“México nos envía a la gente que trae drogas y crimen, que son violadores”, [una vez visitado Estados Unidos nunca] “se volverían a sus chozas”, “todos tienen SIDA”. Por no hablar de la gran promesa de su campaña, un enorme muro fronterizo. Una parte muy importante de la retórica de Trump que le ha llevado a la Casa Blanca tiene que ver con una tolerancia cero de la inmigración, con más razón aún si esta es ilegal.
De ahí que Trump esté restringiendo el asilo de inmigrantes, eliminando los beneficios de los dreamers y ahora, en la noticia de esta semana, anunciando redadas aleatorias de irregulares sobre los que pese alguna orden de detención, muchos de ellos simplemente por no haber aparecido en los juzgados inmigratorios. Por un lado, las acusaciones de crueldad a su Administración. Por el otro, los que esgrimen un dato que pesa como una losa tanto para demócratas como para republicanos: pese a todo, las deportaciones fueron mucho más cuantiosas con Obama.
La guerra de cifras: hay dos tipos de deportaciones, las “revocaciones” y las “devoluciones”. Las devoluciones son, en su mayoría, detenciones en la frontera y en sus cercanías, gente que lleva menos de un puñado de semanas en el interior del país y a la que se devuelve sin grandes problemas jurídicos. Las revocaciones, todo lo contrario, tiende a ser gente que ha pasado más tiempo en el país. Obama en 2016: 106.000 devoluciones y 333.000 revocaciones. Trump en 2017: 100.000 devoluciones y 295.000 revocaciones. 44.000 ilegales menos.
Y lo que significan las cifras: aunque Obama supera a Trump en deportaciones, Bush superó a Obama y Clinton a Bush. El número de gente que intenta entrar (o la presión estadounidense para limitarlo) lleva dos décadas creciendo. Sí es importante señalar que las cifras de devoluciones cae mientras que las de revocaciones, más traumáticas, suben.
Obama, que intentó (sin éxito) promover una nueva ley migratoria ante un Senado republicano, jugó sus cartas dando protección a los indocumentados que hubiesen llegado al país siendo niños (y que no tenían ya tantas raíces con su país de origen) y potenciando los arrestos sólo de los inmigrantes sobre los que pesase una sentencia de algún delito mayor.
Por qué tampoco son buenas noticias para Trump: el vicepresidente Joe Biden se molesta cuando alguien le recuerda estas cifras. Hablar de ello es reconocer que, pese a sus promesas en esta materia, los republicanos no están siendo capaces de superar el récord de Obama. Sus cifras son un mal trago para los dos partidos.
“Ahora podemos ir a por cualquier inmigrante ilegal, no como antes”. Son palabras del jefe de la policía de inmigración en Los Ángeles que resumen el cambio de política. Con Obama, aunque se detenía a más gente, estos debían ser de ciertos grupos. Ahora es un todo vale.
Si antes la ICE dejaba libre a un documentado localizado del interior del país sobre el que no pesase una condena, ahora basta con que sean "susceptibles de ser imputados por algún delito". Llevar un tatuaje puede hacerte susceptible de esto. De ahí que durante las recientes redadas se esté devolviendo a gente que llevaba 15 años en el país o a adolescentes nacidos en México cuya vida al completo y toda su familia está en Estados Unidos.
Inmigrantes que sostienen un país: según Pew Research hay 10.5 millones de personas viviendo sin la correspondiente autorización, una caída con respecto a antes de la crisis, cuando había 12 millones. Más de la mitad son inmigrantes de larga duración. De ellos 8 millones trabajan, y la mitad de estos paga impuestos con su nómina, un tipo de trabajador muy agradecido, que toma los empleos con peor reputación y salario, y que contribuyen con 13.000 millones anuales al Estado para luego no cobrar pensiones ni otro tipo de prestaciones sociales.
Foto: Molly Adams.