Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos.
La frase, que pudiera parecer psicodélica e increíble a mediados de 2015, cuando el hoy vencedor de las elecciones presidenciales presentó su candidatura, depara un vencedor evidente: Donald Trump. Pero otro que, desde que se iniciara la carrera electoral y el maremoto de encuestas y modelos de predicción electoral, se ha enfrentado a toda clase de críticas. Su nombre es Nate Silver y, ocho años después de su primer gran triunfo predictivo, ha vuelto a ser el hombre más cerca de adivinar el resultado electoral.
La historia de Silver se remonta a sus años al abrigo del New York Times, cuando optó por hacer lo que, hasta enonces, pocos habían aplicado con tanto éxito: utilizar una media ponderada de diversas encuestas nacionales para calcular qué candidato tenía más posibilidades de llegar a la Casa Blanca. Silver predijo con acierto que sería Obama y no John McCain el presidente de que los ciudadanos estadounidenses elegirían en 2008. Y calcó los resultados de todos los estados en 2012. Era un mago de la predicción.
Para 2016, y ya independizado de nuevo del New York Times en FiveThirtyEight, Silver era un alborotador innecesario. ¿Qué había pasado?
Trump.
Silver y el valor de no fallar con una predicción
2016 está siendo un año complicado para los encuestadores de todo el mundo. Primero se equivocaron a la hora de predecir el Brexit. Después predijeron un inexistente sorpasso de Podemos al PSOE en las elecciones generales españolas. Y más tarde marraron de forma clara en el referéndum de paz de Colombia. Para las elecciones estadounidenses, las perspectivas eran más halagüeñas: la inmensa cultura demoscópica del país hacían calcular un acierto general. En favor de Hillary Clinton.
Así lo recogieron, al menos, la mayor parte de los medios de comunicación generalistas. The New York Times, en su agregador de encuestas, daba más de un 80% de posibilidades de victoria a Hillary Clinton. Otros modelos ponían el listón por los cielos, en un 99%. En general, había pocas expectativas de triunfo republicano. Exceptuando Silver, que días antes de las elecciones colocaba a Trump alrededor del 40%.
Esto generó un enconado debate en los medios estadounidenses. Silver tuvo que salir al paso explicando los motivos de su predicción.
Su argumentación rotaba en torno a la alta volatilidad de las encuestas recogidas hasta la fecha. Por un lado, el volumen de indecisos era muy superior al de anteriores elecciones. Como Jorge Galindo y Gonzalo Rivero explicaban esta semana en Politikon, esto podía deberse al alto grado de polarización alcanzado en el debate político estadounidense. No es que los encuestados mintieran, sino que optaban por no responder cuando, en una semana en concreto, a su candidato le había ido mal. Había voto oculto.
Silver aplicaba esta incertidumbre a su modelo, exponiendo un margen de error de unos tres puntos. Pese a que todas las encuestas indicaban una posible victoria de Hillary Clinton, para Nate Silver el margen de error dejaba tres escenarios igualmente plausibles: o una victoria ajustada de Clinton, o una victoria abrumadora de la demócrata, o una victoria muy ajustada de Trump. Dos a uno. Pero uno, al fin y al cabo.
Silver ha sido acusado con frecuencia de elevar por encima de lo esperable las posibilidades de Trump, con el mero objetivo de llamar la atención. Su defensa era simple: el margen de error, además de peliagudo dada la alta volatilidad e incertidumbre de los encuestados, tenía una alta correlación entre estados. O lo que es lo mismo: si un estado se salía de la norma de las encuestas, como Michigan, era muy probable que otros, como Wisconsin o Pennsylvania, también lo hicieran. Decantando el resultado final de forma decisiva.
Es lo que ha terminado sucediendo, vindicando a Silver en su apuesta por Trump. Una apuesta que colocaba al republicano con posibilidades más que reales frente a otros modelos que le relegaban a poco menos que un milagro electoral.
Y la vindicación de Silver es el fracaso de los demás
¿Por qué ha pasado esto? En parte, por la negativa del establishment mediático a aceptar a Trump como un candidato viable.
La victoria de Trump (y el éxito, más moderado en esta ocasión, de Silver) es también la derrota de la prensa estadounidense. Nunca antes los grandes medios de comunicación de masas se habían declarado tan a favor o en contra de un candidato. Desde los late night televisivos con mayor audiencia hasta los periódicos de mayor tirada nacional, Donald Trump ha sido descrito (con acierto) como un xenófobo, como un misógino y como un peligroso populista. Todos han editorializado en su contra. Y todos han perdido.
Medios como The Atlantic, por ejemplo, han decidido mostrar su apoyo público a Hillary Clinton. Es la tercera vez que lo han hecho, tras Abraham Lincoln y Lyndon B. Johnson. El alcance de Trump, sus claras maneras autoritarias, sus comentarios machistas y sus propuestas políticas xenófobas, han movilizado a la prensa como nunca antes.
Stephen Colbert, The New York Times, The Washington Post (en abierta guerra declarada con Trump desde hace meses), Vanity Fair, Vogue. Todos los grandes medios han apostado contra Trump. Y en el camino han perdido no sólo las elecciones presidenciales, sino su capacidad de determinar en la opinión pública. Un candidato con todo el establishment mediático en contra, tanto en televisión como en prensa escrita, ha encontrado su camino hacia los 270 delegados. Y se ha convertido en el más imprevisible de los presidentes del país.
Trump es historia. Una que ha enterrado a la prensa tradicional.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario