Durante los últimos diez años de su vida, Osama bin Laden se convirtió en un enigma. Nadie sabía donde estaba. Desde que escapara con éxito de la batalla de Tora Bora, última ocasión en la que la inteligencia estadounidense supo con precisión dónde se encontraba, Bin Laden pasó a la clandestinidad. Una década en busca y captura, escondido, proyectando su poder y su influencia ideológica desde las sombras. ¿Qué podría hacer un hombre durante tanto tiempo escondido?
Acumular porno.
Disco duro. Cuando en 2011 un equipo de los Navy Seal asaltó su residencia en Abbottabad, Pakistán, puso fin a su huída. Bin Laden murió aquella noche. Sus pertenencias no. Entre ellas, ordenadores y discos duros. Una de las revelaciones más jugosas filtradas por la CIA a los pocos días de su muerte fue la abundante cantidad de material pornográfico que el líder salafista guardaba para su uso y disfrute. La noticia contribuyó a caricaturizar y a humillar a Bin Laden tras su muerte.
¿Por qué? Sucede que había algo más que mero vicio. National Geography estrena el próximo mes de septiembre un documental dedicado a los archivos encontrados en los discos duros de Bin Laden. Titulado Bin Laden’s Hard Drive, el primer capítulo ahonda en la naturaleza de los vídeos pornográficos encontrados. Y desliza una posibilidad: su finalidad no era tanto recreativa como logística. Guardaban mensajes en clave que los correos entregaban a otros líderes de Al-Qaeda.
Teorías. Consciente de que su cabeza tenía un precio, Bin Laden restringió sus comunicaciones al mínimo. También su huella digital. Sus contactos con otros miembros de la banda terrorista se realizaban mediante correos humanos, como bien relata Zero Dark Thirty, más difíciles de rastrear y encriptar que los electrónicos. Esto casaría bien con la naturaleza elusiva de Bin Laden. Mucho más, al menos, que su carácter hedonista, en especial en un hombre de tan hondo radicalismo religioso.
Revelación. En 2017 la CIA difundió parte de los vídeos incautados. 470.000 archivos y 321 gigas repletos de documentales de Netflix, películas infantiles como Cars y una impactante cantidad de porno. En su día, expertos como Dan Byman, profesor en Brookings, trataron de atribuirlo al aburrimiento: "Cuando estudias a grupos terroristas, algo que siempre impacta es su lado humano (...) No pasan toda su vida conspirando (...) Tienen un montón de porno, como todos los hombres del mundo".
Pese a su fama de hombre humilde y calmado, Bin Laden guardaba numerosos reportajes y documentos que hablaban sobre él. Tenía ego. Igualmente podría guardar porno, más allá de su naturaleza integrista, casta y pía.
A buen recaudo. Quizá presionada por el creciente interés en el misterioso y fascinante porno de Bin Laden, la CIA se vio obligada a aclarar también en 2017 que jamás lo difundiría. Como quiera que tienen un carácter pecaminoso, opuesto a la figura del profeta receloso de cualquier ruptura con los rigores del integrismo musulmán, los vídeos pornográficos de Bin Laden se prestan a toda suerte de especulación. Entre ellas la idea de que servían como mensaje para sus acólitos.
Cierto o no, la idea, desde luego, es sugerente.
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