Una versión anterior de este post se publicó en 2017.
El Imperio Romano se extendió a lo largo de varios siglos, dejando a su paso todo un reguero de herencias culturales. Su impronta histórica es tan relevante que a día de hoy, casi dos milenios después de su pico como civilización, continúa siendo objeto de discusiones y maravillosos debates. Fruto todos ellos de apasionados que los acometen con altruismo.
Algunos de estos admirables obsesos se reúnen periódicamente en el podcast Totalus Rankium, cuyo objeto no es otro que "rankear" en función de diversos parámetros a todos los emperadores de Roma. El Imperio, recordemos, llegó a Roma tras el asesinato de Julio César, y su primer prócer mayor fue Augusto. Desde entonces y hasta su caída, fueron numerosos los hombres (siempre hombres) que ocuparon el máximo poder imperial. La sucesión quedaba marcada por la muerte del anterior.
Totalus Rankium analiza aspectos tan interesantes como la fuerza, la inteligencia, su apariencia, su grado de locura (bastante alto en algunos casos: un imperio de carácter quasi-vitalicio no pasa varios siglos sin que algún desequilibrado llegue al poder) o sus logros. Y de forma paralela, ha hecho algo que apreciamos mucho en esta publicación: un mapa. O dos, en concreto. El primero ilustra dónde nacieron todos nuestros emperadores, y el segundo dónde murieron (y las causas de sus muertes).
El proyecto es interesante porque ilustra de forma amena la apasionante diversidad de paisajes y escenarios que un emperador romano podía atravesar a lo largo de su vida. Un número nada despreciable de ellos pasaron a la otra vida en lugares tan remotos y subdesarrollados (por aquel entonces) como la Britannia, la actual Inglaterra. Otros lo hicieron de viaje. Algunos murieron de forma natural, pero otros tantos, en una época de tantos peligros y riesgos, lo hicieron asesinados, en accidentes o en batallas.
En un imperio tan vasto que requería de tantas alianzas políticas para mantener las fronteras calmadas (Roma no podía pasarse la vida batallando y prosperar económicamente entre tanto), muchos emperadores, como Alejandro Severo, acudieron a los limes a hacer política. Y en sus tejemanejes con los bárbaros germanos, aún no asimilados, perdieron la vida fruto de asesinatos que bebían de conspiraciones internas. La purga y el asesinato fue un método común para librarse de emperadores molestos.
Natural como era la competencia política en Roma, en un espacio donde el carácter monárquico del imperio no quedaba constreñido al gobierno estricto de una sola dinastía, era normal que las intrigas terminaran con la vida de muchos de ellos. Otros simplemente fueron víctimas de sus cuitas civiles en el campo de batalla, como Gordiano, y otros fueron capturados por sus enemigos en la lejana Persia, como Valeriano, y supuestamente torturados y destinados a la esclavitud humillante por el resto de sus días. Apasionantes tiempos.
En fin, como quiera que ambos mapas son ricos en nombres, es más útil investigar por la cuenta de cada uno. Lo interesante, sin embargo, es lo rico de su movilidad, tanto en los nacimientos como en los fallecimientos. Los primeros indican cierta capacidad de las élites romanas para ser diversas en lo geográfico: uno no necesitaba nacer a la sombra de las siete colinas para llegar a lo más alto. Así, nos topamos con emperadores hispanos (cuyo gobierno, por cierto, coincidió con los años dorados de Roma) y con otros a los que hoy bautizaríamos como "serbios" o "búlgaros".
Como es lógico, aquellos eran romanos de pura cepa, hijos a menudo de familias patricias que habían hecho carrera política en campañas exteriores y que, por virtud del entramado administrativo y político del Imperio, podían encontrar un futuro en la ciudad imperial. Sus muertes, decíamos, también hablaban de cierta diversidad y de una actividad inusitada en comparación a los gestores modernos (cuyas muertes siempre son más estáticas y menos románticas, pero también menos brutales y tempranas, que las de los antiguos emperadores).
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