Islandia ha cambiado su perspectiva respecto al papel que juegan las ballenas en su tradición y gastronomía. El relevo generacional y las dificultades comerciales impuestas por Europa en 2014 han conducido a que en 2019 solo un 30% de la población esté a favor del consumo de este tipo de carne, una cifra que en 2003 se situaba alrededor del 70%.
Cero. Este es el número de ballenas capturadas por las principales empresas islandesas dedicadas a esta práctica. En junio de 2019, anunciaron que no saldrían a cazar durante la temporada por primera vez en 17 años, una postura que podría mantenerse en 2020. Según informa The Conversation, los balleneros comienzan a darse cuenta de que la población ni tiene interés en la caza ni en la carne de ballena.
Menos rutas comerciales. Esta ha sido otra de las claves a la hora de hacer realidad el fin de la caza. El pasado 2014, Europa dejó de facilitar el transporte marítimo de la carne de ballena procedente de Islandia a través de sus puertos, una ruta fundamental para llegar a su principal cliente: Japón. Teniendo en cuenta que el consumo de este alimento está descendiendo tanto en el país nipón como en Islandia, el debilitamiento del sector comenzó a ser evidente incluso para los cazadores.
Antecedentes. Los tratados internacionales llevan condenando desde hace décadas la caza de ballenas, pero países como Islandia habían mirado hacia otro lado gracias a la legitimidad que les otorgaba su propio gobierno. Durante los años 80 y dada la moratoria internacional de aquel entonces, se centraron en cazar con "fines investigadores" y, finalmente en los 90, pausaron esta práctica. Sin embargo, en 2002, las principales empresas volvieron a la caza y con ella regresó el comercio de carne tanto dentro como fuera de sus fronteras.
Catalizador. Como consecuencia del relevo generacional de la población y la mayor conciencia que existe en torno al medioambiente y el reino animal, la opinión respecto a esta práctica también comenzó a cambiar en Islandia. Ahora, el 30% de los islandeses se opone al consumo de carne de ballena y otro 30% se declara neutral al respecto. Solamente el tercio restante es proclive a continuar con una tradición culinaria que aglutinaba el consenso del 70% en 2003.
Posturas opuestas. Mientras que Islandia dejó de lado la caza de ballenas en 2019, Japón la retomó ese mismo verano con fines comerciales y tras 30 años de prohibición. A pesar de que el consumo cae en picado desde los años 60, los japoneses insisten en mantener esta tradición por cuestiones culturales. Para hacernos una idea, por aquel entonces, Japón consumía 233.000 toneladas anuales de ballena, una cifra gigantesca si la comparamos con las 3.000 del 2018.
Pero Japón no es el único país que se salta los acuerdos internacionales en pro de la caza de ballenas. Noruega solo respetó la moratoria hasta 1993 y, el pasado 2018, emitió una licencia para permitir la captura de 1.278 ballenas. En comparación, el regreso de Japón fue algo más discreto permitiendo la caza de 250 ejemplares.
Imagen: AP
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