Cuando un tsunami arrasó la Central Nuclear de Fukushima, la reacción inmediata de las autoridades japonesas se asemejó a la tomada por las soviéticas un cuarto de siglo atrás, en Chernóbil. Evacuar a toda la población en un radio de 30 kilómetros a la redonda. Parte de la prefectura de Fukushima quedó así abandonada, arrasada por un accidente fatal, pasto de la radioactividad y los jabalíes.
Cambio. Fue así durante más de un lustro. Durante los últimos años el gobierno japonés ha rehabilitado y reabierto gran parte de los asentamientos afectados por la catástrofe. Gran parte, pero no todos: una pequeña localidad de 7.000 habitantes, Futuba, a apenas cuatro kilómetros de la central, ha seguido cerrada a cal y canto hasta ayer.
Una pequeña porción del pueblo, el último precintado, se ha levantado.
Antorcha. Sucede que Japón organiza los Juegos Olímpicos este verano. Y desea utilizarlos para mostrar su absoluto control de la situación. De ahí que haya programado un paso de la antorcha olímpica, célebremente transportada a pie, por Futaba. Al lado de Fukushima. El objetivo es retransmitir al mundo la vuelta a la normalidad.
¿Es seguro? La decisión no ha estado exenta de dudas. Las autoridades desean reducir la dosis de radiación en la zona de exclusión a 0,23 microsieverts por hora. La mayor parte de Futaba sigue a 0,28, y algunos puntos de la ruta superan los 0,85, según un grupo local dedicado a monitorizar los niveles de radioactividad. Meses atrás se registraron puntos a 1,7 y hasta a 4,64 microsieverts por hora.
La Comisión Internacional de Protección Radiológica no recomienda superar una exposición 1 milisievert al año. A 4,64 micosieverts la hora se rebasaría el umbral en nueve días.
Regreso. La pequeña porción de Futaba reabierta no servirá, de momento, para que regresen sus antiguos residentes. Japón prevé que la ciudad se habite de nuevo en 2022. Es una incógnita cuántos lo harán. Más de 160.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares en 2011. En otras áreas ya rehabilitadas por el gobierno, el porcentaje de vecinos de vuelta no ha superado el 23%. Casi nadie quiere volver.
Más de 50.000 siguen oficialmente desplazados.
Movimientos. La reapertura de Futuba tiene más de simbólica y mediática que de real. Sólo el 4% del pueblo se ha desprecintado, y tan sólo los trabajadores, dedicados a rehabilitar edificios, reparar suministros y limpiar escombros, tendrán acceso. La estación de ferrocarril reabrirá, conectando por primera vez en nueve años Futuba al resto de la región. Apenas un 10% de los antiguos vecinos ha expresado deseo de volver.
Cambios. El caso de Futuba ilustra hasta qué punto el accidente de 2011 cambió la vida de centenares de miles de personas. A la pérdida de sus hogares debemos sumar el quebranto de su sustento histórico, como la pesca, irremediablemente tóxica, o la mortandad disparada por la carencia energética, fruto del cierre de todas las centrales nucleares.
Una catástrofe muy visible aún hoy. Haya antorcha o no.
Imagen: Jussi Toivanen/Flickr
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