Una imagen cautivó a la opinión pública estadounidense a principios del año pasado. En ella, un adolescente ataviado con una gorra de "Make America Great Again", el eslógan electoral de Donald Trump, bloqueaba el paso a un líder indígena norteamericano. Su gesto, tranquilo y ufano, condensaba una posición de poder y una actitud condescendiente transversal al "hombre blanco" estadounidense. La imagen, tomada durante una marcha pro-vida, tornó en viral y capturó la atención del país durante semanas.
Aquel adolescente se llamaba Nicholas Sandmann. Año y medio después ha quedado parcialmente vindicado tras un acuerdo extra-judicial con The Washington Post, a quien acusaba, demanda de $250 millones mediante, de difamarle cuando aún era menor de edad. Sandmann había cerrado otro acuerdo similar con CNN meses atrás. En ambos casos, no hubo resolución judicial. Los medios optaron por atajar la polémica antes de que el juez dictara sentencia, sentencia cuya dirección siempre será una incógnita.
¿Por qué es importante la historia? Porque define a la perfección el actual clima cultural que atraviesa Estados Unidos, y por extensión el mundo entero.
Recapitulemos. El 18 de enero de 2019 Sandmann, un alumno de la escuela católica de Park Hills, en Kentucky, viaja a Washington DC para acudir a la "Marcha por la vida", una manifestación contra el aborto celebrada anualmente frente al Monumento a Lincoln. Durante los compases finales del evento, Sandmann y otros alumnos del centro se enfrentan a uno de los múltiples grupos de activistas que habían acudido a significarse contra la marcha. El grupo en cuestión está encabezado por un líder tribal nativo-americano, Nathan Phillips. Sandmann termina encarado a él.
El vídeo del incidente corrió como la pólvora en redes sociales. En apariencia, Sandmann y sus compañeros estaban bloqueando el paso de Phillips. El joven se planta frente al anciano con pose despectiva, sonriendo levemente. Phillips y su grupo entonan cánticos, cánticos a los que los estudiantes católicos se unen en señal de mofa mientras algunos de ellos despliegan gestos racistas. Este es al menos el relato popularizado en redes y entre opinadores progresistas tras difundirse el vídeo.
Sandmann se convirtió así en el símbolo de la "América de Trump". Un joven cristiano, blanco y rico que dirige una mirada condescendiente y altiva, irrespetuosa desde la sonrisa, a una de las minorías más maltratadas históricamente por Estados Unidos. Se trataba de la plasmación gráfica del privilegio blanco y patriarcal, de la clase dominante del país, depositaria del poder político y económico, un poder obtenido a partir del maltrato y la discriminación de las clases más desfavorecidas.
Como se relata aquí, a los pocos días los medios y los líderes de opinión conservadores se valieron de otros vídeos del incidente para enmendar el relato liberal. Sandmann y sus compañeros no se interponían en el camino de Phillips. Muy al contrario, los jóvenes estaban siendo increpados y hostigados verbalmente por un grupo de "negros hebreos", una singular secta étnico-religiosa que también acudió a manifestarse contra la marcha. Phillips y los otros nativos se interpusieron en el camino de ambos para evitar que las hostilidades escalaran.
Símbolo de un país roto
Sandmann, a ojos de los conservadores, no era sino la enésima víctima de los "guerreros de la justicia social". Un joven anónimo que por el mero hecho de ser blanco y hombre había sido linchado públicamente por los opinadores progresistas. En su historia confluían los tres grandes males de la izquierda estadounidense: el nuevo puritanismo y la precipitación en el juicio en base a líneas raciales o de género; la connivencia de los medios de comunicación, siempre sesgados; y la persecución del hombre blanco y cristiano en los Estados Unidos modernos.
Tan poderoso era el contrarrelato de la derecha que el propio Donald Trump, en su habitual verborrea pública, tuiteó sobre el asunto en varias ocasiones. Sandmann operó así como epicentro de las obsesiones políticas de un país, por aquel entonces, más dividido e inoperante que nunca. Lo que para unos era la prueba indeleble del privilegio blanco, el símbolo de una sociedad siempre trucada en favor de los mismos, para otros era la última víctima de un nuevo macartismo, en esta ocasión propugnado por los sectores más radicalizados de la izquierda identitaria.
Sea como fuere y pese a que los medios publicaron la disparidad de relatos y de opiniones desde un primer momento, la familia de Sandmann optó por llevar el asunto a los tribunales. A su defensa (tanto él como sus amigos esperaban al autobús y se vieron envueltos en una situación tensa y compleja, para cuya resolución trató de mantener la compostura) añadió varias demandas multimillonarias contra algunos medios de comunicación. The Washington Post fue el más señalado.
En un primer momento, la familia acusó al medio de haber "difamado" al menor en al menos 33 piezas publicadas tras el incidente (lo suficientemente intenso a nivel mediático como para obtener su propia entrada en Wikipedia). El juez desestimó la demanda al considerar que los artículos eran "opinión protegida" por la libertad de expresión. Es decir, en ellos se recogía lo que Phillips expresaba: que se sintió "bloqueado" por los jóvenes manifestantes. Pero no se difamaba a Sandmann.
Los abogados de la familia insistieron. Y finalmente, en octubre del año pasado, aceptaba investigar el contenido de tres artículos en los que los redactores hablaban del "bloqueo" a Phillips como un hecho, no tanto como una opinión. Fue el primer éxito del posterior acuerdo, uno cubierto extensamente tanto por The Washington Post como por otros medios de comunicación. Sandmann, un meme y un símbolo en contra de su voluntad, se había revuelto contra la lógica aplastante de la viralidad. Y estaba aplanando el camino para imponerse.
El acuerdo extrajuidicial alcanzado con el periódico, cuyo contenido se desconoce, permite a los sectores conservadores disputar una pequeña victoria cultural a la izquierda. Sandmann, al fin y al cabo, se revolvió contra la "persecución" de los justicieros liberales. Y en el camino consiguió que un medio de comunicación no sólo rectificara, sino que evitara un juicio por difamación acordando algún tipo de compensación.
Naturalmente, esta es una versión de la historia. Gran parte de la polémica surgió de la dificultad de comprender lo que había sucedido a través de fragmentos de vídeo dispersos y en ocasiones contradictorios. ¿Fueron plenamente respetuosos todos los compañeros de Sandmann cuando se enfrentaron a Phillips y al resto de nativo-americanos? ¿Hasta qué punto la confrontación fue premeditada por parte de estos últimos? ¿Qué rol real jugaron los "negros hebreos" en la escena? Sólo tenemos respuestas parciales. A partir de ellas, cada uno elabora su relato.
En todos los casos, la historia de Sandmann y su aparente punto y final sirve como paradigma del debate público en las redes sociales. Sesgos de confirmación esbozados a partir de piezas visuales casi siempre incompletas. En la sonrisa de Sandmann, y en su gorra de MAGA, cada espectador quiso ver lo que sus inclinaciones ideológicas le invitaban a ver. Eso pudo incluir a varios medios de comunicación. Algo que la familia del joven ha sabido explotar con éxito.