Es una de las historias más emblemáticas de la pandemia. Confinados en sus casas, millones de personas descubrieron que las condiciones de su vivienda, el lugar en el que residían, no se adecuaba a sus expectativas. Muchos optaron por marcharse a sus segundas residencias. Otros regresaron al pueblo. Y algunos más optaron por buscar una nueva ciudad en la que vivir mejor, propulsados por las ventajas del teletrabajo.
Es un relato. Pero uno respaldado por algunos datos.
En San Francisco. La ciudad con los alquileres más caros del mundo (más de 3.000€ por un apartamento más bien pequeño) es testigo de ello. Más de 90.000 personas se trasladaron a otros municipios entre los meses de marzo y noviembre del año pasado. Es un 10% de la población (San Francisco es una ciudad pequeña, de apenas 900.000 habitantes; el área metropolitana de la bahía sí es gigantesco), porcentaje nada desdeñable.
Algo que coincide con el repunte de viviendas disponibles en el mercado, tanto de alquiler como de compra: hay un 96% más que antes de la pandemia. San Francisco se está vaciando.
De lo particular. ¿Son circunstancias puntuales o es una tendencia global? Quizá una mezcolanza de ambas. San Francisco sufría antes de la pandemia una crisis de vivienda histórica. Durante décadas atrajo a miles de trabajadores extraordinariamente cualificados acreedores de sueldos muy altos, fruto de su relación con las grandes tecnológicas. La suma de estrictas regulaciones urbanísticas, grupos de poder organizados (barrios plagados de viviendas unifamiliares) y pisos turísticos hizo el resto.
La ciudad jamás ha construido tantas viviendas como ha necesitado, disparando los precios. Ingenieros de Google con sueldos superiores a los 100.000€ optaban por vivir en caravanas.
A lo general. Pese a sus particularismos, San Francisco sí opera como puntal de lanza de una dinámica internacional. Basta repasar lo que está sucediendo con el precio de los alquileres en otras grandes ciudades: en Nueva York ha caído un 19% de un año para otro; en Madrid un 8,6%; en Barcelona un 12%; en Los Ángeles un 16%; en Londres entre un 8% y un 34% en función de las estadísticas; y en la propia San Francisco un 24%. En algunos sitios, como en Londres, sabemos que se debe al éxodo urbano: ha perdido a 700.000 residentes en un año.
La explicación. Los precios están bajando por el mismo motivo por el que escalaron durante décadas: por la presión demográfica. Donde antes hubo presión y escasez de oferta hoy sucede lo contrario. Más pisos vacíos equivale a más caseros desesperados por colocar sus apartamentos a precios menos exigentes. También a un buen puñado de dueños de apartamentos dedicados al turismo que han visto cómo sus ingresos desaparecían de la noche a la mañana fruto de las restricciones.
Era previsible. Sabemos desde hace un tiempo que las grandes ciudades se han convertido en trampas perfectas para trabajadores jóvenes y precarios. No acceden a los puestos cualificados que permiten grandes salarios pero sí sufren los alquileres desmesurados y el elevado coste vital. Era natural que algunos aprovecharan la disyuntiva para marcharse. El teletrabajo ha facilitado el "éxodo", muy en especial para ciudades que, como Valencia o Málaga, tienen precios más baratos y mejor nivel de vida.
Pudiendo elegir, ¿dónde te instalarías? Es una pregunta cada vez más creciente para trabajadores y ciudades medianas que, al fin, pueden competir con las grandes metrópolis. Ya sea en forma de subsidios directos de 100.000€, como vimos a cuenta de algunas ciudades estadounidenses; o en forma de alquileres más baratos, menos contaminación y menos quebraderos de cabeza logísticos. Factores que, sumado a la epidemia, han revertido una tendencia histórica.
Imagen: Christopher Michel/Flickr
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