Por todos sus aspectos fascinantes (esos trenes milimétricamente puntuales, esa reverencia espiritual por el gato, esa continuidad cultural y familiar a lo largo de los siglos, esa obsesión por la robótica), Japón suma otros tantos inquietantes (una tasa de natalidad desplomada, un acuciante problema de soledad, una generación perdida en lo social y en lo económico, unas expectativas irreales en materia laboral, etcétera). En ocasiones, lo extraño y lo fantasioso se cruzan en el mismo tipo, como aquel hombre que se ofrecía a no hacer nada por 80€ al día.
La historia de hoy también camina a mitad de caballo entre dos mundos, o mejor dicho, entre dos sensibilidades. Como bien sabemos, Japón es uno de los países más poblados del planeta. Pese a que sus perspectivas demográficas son calamitosas, el archipiélago, por el momento, está habitado por unos 120 millones de personas. La abrumadora mayoría de ellas (un 92%) viven en espacios urbanos. Y dado que el país no es muy grande y está plagado de montañas, estos espacios urbanos tienden a ser densos (su urbanismo es fascinante, pero eso para otro día).
Y en la densidad está el conflicto. Resulta que hay un mapa dedicado a identificar todos y cada uno de los puntos del país demasiado ruidosos. Es un problema acuciante, según algunos japoneses. Por más que podamos imaginar la cultura ancestral nipona como un oasis de reposo, meditación y tranquilidad, el día a día de sus ciudades es muy distinto. La Organización Mundial de la Salud considera a Japón uno de los estados más ruidosos del planeta, superando en muchos puntos, estaciones de metro incluidas, los 100 decibelios (cuando no recomienda pasar de 53).
El ajetreo multitudinario con el que asociamos Tokyo se parece más a una jungla vocinglera donde los altavoces públicos emiten avisos y comunicados todo el rato y a volúmenes muy altos que a la quietud pastel de Lost in Translation, con The Jesus and Mary Chain de fondo. En rigor, el Psychocandy quedaría ahogado bajo el torrente de decibelios que a menudo inunda las ciudades japonesas. Esto, un problema en sí mismo agravado por el tráfico y, en fin, porque lugares como Tokyo reúnen a más de 30 millones de habitantes, parece haberse agravado durante la epidemia. ¿Por qué? Un motivo sorprendente: por los niños.
¿Niños? Mejor no
Al parecer, la policía de la ciudad registró un incremento del 30% en el número de quejas y denuncias por exceso de ruido entre los meses de marzo y abril del año pasado. El tráfico se había evaporado de las calles a consecuencia de las restricciones y muchos locales de restauración habían cerrado, pero algo más alteraba el descanso de muchos japoneses: el regreso de los niños a los hogares. Al cerrar los colegios, el ajetreo natural a cualquier niño se traslado a los barrios y vecindarios. Para muchos japoneses se trató de un problema mayúsculo.
Tan es así que acudieron al proyecto colaborativo que llevaba desde 2016 registrando los puntos calientes del ruido en Japón. Del ruido infantil. Se trata de DQN Today, un mapa elaborado por un ingeniero anónimo para identificar aquellos rincones de las ciudades japonesas donde un exceso de ruido pudiera alterar a los vecinos. El mapa, muy preciso, incluye explicaciones sobre la naturaleza del problema y una escala de colores donde se determina hasta qué punto el ruido es insoportable o no. Según su creador, entrevistado aquí por The New York Times, se verifican y comprueban todas las denuncias antes de colgarlas.
DQN Today incluye ya más de 6.000 puntos potencialmente conflictivos. Experimentó un crecimiento alto tras la epidemia. Su objetivo es acabar con los "dorozoku", un término del japonés que aplica a las personas que bloquean la vía pública o causan un problema al resto de la comunidad. El problema, en este caso, serían los niños. Y el bloqueo de la vía pública llegaría mediante el escándalo, el griterío y otros aspectos gravosos para la tranquila existencia del señor japonés medio. ¿Quieres comprar una casa en esta calle? Ten cuidado con los niños.
La historia es tan siniestra como parece, por más que las corrientes de pensamiento más conservadoras de país puedan entrever en la herramienta una forma de lidiar con la pérdida de la deferencia y la buena educación, siempre severa, que hasta hace muy poco había caracterizado a los niños japoneses. No parece casual que un mapa semejante haya nacido en el país más envejecido del planeta, con una población por encima de los 65 años lindante ya en el 30% (y con el mayor porcentaje de centenarios de todo el planeta, sumando año tras año). Japón tiene un problema con sus niños. Hay muy pocos. Y los que hay no son demasiado bienvenidos.
Como se explica aquí, las quejas vecinales por el ruido de los niños se remontan muchos años en el tiempo. Ya en 2013 el volumen de protestas y quejas populares contra las guarderías y otros centros de cuidado infantil se había vuelto tan elevado que políticos como Nobuto Hosaka, alcalde de Setagaya, uno de los municipios más importantes del Gran Tokyo, se mostraban inquietos por un país que no pudiera tolerar el ruido infantil. El gobierno del área metropolitana de la capital tuvo incluso que revisar la ley para excluir como motivo objetivo de protesta a los centros de cuidado infantiles, por más que superaran cierto umbral de decibelios.
Por aquel entonces Hosaka subrayaba la inherente contradicción del asunto: su ciudad necesitaba construir entre 70 y 80 guarderías futuras, pero la movilización vecinal contra sus molestos ruidos era más alta que nunca. Una nación encaminada a la extinción y más necesitada de niños que ninguna otra parecía recelosa a su existencia, a convivir con ellos. Por aquel entonces aún estaba reciente la indemnización económica que un centro de cuidados infantiles tuvo que pagar a una familia a cuenta de sus ruidos (unos 170.000$). Todo esto mientras el gobierno incentivaba e incentiva planes para que sus ciudadanos tengan más hijos.
DQN Today y su popularidad es tan sólo el desarrollo extremo de una dinámica donde un parque de Tokyo, Nishi-Ikebukuro, puede prohibir hasta 45 actividades infantiles por sus molestias asociadas al resto de viandantes.
En última instancia, el mapa representa una variante de la vigilancia ciudadana que no sólo sanciona unilateralmente aspectos de la convivencia subjetivamente censurables, sino que además apunta a un colectivo vulnerable, como es el de los niños. Esta suerte de misofonía se superpone a un desdén hacia los más pequeños significativa de Japón, pero también, en cierto sentido, del camino que han emprendido todas las naciones occidentales (y poco a poco cada vez más envejecidas). ¿Un mapa donde vivir en paz y sin niños? Desde un punto de vista filosófico, es un mapa que ahonda en la condena demográfica de Japón.
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