México debía mucho dinero a España, Francia e Inglaterra. Napoleón III decidió solucionarlo de forma calamitosa

La historia de una deuda galopante y una batalla que terminó con sorpresa

Hubo un momento en la historia extremadamente tenso. Ocurrió una mañana en Londres, cuando se reunieron los altos mandos de Francia, España y Reino Unido. Estaban, entre otros, la Reina de España y el Emperador de los franceses. Aquel día debían definir qué demonios hacer con una deuda que se había alargado demasiado tiempo. La pregunta: ¿cómo obtener el reembolso de los préstamos a México? La respuesta, por desgracia, no pudo ser tan corta.

Una deuda kilométrica. Una vez obtenida su independencia en 1821, México atravesó décadas de inestabilidad política, guerras internas y conflictos internacionales que dejaron al país en una situación económica bastante crítica. Durante este tiempo, acumuló grandes deudas con casi todas las potencias extranjeras de la época, pero especialmente con Inglaterra, España y Francia. Fue tal la situación, que para financiarse el país emitió bonos y solicitó préstamos a bancos y gobiernos extranjeros.

Aquí damos un salto en el tiempo hasta la mitad del siglo XIX. Si en el pasado la deuda preocupaba, la situación financiera de México ahora era insostenible, con una gran parte de los ingresos del país destinada directamente al pago de intereses de su deuda externa. ¿La razón? Nunca es fácil saldar una deuda económica entre países, pero los gobiernos que sucedieron tras la independencia no habían manejado de la mejor forma la acuciada economía de la nación, y la guerra con Estados Unidos entre 1846 y 1848, que resultó en la pérdida de gran parte del territorio mexicano, exacerbó la galopante crisis económica.

La moratoria. Año 1858. Llega a la presidencia de México Benito Juárez, liberal reformista, tras la denominada como Guerra de Reforma (1858-1860), un conflicto entre liberales y conservadores que debilitó aún más al país. En este punto de la historia, Juárez tomó una decisión que se antoja histórica: no dar vueltas en torno al problema y enfrentarse directamente a la aplastante deuda externa.

Así, el 17 de julio de 1861, el ahora presidente decretó una moratoria de dos años en el pago de la deuda externa. Dicho de otra forma: se suspendían temporalmente todos los pagos a los acreedores extranjeros, y hablamos de una lista donde se incluía a Inglaterra, España y Francia. Lo cierto es que aquella medida no necesitaba mucha deliberación, estaba cantada debido a la falta de recursos del gobierno mexicano y la urgencia de invertir en la reconstrucción del país después de años de guerra civil.

Por supuesto, faltaba saber cómo se lo tomarían los tres países que esperaban con ansia conocer el rumbo que iba a tomar Juárez. La moratoria no sentó nada bien.

La Convención de Londres. Y aquí volvemos al inicio. Aquella mañana en Londres se iba a decidir el destino de México. Ante la moratoria, Inglaterra, Francia y España se unieron para proteger sus intereses y garantizar el pago de la deuda. ¿Cómo? En octubre de 1861, firmaron la hoy histórica Convención de Londres, un acuerdo a tres bandas que establecía una intervención conjunta en México para exigir a las buenas o "a las malas" el pago de la deuda.

Ocurre que el objetivo inicial de esta alianza era simplemente presionar a México para que reanudara los pagos, y en realidad nadie planteó derrocar al gobierno de Juárez. De esta forma, los libros de historia nos llevan hasta las costas de Veracruz en el mes de diciembre de 1861 y principios de 1862, enclave donde las tres potencias enviaron fuerzas expedicionarias.

Nos vamos. Si hacemos caso a los relatos, lo que ocurrió a los pocos días fue una “espantada” en toda regla. Aunque inicialmente las tres potencias actuaban juntas, pronto surgieron diferencias. ¿La razón? Inglaterra y España estaban interesados ​​principalmente en cobrar sus deudas y proteger los intereses de sus ciudadanos residentes en México. De hecho, ambas naciones comenzaron a negociar con el gobierno de Juárez para llegar a un acuerdo.

Para el mes de abril de 1862, y tras negociaciones con el gobierno mexicano, ambas naciones deciden retirar sus tropas. Ni los británicos ni los españoles veían claro ir “más allá”, no querían involucrarse en una intervención más profunda, principalmente porque no tenían intereses coloniales en México y temían que el conflicto se prolongara.

Sin embargo, Francia, bajo el liderazgo de Napoleón III, tenía un plan diferente.

El intento de instaurar un imperio. Como decíamos, Francia tenía sus propios planes y ambiciones (imperialistas) en México. La idea era que Napoleón III aprovechara la inestabilidad del país para establecer un imperio mexicano que respondiera a los intereses franceses. El plan de Napoleón: derrocar a Juárez e instalar en el trono a Maximiliano de Habsburgo, un archiduque austriaco.

De fondo: no se puede obviar que entre los intereses franceses también estaba la oportunidad de expandir su influencia en América, así como de desafiar la Doctrina Monroe, la misma que Estados Unidos había proclamado en 1823, y que establecía que América del Sur debía permanecer libre de intervención europea. Bajo este caldo de cultivo, ahora sí, empieza una guerra.

Marcha para Puebla: El General Forey al campamento de San Agustín del Palmar

El inicio de la batalla. Francia creía que no había lugar a la duda sobre el resultado de la contienda. Sus fuerzas, mejor equipadas y en mayor número, avanzaron hacia el interior de México con la intención de tomar la capital. Así, el 5 de mayo de 1862, las tropas francesas, bajo el mando del general Charles de Lorencez, se enfrentaron a las fuerzas mexicanas lideradas por el general Ignacio Zaragoza en la ciudad de Puebla.

Sin embargo, ocurrió uno de esos eventos que se recordarán por los siglos de los siglos. Aunque el ejército francés era considerado uno de los más poderosos del mundo por aquellas fechas, el ejército mexicano, compuesto en su mayoría por campesinos mal armados, iba a lograr algo sorprendente.

La batalla de puebla. Como decíamos, el ejército estaba liderado por el general Ignacio Zaragoza. A pesar de contar con un número menor de tropas (y muy poco equipadas), las fuerzas mexicanas aprovecharon las defensas naturales de Puebla, incluyendo los fuertes de Guadalupe y Loreto, ubicados en colinas que dificultaban el avance enemigo.

No solo eso. Se beneficiaron del conocimiento del terreno y la moral elevada de sus soldados. Zaragoza organizó una defensa eficaz, y los franceses, al subestimar las capacidades de los mexicanos, cometieron errores tácticos al intentar asaltar frontalmente los fuertes. Las tropas francesas, bajo el mando del general Charles de Lorencez, sufrieron numerosas bajas y, debido a las inclemencias del tiempo y la resistencia inesperada, fueron obligadas a retirarse.

Reacciones. La Batalla de Puebla no solo fue una victoria militar de enjundia, fue una batalla que acompañó a Napoleón III el resto de sus días por lo que se creía una victoria sencilla. Además, también se convirtió en un símbolo de resistencia y orgullo para México en detrimento de la todopoderosa Francia. Aquella victoria detuvo (temporalmente) el avance de los franceses y dio a los mexicanos un motivo para celebrar.

Consecuencias a la batalla. Aunque el final de lo ocurrido en Puebla quedó para siempre en los anales de la historia, los franceses lograron tomar Ciudad de México en 1863 e instaurar el Segundo Imperio Mexicano bajo el gobierno de Maximiliano de Habsburgo. Sin embargo, fue breve. En 1867, las fuerzas republicanas de Juárez, con el apoyo de Estados Unidos (que tras su Guerra Civil pudo intervenir), derrotaron a los franceses y restauraron la república.

Aquí acaba este periplo de la historia. Un episodio que se inició con una deuda galopante y que marcó la capacidad de México para resistir frente a las potencias extranjeras. Tras recuperar la independencia otra vez en 1867, ahora sí, los hechos constituían un símbolo de su lucha por la soberanía.

Imagen | INAH, William Boone Canovas

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