El 29 de febrero se confirmó en Estados Unidos la primera muerte por Covid-19. Casi dos meses después el recuento de fallecidos asciende a 41.000. Muchos estadounidenses llevan aproximadamente un mes confinados en sus casas, aunque las normas y los plazos difieren enormemente entre estados. Pero desde hace unos días, y con especial incidencia este último fin de semana, miles de ciudadanos han decidido salir a la calle revolviéndose contra las normas que están coartando su libertad de movimiento y limitando su actividad económica en pos de la salud pública.
Texas, Winsonsin, Ohio, California, Minesota, Michigan, Virginia, Indiana, New Hampshire, Nevada, Maryland, Utah… Ciudades y capitales estatales de todas partes han tenido demostraciones de ciudadanos indignados por las prohibiciones para salir a la calle y el cierre forzoso de algunos empleos e industrias. “Cerrar los negocios creando unos ganadores y unos perdedores en función de si son considerados esenciales es una violación de la constitución federal y estatal” dijo un ingeniero y organización de la marcha del pasado sábado en Bremerton, Washington. Aquí otro ciudadano clama por la "recuperación" de sus derechos esenciales.
En algunos sitios las manifestaciones han sido mayormente pacíficas, como en Washington o en Winsconsin.
Todas las protestas están caracterizadas por una fuerte presencia de simbología republicana y trumpista, así como banderas confederadas y armas.
Otra de las características más significativas de las protestas es la adhesión o no de los participantes a las recomendaciones de protección sanitaria. Muchos no dudan en saltarse las directrices que prohíben la asociación de varias personas, que piden que se dejen dos metros de distancia o que recomiendan no tocar a otras personas, lo que convierte su desobediencia en, técnicamente, una revuelta popular contra los gobiernos locales y federales. Muchos no llevan guantes o mascarilla. Aquí en California los manifestantes piden que se reabran las playas de Huntington y Encinitas.
Aunque los cánticos más habituales hacen referencia a la liberación de las restricciones laborales. "Dejadnos trabajar", claman en Texas en una concentración en la que también se cuelan mensajes antivacunas.
Entre los carteles más compartidos estos días en redes sociales han estado los siguientes: "quiero cortarme el pelo" (que es una de las demandas más repetidas en concentraciones de todos los rincones), "distanciamiento social = comunismo" y "mi cuerpo mi elección".
Aquí unos indignados piden la destitución de Anthony Fauci, el director del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos que asesora al Gobierno de Trump. Curiosamente, y a pesar de esta demostración, lo cierto es que la mayoría de norteamericanos cree en mayor medida a Fauci y a la CDC y respalda sus decisiones con respecto al coronavirus que frente a las posturas del presidente.
A Austin, Texas, llegó Alex Jones, referente mediático de la extrema derecha baneado por distintas redes sociales y denunciado en algunas ocasiones por propagar fake news. Entre las ideas defendidas por Jones está que el coronavirus es un bulo mediático, el timo de 2020.
Al apearse del vehículo y entrar en la manifestación el comunicador dio la mano a varios asistentes.
Otra foto, la de Joshua Bickel en una pequeña manifestación en Ohio que exigía la reapertura de comercios, ha sido tildada de representación perfecta de una película de zombies.
En Denver empleados sanitarios han intentado bloquear las manifestaciones automovilísticas.
Michigan ha sido uno de los epicentros de las críticas y manifestaciones, también por su contexto político. En la ciudad varios ciudadanos han utilizado sus vehículos durante varios minutos para crear atascos ficticios y bloquear el paso de ambulancias a los hospitales.
"No puedo hacer mi trabajo, no puedo ayudar a nadie", protesta un sanitario ante el bloqueo de tráfico de los manifestantes que le impedían ir al hospital. La gobernadora demócrata Gretchen Whitmer ha decretado uno de los confinamientos más restrictivos de todo el país, como no poder ir a la segunda residencia o reunirse con conocidos, y las protestas han sido organizaciones vinculadas a la actual Secretaria de Educación de Trump.
Michigan es al mismo tiempo uno de los estados con más casos de coronavirus confirmados y un mayor número de muertos y también un estado esencial tanto para el partido demócrata como para el republicano de cara a las próximas elecciones presidenciales de finales de año. Mientras el ratio de aprobación de Whitmer, que se postula a mano derecha de Biden, es de los más altos entre los gobernadores, Trump obtuvo la primera victoria regional republicana en este estado en las presidenciales de las últimas dos décadas.
También estos días se ha visto cómo el presidente ha alentado estas acciones de personas que infringen las normas municipales y federales. “¡Liberad Michigan!”, “Liberad Minnesota!”, “¡Liberad Virginia!” (en todos los casos con gobernadores demócratas), ha tuiteado el presidente estos días.
En Michigan, como en muchas otras zonas del país, el grado de afectación de la pandemia es mucho más alto en los núcleos urbanos mientras que las zonas rurales, con un voto más conservador, se están librando del mismo. El impacto laboral en el interior es así doblemente doloroso: por un lado parece más injustificada la restricción de la actividad al no sentir en sus propias carnes el peligro del virus, y por el otro se concentran en estas áreas muchas más pequeñas y medianas empresas, presas más fáciles de la debacle económica.
Según las estadísticas oficiales un 14% de la población activa del país, 22 millones de norteamericanos, han perdido su trabajo desde mediados de marzo. Aunque el Congreso lanzó un paquete de medidas para los parados, las víctimas de la crisis no están pudiendo acceder a esas subvenciones bien por un retraso en el envío de los cheques bien porque la infraestructura de las oficinas de desempleo de muchas regiones estaban ya infradotadas antes de la pandemia. La gente puede llamar y llamar y no ser capaces de conseguir cumplimentar la solicitud por falta de atención telefónica.
Pese a estas llamativas escenas de la desesperación nacional, por el momento son sólo eventos excepcionales sin gran relevancia política. Según una encuesta de Pew Reserach un 66% de los ciudadanos está más preocupado por si el confinamiento se va a levantar demasiado rápido frente a un 33% al que le preocupa que esté siendo demasiado largo.
La segregación por votos presenta también malas noticias para la administración Trump: aunque es cierto que un 80% de los demócratas defienden las medidas restrictivas de actividad y movimiento, un 51% de los republicanos también cree que la cuarentena funciona. Uno de cada dos votantes de Trump, pues, no aprueba la urgencia de su presidente por terminar con los "lockdowns" y reabrir la economía a expensas de una mayor crisis sanitaria. La escena que ya se vio en los periódicos de Bergamo, epicentro de la pandemia en Italia, también se está viviendo en las páginas de The Boston Globe: 15 páginas de obituarios en un solo día.
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