Adorado desde la Antigüedad por sus tremendas dimensiones, tres metros de largo, setenta kilos de peso, el Dragón de Komodo es uno de los reptiles más fascinantes y afamados del planeta. Ubicado en un pequeño archipiélago al este de Indonesia, su población ha decrecido durante los últimos años. Las autoridades no cuentan más de 3.000, y la especie está catalogada como "vulnerable" por la IUCN. Dada su precaria situación, el gobierno local ha tomado una decisión con pocos precedentes: clausurar la Isla de Komodo a los turistas.
Por qué. Las razones esgrimidas por el gobierno de Nusa Tenggara Oriental, la provincia que alberga el Parque Nacional de Komodo, son conservacionistas. "Tenemos que salvar al dragón de Komodo de la extinción", ha declarado a Reuters el vicepresidente provincial, Josef Nae Soi. Los planes para clausurar parte del archipiélago se remontan a un año atrás, cuando el presidente, Viktor Laiskodat, anunció un ambicioso plan de deshumanización de la isla.
Más de 176.000 personas al año visitan hoy el parque. Eran 4.000 en 2008.
Stop humanos. Porque la idea original era aún más radical que la finalmente implementada. En un extenso reportaje de la BBC, Laiskodat explicó que sus objetivos pasaban por vetar el acceso al "turismo masivo", y también expulsar a las poblaciones locales que llevan milenios habitando la isla. "Se llama la Isla de Komodo, por lo que no es para los humanos. No habrá derechos humanos aquí, sólo derechos animales", declaró triunfante, dejando claras sus prioridades.
Dinero. ¿El motivo? Pese al rimbombante anuncio, las poblaciones de Komodo se han mantenido estables durante el último lustro. Hay unos 1.700 en la isla homónima, la más célebre, pero el resto de los ejemplares se reparten entre cinco islas más pequeñas. Laiskodat no quería acabar con todo el turismo. En su lugar, desea establecer cuotas y derechos de entrada carísimos. Un ticket para visitar a los dragones podría superar los 1.000€, incentivando a visitantes más adinerados.
Hoy las entradas valen 10€. "Si dejáramos entrar a 50.000 personas", explicaba a la televisión británica, "tendríamos 50.000.000 al año".
Poco a poco. Se trata de un proyecto controvertido. Nusa Tenggara es una de las regiones más pobres de Indonesia, y sus habitantes dependen en gran medida del turismo. Si bien es cierto que los turistas son numerosos, sólo visitan el 3% de las tierras habitadas por los reptiles. Su principal amenaza no es tanto la masificación como la desaparición de sus presas (ciervos, por sorprendente que parezca). Una serie de escandalosos robos de dragones en los últimos meses ha reforzado las posiciones de Laiskodat y su gobierno, acelerando el cierre.
Ladrones. En marzo, la policía indonesia arrestó a cinco personas acusadas de traficar ilegalmente con crías de dragones. Se cree que robaron y exportaron con éxito más de cuarenta y cinco durante los meses precedentes. El dragón de Komodo goza de una rara popularidad en el mercado negro, ya sea como mascota exótica o como atracción para zoos privados. El gobierno regional cree que el flujo de turistas hace más accesible la presencia de traficantes.
Al cortar el flujo, aspira a atajar el problema.
Exotismo. En la decisión de Laiskodat pesan más las razones económicas que las conservacionistas. Hace un año declaraba a la prensa indonesia: "Lo digo en serio. La isla de Komodo debe ser rediseñada. A los turistas les gusta el carácter salvaje de Komodo. No vienen a ver a reptiles perezosos". En su visión, los dragones se han acomodado, son demasiado dóciles y no infunden temor alguno al visitante. La isla debería ser un santuario de lo salvaje, un regreso a la jungla indómita.
Es decir, el dragón de Komodo debería dominar de nuevo las islas, pero sólo para un turismo sin adulterar. Y más rentable.
Imagen: Dita Alangkara/AP
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