La soledad es un problema oculto pero serio de las ciudades por todo el mundo y la soledad urbana está relacionada con la movilidad de la población, con el descenso de la participación en los barrios y con el aumento de las viviendas de una sola persona. Todo esto pone en riesgo la viabilidad de nuestras ciudades porque perjudica las redes sociales de las que dependen.
Una solución a estos problemas estaría en los "terceros lugares": espacios públicos o comerciales para darle a la gente de los barrios oportunidades para interactuar con otras personas en zonas neutrales.
Los terceros lugares es un concepto concebido por Ray Oldenburg para diferenciarlos del primer lugar (el lugar privado o la casa) y del segundo lugar (los espacios donde la gente suele pasar una cantidad significativa de su tiempo, ya sea el colegio, la universidad o el lugar de trabajo).
Entre los ejemplos más comunes de terceros lugares en las ciudades se incluyen los jardines comunales, las bibliotecas, las piscinas municipales, las cafeterías, los centros para la tercera edad, los mercados y los parques para perros.
Los investigadores del Instituto Australiano de Investigación Urbana estudian si estos "terceros lugares" pueden reducir la soledad urbana. En este artículo vamos a describir y analizar algunos de los puntos de esta investigación.
¿Cómo pueden reducir la soledad los terceros lugares?
Cada vez sabemos más de los efectos negativos y de los costes relacionados con la soledad, entre los que se incluyen comunidades fragmentadas, falta de confianza, estrés, depresión y enfermedades. Obviamente ninguno de estos efectos es deseable o sostenible.
Hace más de un siglo, el sociólogo George Simmel observó cómo la movilidad entre ciudades alteraba los vínculos sociales y creaba aislamiento. Los inmigrantes urbanos solían dejar atrás sus lazos sociales y muchas veces tenían dificultades a la hora de conectar con sus nuevas comunidades, algo que era todo un reto tanto para el inmigrante como para sus nuevos vecinos.
Los terceros lugares pueden ayudar creando o mejorando un sentimiento de comunidad a nivel más cercano y humano: un respiro de la abrumadora experiencia sensorial que supone una ciudad grande y desconocida. La sensación de pueblo de los terceros lugares puede reducir la ansiedad de las personas y hacer que se sientan más cómodas a la hora de probar una nueva experiencia social.
Las interacciones en los terceros lugares incitan a mantener conversaciones en un ambiente acogedor y los vecinos que suelen frecuentar estos lugares ayudan a que así sea.
En los terceros lugares, la gente puede ir y venir sin ningún tipo de obligación y no importa quién sea la persona o de dónde venga, puesto que estos lugares normalmente están diseñados para ser accesibles, serviciales y acogedores para personas de cualquier edad que se puedan sentir cómodas y con ganas de conversar.
Los terceros lugares reúnen a la gente en espacios comunes y estos lugares son más importantes que la historia personal de cada uno, algo que puede reducir la sensación de recelo ante la gente que no conocemos y crear vínculos sociales. Los terceros lugares pueden generar comunidades más resistentes y mejor conectadas, creando capital social y reduciendo la soledad.
Creando terceros lugares de calidad
Hay pasos que podemos seguir para diseñar y proteger los terceros lugares. Las consejerías locales y los planificadores urbanos tienen un papel importante, sobre todo si tenemos cuenta en su poder de decisión sobre el uso de los espacios.
Puede que lo más importante sea entender el valor del capital social que ofrecen los terceros lugares de calidad. Una vez que los planificadores comprenden el valor de los terceros lugares, pueden trabajar de forma activa para mejorarlos.
Un factor importante es que sean transitables porque los terceros lugares fomentan la familiaridad a través de las interacciones espontáneas entre los vecinos, ya sean personas que llevan mucho tiempo la comunidad o nuevas caras. Lo ideal sería que las personas pudieran crear vínculos sociales en sus barrios y que no tengan que depender del coche para poder utilizar uno de estos lugares.
Se pueden diseñar espacios para los terceros lugares en los barrios y en las zonas urbanas. En los parque se pueden establecer instalaciones públicas como aparatos de gimnasia al aire libre, zonas para perros o pistas de patinaje. También se pueden crear zonas específicas para puestos de mercado.
El principal objetivo de los terceros lugares es animar a las personas locales a que interactúen entre sí. Si la gente dispone de este tipo de instalaciones y actividades hace que las interacciones tengan un propósito y los vecinos tienen excusas para entablar conversaciones.
Los gobiernos locales pueden apoyar las actividades que organizan los vecinos, ya sean huertas comunales o asociaciones de la tercera edad. También pueden ofrecer actividades como clases de Tai Chi.
Proteger los terceros lugares ya existentes es tan importante como crear nuevos terceros lugares. Por ejemplo, un ayuntamiento puede caer en la tentación de permitir la edificación en un espacio que había estado reservado para huertas vecinales. Probablemente haya buenas razones para hacerlo, pero también hay que considerar la pérdida de capital social y el riesgo de aumentar el aislamiento social entre vecinos.
Valorando y promocionando los terceros lugares
Vivimos en una era en la que cada vez hay más movilidad urbana que nunca y muchos hemos sido alguna vez forasteros en una nueva ciudad. A nadie le gusta la soledad, pero es una característica cada vez más común de esta movilidad urbana y los terceros lugares ofrecen un modelo útil y demostrado para reducir la soledad mejorando las comunidades de los barrios.
Pero sigue habiendo muchos vecinos que ven estos espacios y que no los utilizan. En este sentido, puede que el mayor obstáculo sea nuestra capacidad de voluntad para sacar tiempo y participar en los terceros lugares. Sin duda, aquellas personas que lo hagan se beneficiarán de no estar solas.
*Autores: Tony Matthews y Joanne Dolley, profesor de Planificación Urbana y Ambiental por la Universidad Griffith y doctoranda por la Universidad Griffith respectivamente.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.*
Traducido por Silvestre Urbón.