Pocas industrias producen cifras tan asombrosas como la agroalimentaria. La explosión de las explotaciones industriales durante el siglo pasado ha provocado que las poblaciones de pollo, cerdo y vaca se disparen a niveles antaño insospechado. Se calcula que hay más de 22.000 millones de pollos, 700 millones de cerdos y 1.000 millones de vacas. Alcanzar tamaños volúmenes sólo ha sido posible gracias a la ingeniería genética y la mejora de las técnicas reproductivas. Y eso, hoy, es un problema.
9 millones. Un estudio elaborado por un grupo de científicos de la Universidad de Pennsylvania descubrió hace algunos años que más de nueve millones de vacas estadounidenses procedían de apenas dos toros. Los sementales, nacidos en los sesenta, produjeron una línea genética tan estupenda para la producción láctea, un pilar de la industria agroalimentaria mundial, que los ganaderos recurrieron sistemáticamente a su semen. Hasta hoy en día.
Dinero. Como explica este estupendo reportaje de Undark, eso es un problema. La especie en cuestión, Holstein Friesian, es una de las más cotizadas por los ganaderos por su excelente producción de leche. Cuando a principios de los cuarenta comenzaron a experimentar con la inseminación artificial, seleccionaron a los toros cuyos descendientes generaban más volumen lácteo. La lógica, setenta años después, ha disparado las cifras.
Si una Holstein producía 2.400 litros en los cincuenta, hoy supera los 10.400 (las más dotadas llegan a los 35.000). Ni que decir tiene que esto es muy rentable. Se produce más para una demanda creciente con el mismo número de cabezas.
Límites. ¿A qué precio? Al de la supervivencia de la especie. Las Holstein son una gigantesca familia Habsburgo cuya supervivencia a largo plazo es cada vez más incierta. La diversidad genética es importante porque permite la adaptabilidad al medio (cuestión crucial en pleno cambio climático) y asegura que la especie evolucione. La fertilidad, por ejemplo, lleva décadas en barrena. Si las tasas de embarazo en los '60 superaban el 40%, hoy han caído al 24%.
Endogamia. La elevada endogamia es un problema común a la industria, desde Eslovaquia hasta Sudáfrica. Las técnicas industriales tienen la culpa. Las grandes explotaciones priorizan vacas muy eficientes, como la Holstein, sobre especies locales de mayor diversidad genética y menor volumen. Sucede que son estas las más adaptables a las condiciones de cada región, y las que más éxito, por siglos de evolución genética, pueden tener en sus climas y entornos de origen.
Son más resistentes, y parte de su cualidad reside en su variedad genética. Pero están en recesión.
Similitud. Las Holstein estadounidenses tienen un coeficiente de relación (grado de endogamia) elevadísimo: una cría recibe copias idénticas de 8% de los genes de su madre (si un toro procreara con su hija, por ejemplo, llegaría al 25%). ¿Y qué pasa si una enfermedad afecta a esa línea genética concreta? Que un altísimo porcentaje de la población estaría en peligro. La gallina de los huevos de oro de la industria es su propio talón de aquiles. Quizá no a corto plazo, pero sí a largo.
Ejemplos. El incentivo inmediato de los ganaderos es obvio: si el semen de un toro concreto resulta en vacas más productivas, ¿por qué no utilizarlo? Hasta principios de los noventa, las Holstein estadounidenses tenían un tercer antecesor. Sin embargo, sus descendientes comenzaron a mostrar malformaciones congénitas y enfermedades, fruto de sus genes recesivos. Pero esto sólo sucedió varias generaciones después.
El sector, como es lógico, desechó el semen de aquel toro inmediatamente.
Soluciones. La Unión Europea cuenta con programas que incentivan el mantenimiento de la diversidad genética y el cuidado de las especies locales históricas. Otros científicos están promoviendo un repositorio genético de numerosas variedades autóctonas, capaces de sostener a poblaciones futuras hoy en peligro. Es un reto enorme para la industria, porque obliga a cuadrar un círculo (leche barata vs. poblaciones diversas) complejo. Pero necesario si se quiere evitar el destino de los Austrias.
Imagen: Sunnie-Lee Davison/Unsplash
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