2023 está siendo un año curioso para el turismo de Ámsterdam. No por la afluencia de turistas o el coste del alojamiento, que ha remontado con fuerza tras el mazazo de la pandemia. Si 2023 está siendo peculiar en el bullente sector hostelero de la capital holandesa es sobre todo por una cuestión de retórica: a diferencia de la mayoría de ciudades, empeñadas en captar cuantos más visitantes mejor, sus autoridades han movido ficha para distanciarse de cierto tipo de turistas.
Lo hicieron en primavera, con una campaña que bajo el eslogan "Stay Away" pretendía alejar a los turistas británicos que aterrizan en la ciudad en busca de sexo, drogas y diversión desaforada. Y lo acaba de hacer ahora con una decisión aún más sorprendente: cerrar su centro a quienes llegan en grandes cruceros.
Cruceros no, gracias. Ámsterdam ya no quiere cruceros en el centro de la ciudad. Y ha decidido blindarse para lograrlo. La semana pasada sus autoridades locales votaron restringir el atraque de grandes buques de pasajeros en la urbe.
Es más, según precisan medios como la cadena BBC, The Guardian o Bloomberg sus planes pasarían incluso por cerrar la terminal central de cruceros. La decisión tiene un calado especial, ya no únicamente por lo que representa para Ámsterdam, sus vecinos y hostelería, sino por el impacto que puede tener en el propio circuito turístico europeo: la capital holandesa no es al fin y al cabo cualquier destino.
¿Es relevante la decisión? Y tanto. Marine Insight sitúa a Ámsterdam en el "Top 10" de los puertos de cruceros de Europa y Cruise Port Amsterdam asegura en su web que desde 2000 ha recibido casi cuatro millones de pasajeros y más de 2.000 embarcaciones. Bloomberg precisa que en conjunto el puerto de la ciudad recibe cientos de "mega buques" cada año y alrededor de 700.000 cruceristas.
Hace unos días la terminal reconocía que la coalición gobernante en Ámsterdam ha reclamado que se prohíba el atraque de cruceros en el centro, pero matizaba que no maneja un calendario. "Puede implicar estudiar una nueva ubicación".
Pero… ¿Cuál es la razón? Los cruceros dejan dinero. Bastante. Aquí, en España, la Junta de Andalucía ha echado cuentas y estima que cada crucerista que hace escala en un puerto de la región se deja de media 40,6 euros al día, gasto que puede elevarse a 200 euros en los puertos base. El problema es que el trasiego de grandes buques tiene una "cara B" menos amable, con un impacto menos deseable y con la que las autoridades de Ámsterdam parecen sentirse más incómodas.
Lo explicaba hace poco y con claridad meridiana Ilana Rooderkekt, líder local de D66, partido progresista y liberal que forma parte de la coalición de gobierno de la urbe junto con el Partido Laborista y GroenLinks: "Los cruceros contaminantes no están en línea con las ambiciones sostenibles de Ámsterdam". La dirigente incluso fue más allá y llegó a tachar la afluencia de viajeros de "plaga de langostas".
Pulución… y algo más. El impacto medioambiental no es el único "pero" que ponen los gobernantes de la ciudad. El trasiego de cruceros sería incompatible con sus planes de construir un nuevo puente entre los distritos sur histórico y Noord y, sobre todo, con su nueva política turística. "Los cruceros en el centro de la ciudad tampoco encajan en la tarea de combatir el turismo de masas", zanja Rooderkekt.
La nueva política llega al fin y al cabo después de la polémica campaña "Stay Away", con la que Ámsterdam ha querido disuadir a los británicos que llegan en busca de sexo y drogas, y de que en febrero las autoridades vetasen el consumo de marihuana en las calles de su Barrio Rojo. La propia alcaldesa de Ámsterdam ha llegado a lamentar que los cruceros sueltan a los turistas por el centro de la ciudad durante solo unas horas, por lo que consumen en cadenas internacionales y ni siquiera pueden disfrutar de los museos que se reparten por la localidad.
Una cuestión de (grandes) cifras. Para entender qué está sucediendo en Ámsterdam, su respuesta al turismo masificado y el giro de timón que acaba de dar en su estrategia con el tráfico de cruceros, viene bien manejar algunas cifras clave. Probablemente la más interesante sea la que refleja la enorme desproporción entre su censo y la afluencia de viajeros. En la ciudad residen alrededor de 920.000 personas, menos, muchas menos, de las que pasan cada año por sus hoteles.
Bloomberg habla de más de un millón de turistas mensuales y a comienzos de año el diario Holland Times deslizaba que, una vez diluido el efecto de la pandemia, las previsiones pasaban por superar los 20 millones de visitantes durante este mismo año, una cifra que superaría incluso a la alcanzada en 2018, antes del COVID-19. Por entonces su alcaldesa calculaba que podría llegar a 29 millones en 2025.
Pasajeros y polución. La referencia de Rooderkekt a "las ambiciones sostenibles" de Ámsterdam tampoco es gratuita. En 2021 un estudio de las universidades de Girona, Exeter y el Instituto de Turismo de Croacia alertaba del impacto "serio, creciente y continuado" que el intenso trasiego de transatlánticos tiene tanto en el medioambiente como en la propia salud de la población.
Sus conclusiones eran rotundas: un buque genera una huella de carbono diaria que supera a la de 12.000 vehículos y un solo crucero de 2.700 pasajeros puede generar una tonelada diaria de basura. Hay estimaciones que apuntan que un gran crucero deja al día los mismos niveles de óxidos de nitrógeno que 30.000 camiones.
¿Es Ámsterdam un caso único? En absoluto. La afluencia de cruceros ha generado tensiones y polémica en otros puntos de Europa. En España, sin ir más lejos, Barcelona ha planteado regular y limitar el trasiego de cruceristas. En 2022 el Ayuntamiento presentó un informe en el que alerta de que hay jornadas en las que recibe más de 20.000 cruceristas, con el consecuente impacto negativo para el comercio local o el transporte, y esta misma primavera volvía a incidir en la necesidad de abordar "el incremento masivo del turismo de cruceros".
De nuevo, ni Ámsterdam y Barcelona están solas. Venecia también tomó medidas en 2021 para blindar su corazón urbano e iniciativas similares, con mayor o menor contundencia, se han adoptado en otros destinos, como Dublín o Santorini.
Imagen de portada: Wessel Blokzijl (Flickr)
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