La historia está basada en hechos reales, sucedió tal cual. Estamos en las jornadas formativas de una gran multinacional en un país centroeuropeo, con trabajadores de la compañía llegados de varias partes del mundo.
Llega el momento de conocer a otros y un grupo de españoles se junta con otro de suizos. "En la oficina de España paráis de trabajar al mediodía para dormir la siesta, ¿verdad?", preguntaban con claro retintín. "Nada de eso", decían los empleados de la filial española. "Venga, no nos engañéis, que sabemos que os dejan hacerlo", aseguraban los helvéticos con sorna, recurriendo al tópico de la vagancia española. Se equivocaban.
La empresa en cuestión no permitía la práctica del "yoga ibérico", apelativo que le dio Camilo José Cela, pero muchas otras sí que lo hacen sin complejo alguno. Atrás han quedado los tiempos en los que la siesta, convertida en símbolo nacional español, servía para tildar a sus practicantes de vagos, perezosos, holgazanes, remolones o improductivos.
Porque no es un tópico empleado para la broma, que también. Es un tópico que se toma en serio con cierta recurrencia. Hace poco más de un mes, un gran medio neozelandés aseguraba que las autoridades españolas "han señalado que puede ser hora de que el país, con tan poco dinero y tanto desempleo, abandone el hábito de cerrar tiendas, bares y muchas atracciones turísticas desde las 2 PM hasta las 4 PM para la tradicional siesta vespertina".
Stuff cita a una "exasperada turista australiana" que supuestamente aguardaba a la puerta de una tienda de ropa cerrada en Salamanca: "Es una locura que esto continúe. ¡Tenemos dinero, queremos gastarlo y no es como si lo necesitaran! [...] ¡No es de extrañar que el país esté tan arruinado!".
Hace menos de un año, un artículo de la BBC sobre las tardías comidas de los españoles y el huso horario equivocado del país decía que el almuerzo de los españoles era de dos horas, "dándoles la oportunidad de disfrutar de una de las tradiciones más famosas del país: la siesta". En abril de 2016, otra pieza de The Washington Post tomaba una propuesta de Mariano Rajoy para volver al huso horario que le correspondería a España para asegurar que el presidente pretendía "acabar con la siesta".
Glosar a los españoles como vagos por la siesta, además, no es reciente. Tales imputaciones se remontan décadas y décadas atrás en el tiempo, incluso siglos, demostrándolo obras escritas en pleno XIX como A Summer in Andalucia (1839) de George Dennis. Viajeros como él, pese a todo, entendían el contexto en el que se podía producir y salían en defensa de los españoles ya en aquel momento.
Carece de fundamento la acusación de pereza que tan a menudo se lanza sobre los nativos del sur de Europa, pues a esta hora el calor provocará el adormecimiento incluso en el inglés activo e industrioso, especialmente cuando no está habituado al clima relajante.
Otro autor inglés, Thomas Roscoe, llega a mencionar irónicamente la ausencia de siestas en España durante la invasión napoleónica en su obra The tourist in Spain and Morocco (1838), tal y como podemos leer en esta interesante pieza del Centro Virtual Cervantes.
Las guerras y los rumores de guerras, capaces de sobresaltar hasta hacer abandonar el decoro a esta en tiempos tranquila sede de poder y esplendor eclesiástico, mantenían sin pegar ojo a todas las clases sociales: legos y religiosos, la guardia nacional y la guarnición, gobernador y gobernados; lo que dice mucho de su sentido del honor, cautela, o como queramos llamarlo, durante los ardores estivales de un sol peninsular.
La fantástica exposición de la imagen de España en los viajeros extranjeros a partir de la colección de libros de viaje del Instituto Cervantes de Londres, asegura que la importancia de este hábito es tal que el retrato del país quedaría incompleto si se obviase. Y se cita a L. Higgin en Spanish Life in Town and Country (1902) para confirmarlo.
La descripción de la vida campesina en Madrid quedaría incompleta si no mencionáramos la diaria siesta al sol que se echan gallegos y menestrales. En los bancos del Prado, en la calzada, bajo un sol de justicia, estos hombres se harán una hamaca con las sogas que siempre llevan con ellos (mozos de cuerda los llaman), literalmente colgándose de la reja o barrotes de hierro de la ventana de una casa particular, y dormirán profundamente en una postura que sin duda acabaría con cualquier otro ser humano.
Sin embargo, según una encuesta de Simple Lógica realizada a más de un millar de ciudadanos hace más de un año, un 57,9% de los españoles no se echa nunca una siesta después de comer actualmente. En 2009, un estudio de la Fundación de Educación para la Salud del Hospital Clínico San Carlos y la Asociación Española de la Cama realizado a través de una encuesta a 3.000 adultos de toda España resultó en cifras similares. Un 58,6 % nunca se echa una siesta, mientras que el 16,2 % duerme al mediodía cada día.
Pese a todo, el sueño de mediodía abrazado por personajes tan ilustres como Winston Churchill, Albert Einstein o Salvador Dalí, respaldado incluso por la ciencia, ha adquirido poco a poco el prestigio que merece. Ya era hora.
Mientras algunos huyen del tópico, Google o la NASA adoptan la siesta
Los que se han dado una buena siesta alguna vez, sin lugar a dudas la reivindican. Frente a tópicos, burlas y asociaciones malintencionadas con la baja productividad. Envidia.
La satisfacción de esa somnolencia que aborda a muchos en mitad del día se ha demostrado como positiva e incluso recomendable. Los que la practican regularmente en España, América Latina, China, norte de África, India, Filipinas o Nepal, entre otros enclaves del globo, ven reconocido su buen criterio: han sabido interpretar las necesidades de nuestro sueño adecuadamente. Porque antes de la revolución industrial y la luz eléctrica, no nos limitábamos a dormir 8 horas del tirón, sino que dividíamos nuestro sueño en dos partes.
Es por eso, y porque una falta de descanso se ha asociado recurrentemente a enfermedades o alteraciones cognitivas, que empresas multinacionales y corporaciones como Google, Samsung, Nike o la NASA dan la posibilidad de incorporarla a la rutina de sus trabajadores.
De hecho, la agencia del gobierno estadounidense responsable del programa espacial civil fue la responsable del primer gran estudio que demostró la utilidad de la siesta hace más de dos décadas, en 1995.
Un grupo de pilotos a los que se les permitió dormir una media de 25 minutos durante los vuelos mejoraron el tiempo de reacción entre un 16 % y un 34 % en comparación a otro grupo que no durmió. Una primera investigación seguida por muchas otras que no han dejado de corroborar beneficios. La siesta renueva las capacidades de los trabajadores.
Especialistas como la doctora Sara Mednick, profesora de psicología de la Universidad de California y autora del libro Take a Nap! Change your Life, van más allá al asegurar que una buena cabezada, normalmente por debajo de la media hora, "aumenta la lucidez, estimula la creatividad, reduce el estrés, mejora la percepción, la resistencia, las habilidades motrices y la precisión, mejora la vida sexual, ayuda a tomar mejores decisiones, mantiene más joven, ayuda a perder peso, reduce el riesgo de un ataque cardíaco, eleva el estado de ánimo y fortalece la memoria". Casi nada.
Y no nos pedirán perdón
El conjunto de estas virtudes provoca que los trabajadores, con apenas unos minutos dedicados al descanso, encaren el resto de la jornada con un rendimiento que de otro modo no tendrían. Eso, naturalmente, se puede notar de forma importante en la productividad laboral.
La idea de una oficina entera abandonando sus puestos camino de una cama al mediodía, sin embargo, continúa siendo una absoluta utopía. Especialmente en países donde mimar al trabajador suena a salvaje excentricidad. Aunque los ensayos científicos y los que uno mismo puede llevar a cabo sobre su propia almohada demuestran que tomarse una siesta de las que no se nos van de las manos solamente trae beneficios. Tanto para uno mismo como, en gran medida, para las propias empresas.
Y a pesar de todo, nadie nos pedirá perdón por habernos colgado el sambenito de la vagancia a cuenta de la siesta. Por obedecer a nuestro cuerpo, dormir cuando nos los pide y levantarnos dispuestos a continuar con el día con fuerzas renovadas. Justo lo que ahora persiguen las multinacionales emblema y todas esas empresas emergentes ejemplo de productividad y trato a sus trabajadores. Al menos fuimos pioneros.
Ilustración de portada por Francisco Riolobos.
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