OT y la paradoja del fan: los concursantes no son un "producto", pero quiero consumirlos 24 horas

Ser natural pero, al mismo tiempo, no exponerte excesivamente ante las cámaras. Querer que tus concursantes favoritos no sean explotados como productos para conseguir audiencia pero, a la vez, desear ver todas sus intimidades en directo. Los talent shows con un componente de reality, como 'Operación Triunfo' y 'Fama, ¡a bailar!', incluyen una paradoja innata a su concepción cuya gestión equilibrada da la medida de su éxito, si lo entendemos como la implicación y la conexión personal de su público con los concursantes.

Éstos participan en el programa con la esperanza de que les dé un empujón en sus carreras profesionales o que adquieran nuevas herramientas para crecer como bailarines o cantantes y, a partir de ahí, afrontar con mayor conocimiento de causa dicha carrera. Pero hay un peaje: que su día a día pase a ser consumo televisivo diario de miles de personas. Durante el tiempo que dure su participación en el concurso, el precio a pagar será todo lo que tengan, como cantaba la Marilyn Monroe de 'Smash'. Y la polémica por la "fiesta" en la academia sin micros ni cámaras de 'OT 2018', y la bronca correspondiente de Noemí Galera, lo demuestra.

Los espectadores verán cómo se relacionan con sus compañeros, cómo afrontan la presión, cómo se enamoran o se pelean en tiempo real, se creará la ilusión de que los conocen tan bien como a amigos de toda la vida. Que no lo son.

La paradoja del concursante

Los concursantes pueden ser muy conscientes de que son la pieza más importante de la maquinaria, la cara visible que debe enganchar a la audiencia, y querer también mantener una parte privada de sí mismos, algo que no se emita en un vídeo resumen de dos minutos en horario de máxima audiencia. Que esos programas logren buena televisión está reñido con la protección de la intimidad porque la identificación con los participantes se consigue cuando desvelan facetas de sí mismos que traspasan la pantalla y los convierten en personas de verdad, y no personajes abstractos.

Ver cómo se gestiona esa tensión inherente al formato es, por ejemplo, lo más interesante del canal 24 horas de 'Operación Triunfo' en YouTube.

Alba y Natalia, las dos concursantes de 'OT 2018' que más centran la atención de los fans, que quieren que acaben siendo pareja. (Foto: J. Irún/TVE)

La raíz del fracaso de las clases de interpretación que derivó en el mal gestionado despido como profesora de Itziar Castro, y las críticas a los concursantes de que no transmiten ninguna emoción cuando cantan en las galas, se encuentra en esa paradoja. El programa busca que los chicos emocionen, y se emocionen, conectando directa y personalmente con las canciones que deben defender en la gala; ellos, a su vez, están alerta porque saben que hay cámaras por todas partes que captan cualquier mínimo gesto que delate sus sentimientos, y se protegen resistiéndose a dejarse llevar en esas clases.

El resultado es una entente cordiale que ninguna de las dos partes logra decantar definitivamente hacia uno u otro lado.

El debate que ha suscitado en los últimos días la fiesta que los concursantes de 'OT 2018' organizaron al acabar la emisión del canal en directo el pasado sábado, más la regañina que la directora de la academia, Noemí Galera, les dio por su actitud, es la destilación perfecta de ese tira y afloja: se les afeó que no se abran emocionalmente en las clases, que se obsesionen con las conversaciones que tienen por la noche en la habitación, sin micros... En definitiva, se les recordó más que están en una versión de 'Gran Hermano' con música que que uno de los recepcionistas de la academia tuviera que subir el sábado por la noche a llamarles la atención por el escándalo. Porque el vampiro de la audiencia, y de la maquinaria del programa, necesitaba sus dosis.

Los fans critican a 'OT 2018' que quiera explotar la relación entre dos concursantes y, al mismo tiempo, protestan porque ellas se guardan sus interacciones para los lugares donde no hay cámaras

La paradoja del fan

Pero la dicotomía se encuentra igualmente en los ojos de quienes miran. Es muy habitual leer comentarios en Twitter de fans que critican a 'Operación Triunfo' por querer explotar y vender la relación entre dos concursantes o las emociones más íntimas de todos mientras, al mismo tiempo, esos mismos fans protestan porque los participantes se guardan muchas interacciones para los únicos momentos en los que la ilusión de intimidad es más real, de noche en el dormitorio, donde no hay cámaras ni llevan una banda elástica a la cintura con la petaca del micro.

Es signo de que la conexión emocional funciona y de que la paradoja no se puede resolver. Porque la televisión necesita conflicto.

Aunque sean reality shows, las normas de la ficción, del drama, están en funcionamiento. Se guionizan y se “escriben” historias a través de la realización del canal en directo. Si las dos concursantes que los fans creen que tienen algún tipo de relación sentimental, o que podrían tenerla, se van juntas a componer una canción a uno de los boxes de ensayo, la manera de enfatizar que están solas y dar sensación de (falsa) intimidad es mostrar a los demás echándose una siesta en el sofá del salón.

No es necesario fomentar malos rollos o azuzar “carpetas”: el truco más viejo en la historia del cine, la yuxtaposición de planos para dotarlos de sentido, da todo el significado necesario a través de las asociaciones creadas por nuestro cerebro.

Y, además, estos talent shows pueden leerse como una representación extrema del entorno de las redes sociales. Compartimos con el mundo lo que queremos y protegemos con celo lo que nos guardamos para nosotros. La sensación de nuestros seguidores de que nos conocen es tan irreal como la de los espectadores de que saben cómo es Wondy, la ganadora de la pasada edición de 'Fama, ¡a bailar!'

La paradoja es el quid de la cuestión, el gran dilema: necesito que me lo entregues todo y tú lo sabes, pero eres reticente a renunciar a tu intimidad. El vampiro ofrece juventud y vida eterna a cambio de tu alma y tu sangre, y es un todo o nada. Y cada vez que los concursantes rompen la cuarta pared y miran directamente a las cámaras que los siguen sólo están afianzando la dicotomía. Sé que me estás mirando, y necesito que lo hagas, aunque ahora me gustaría que no lo hicieras. Y sé que lo haces porque yo te entrego una parte de mi alma, pero no toda.

¿Puede funcionar así el producto televisivo? ¿Puede conseguirse autenticidad grabada durante 16 horas diarias? ¿O el observador determina el resultado del experimento?

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