momento de levantar el velo. En marzo de 2020 varios altos cargos eclesiásticos dimitieron en tanda tras las resoluciones judiciales (primero condenatorias, después absolutorias) del último escándalo de corrupción de menores por parte de la institución en Lyon en los años 80. El secretario de Estado para la Infancia y la Familia, Adrien Taquet, felicitó a las supuestas víctimas por dar un paso adelante ayer en Twitter. Precisamente él había puesto en marcha un mes atrás una “comisión independiente sobre el incesto y la violencia sexual sufrida durante la infancia". Además, aunque en 2018 la ministra de Ciudadanía ya amplió de 30 a 45 los años que pueden pasar (a partir de que la víctima denunciante cumple 18 años) para que no prescriban los delitos sexuales, el propio Ministerio del Interior ha subrayado en mitad de la vorágine internauta que “prescritos o no, todas las violencias sexuales pueden y deben ser denunciadas”, con lo que se esperan aún más medidas legales.
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