Michael Barnier y David Davis anunciaron ayer que, al fin, el Reino Unido y la Unión Europea han alcanzado un acuerdo de transición para el Brexit. No es el acuerdo definitivo, que deberá cerrarse antes de marzo de 2019, sino las cláusulas de salida en caso de que se llegue al apretón de manos final. En cualquier caso, es un amargo adelanto de lo que está por venir para los negociadores británicos: el gobierno de May se ha tragado otro sapo pese a lo que había prometido.
La cuestión de Irlanda. Quizá el punto más doloroso sea el de Irlanda del Norte. En diciembre, May y Juncker acordaron una cláusula "backstop". Es decir, si el Brexit se consumara sin acuerdo, Irlanda del Norte quedaría bajo las mismas reglas políticas y económicas que el resto de la isla. Dentro de la UE. En febrero se publicó el borrador del acuerdo anunciado ayer, lo que causó un escándalo gigantesco en Londres. May y su gobierno anunciaron que no aceptarían el "backstop".
¿Resultado? Si antes de marzo de 2019 no se acuerda una frontera real que satisfaga a ambas partes, Irlanda del Norte seguirá en la UE. Habrá "backstop" y la imagen de May, en entredicho.
La movilidad hasta 2020. Otra derrota de May: la primera ministra había manifestado su voluntad de recuperar el control de las fronteras en cuanto se consumara el Brexit, en un año. La UE se ha salido con la suya: los europeos que lleguen a Reino Unido durante el periodo de transición post-Brexit tendrán los mismos derechos que aquellos que lo hicieron mientras el país estaba dentro de la Unión Europea. Reino Unido estará fuera de la UE, pero no tendrá un control total de sus fronteras.
El dinero. La cifra ya se anunció en diciembre: alrededor de 50.000 millones de euros a pagar hasta 2064. Por ahí no hay problema. Para Reino Unido, la cuestión más peliaguda es el marco regulatorio: estará fuera de la UE entre 2019 y 2020, pero tendrá que regirse por la legislación europea vigente. Podrá apartarse de algunas políticas mediante cláusulas opt-out, pero no tendrá voz o voto en las decisiones comunitarias (que le afectarán de cualquier modo). Estar sin estar. Durante un año.
La pesca. Aunque no demasiado relevante a nivel global, el fracaso de Davis en materia pesquera es simbólico de la suma de decepciones que acumula Reino Unido en las negociaciones. El gobierno de May había prometido a sus pescadores que recuperarían el control sobre su producción de forma inmediata. No será así: los faeneros escoceses e ingleses tendrán que regirse por las cuotas comunitarias hasta que se consume el periodo de transición, bien entrado 2020.
La idea no gusta nada a los pescadores británicos, y están haciendo mucho ruido.
Lo que queda por delante. Nada de esto significa que dentro de un año tengamos pacto. Bruselas y Londres han asentado cómo será el acuerdo... En caso de que exista. Tienen un año por delante para cerrar infinidad de cuestiones: la forma definitiva de la frontera de Irlanda del Norte, un posible acuerdo comercial entre ambas partes, inmigración y el flujo de personas entre las fronteras, cooperación en materia de seguridad, y la factura definitiva a abonar. Entre otras muchas.
Para Reino Unido, el problema del acuerdo de transición es lo que revela sobre su poder de negociación. Más bien limitado.
Imagen | Virginia Mayo/AP
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