6.809 homicidios en 12 meses la convirtieron en la ciudad más peligrosa del mundo. Corría el año 1991 y Medellín era el epicentro de una guerra abierta. El cartel de la droga encabezado por Pablo Escobar, inmerso en una cruzada contra el Estado que marcó el inicio del paramilitarismo, estaba detrás de muchas de estas muertes. Pero no era la única fuerza detrás de la violencia.
"En los primeros dos meses del año 1991 se habían cometido 1.200 asesinatos (20 diarios) y una masacre cada cuatro días. Un acuerdo de casi todos los grupos armados había decidido la escalada más feroz de terrorismo guerrillero en la historia del país y Medellín fue el centro de la acción urbana". Así relata Gabriel García Márquez, en Historia de un secuestro, el ambiente irrespirable que vivía la ciudad. 20 años después, Medellín ha cambiado los récords de asesinatos por el reconocimiento internacional.
Y lo ha hecho a través de la transformación urbana y el esfuerzo de sus barrios.
El barrio de Pablo Escobar
El 2 de diciembre de 1993 murió "el Patrón". Pablo Escobar, uno de los capos del narcotráfico más mitificados por la cultura popular, no necesita grandes presentaciones.
Su muerte fue la primera gran victoria del Estado sobre el narco en una guerra que está lejos de haber terminado. El conflicto existía en Colombia muchos antes de Escobar y todavía sigue vivo. Sus ramificaciones son tan complejas que, observado desde fuera, parece algo casi irreal. Mientras el país se concentra en un complicado proceso de paz, la ciudad que vio crecer al que fue uno de los hombres más ricos del mundo se apresura a dejar atrás su pasado.
El edificio Mónaco, símbolo del poder de Escobar, ha sido demolido hace menos de dos meses. La comuna 13, uno de los viveros de sicarios del patrón, atrae a miles de turistas cada año. El basurero de Moravia se ha convertido en uno de los grandes parques de la ciudad. Pero hay un lugar donde todavía se percibe la veneración por uno de los personajes más violentos de la historia de Colombia.
"Bienvenido al barrio Pablo Escobar. Aquí se respira paz". Un gran grafiti con la cara del jefe del cartel de Medellín recibe al visitante. El barrio se enorgullece de llevar el nombre del Patrón, aunque la alcaldía nunca lo ha reconocido oficialmente. El ayuntamiento llegó a ofrecer servicios a cambio de aceptar un nuevo nombre, pero el barrio prefirió seguirse llamando Escobar a que le construyeran un colegio y una cancha. A muchos de sus 3.000 habitantes les brillan los ojos de admiración cuando les preguntan por él.
Es el caso de Andrés y Alejo, que gestionan un pequeño museo con fotos y figuras del capo. O Nely, que alterna su labor como peluquera con la venta de souvenirs y de café Patrón para los turistas. "Para que vean que no todo fue malo". Cómo no lo van a admirar, dicen, si él construyó el barrio. Aun así, el cambio también ha llegado a este rincón. Por sus calles se pasea sin problemas, con total seguridad. Y los murales coloridos se han extendido por sus paredes.
"Hemos venido a pintar 800 casas en este barrio. Queremos hacer algo productivo acá", cuenta el artista David Herrera, más conocido como Fénix the Colombia. Él es una de las personas detrás del proyecto "Mil colores para mi pueblo" que busca la reparación de comunidades afectadas por la violencia a través del arte. El próximo verano, el proyecto llenará de colores las calles del último barrio que todavía venera a Escobar.
Un basurero reconvertido a parque
El Pablo Escobar se llamó en origen Medellín sin tugurios. Los primeros habitantes llegaron allí a mediados de 1984. El capo había financiado la construcción de algo más de 400 casas para las familias afectadas por un incendio en el barrio Moravia, donde entonces se erguía una montaña de basura de casi 40 metros de altura. Hoy, el llamado morro de Moravia es uno de los mejores parques de la ciudad.
La acumulación incontrolada de residuos desde 1972 había atraído a la zona a cientos de familias. Llegaban a Medellín desplazadas por el conflicto armado en otras áreas de Colombia y buscaban una oportunidad en el reciclaje y la reutilización de la basura. Los asentamientos en el basurero se multiplicaron rápidamente. Allí llegaron a vivir más de 35.000 personas.
En el año 2008, como parte de los varios proyectos de transformación de la ciudad, arrancó la descontaminación de la zona y la reubicación de la mayoría de familias. Hoy en día, el barrio Moravia cuenta con uno de los mayores parques de la ciudad. La montaña de basura ha sido enterrada por 40.000 metros cuadrados de senderos, naturaleza y espacios para la comunidad, como los que utiliza la cooperativa de jardineras Cojardicom.
En Moravia, los residuos todavía tienen cierto protagonismo. Algunos surgen bajo la tierra después de las lluvias. Otros se han convertido en esculturas en manos de los habitantes del barrio. Las pocas viviendas que quedan en el parque, construidas con lo que para otros era basura, recuerdan el pasado del barrio. Y también señalan el camino hacia delante de una ciudad empeñada en cambiar por todos los medios.
La Comuna 13: de cuna de sicarios a icono turístico
Con la caída de Escobar en 1993 y el desmantelamiento del cartel de Cali dos años después, la era de las grandes organizaciones del narcotráfico llegó a su fin en Colombia. Pero tal como recoge el informe "Colombia: memorias de guerra y dignidad", la violencia apenas disminuyó. Los asesinatos, los secuestros, las masacres y la extorsión no eran exclusivos del narco. Los paramilitares, las guerrillas y el propio Estado están detrás de siete décadas de conflicto irresuelto en el país.
La comuna 13, uno de los mayores viveros de sicarios del cartel de Medellín, es quizá el mejor ejemplo de ello en la capital antioqueña. Su historia es la historia del país. Fundada por familias que huían de una guerra civil no declarada en los 50. Olvidada por el Estado y objetivo de guerrillas, primero, y paramilitares, después. Hasta finales de la década de los 2000, el que fue el distrito más peligroso de la ciudad no empezó a sacudirse el estigma de la violencia.
De eso se encargaron personas como Héctor Enrique Pacheco, al que todos conocían como Kolacho. Junto a Chelo, El Gordo o El Rastra, entre otros, formaron la primera generación de artistas de éxito de la comuna 13. Sus premios y sus becas los gastaban en cimentar un movimiento pacifista de transformación de la comuna. En intentar generar alternativas artísticas para los jóvenes del distrito más castigado de Medellín.
Pero Kolacho fue asesinado el 24 de agosto de 2009. No fue el narco, ni la guerrilla, ni los paramilitares, ni el Estado. Fueron las bandas criminales que ocuparon el espacio dejado por todos ellos y que, aún hoy, controlan el territorio. "Como familiares y amigos no lo quisimos enterrar con su sueño", explica Jonathan Arroyo, su primo, alias Tatam. Cuatro años más tarde nacía Casa Kolacho, una asociación que trabaja desde el hip hop para cambiar las cosas. Fue, también, uno de los primeros grupos en empezar a llevar turistas a la comuna 13.
Para cuando echaron a andar en 2013, los cambios urbanísticos habían empezado a dar forma a una nueva comuna 13. Aprovechando una tregua entre los combos, o bandas criminales, que todavía sigue en pie, el gobierno local construyó escaleras mecánicas para solucionar los problemas de movilidad de la comuna. Después llegaron los viaductos y balcones para comunicar mejor algunos de sus barrios.
"A partir de 2012 los barrios empiezan a llenarse de color. Empiezan a mostrarse las cosas positivas que la violencia ocultaba", explica Tatam. El barrio de las Independencias, donde terminan las escaleras mecánicas, es el segundo barrio más turístico de Medellín. En temporada alta recibe hasta 30.000 personas en un mes. "Ya no se habla tanto de violencia. Se habla de las escaleras eléctricas, de grafiti, de rap, de la crema de mango de doña Consuelo".
Consuelo y su crema son quizá el mejor termómetro del cambio. Al menos, el más sabroso. Ella y su marido Carlos llevan 17 años haciendo crema de mango. Un helado típico de la ciudad que se toma con lima y sal. "Al principio hacíamos 40 al día. Ahora vendemos hasta 2.000 en unas pocas horas". Su casa, en el barrio 20 de julio, está llena de congeladores. Y hasta el ayuntamiento y la policía les hacen encargos para algunos de sus eventos.
Entre hordas de turistas y puestos de souvenirs, cualquiera diría que la comuna 13 fue escenario de uno de los episodios más turbios de la historia reciente colombiana: la operación Orión, en 2002, que en un intento de sacar a la guerrilla de los barrios dejó la zona en manos de los paramilitares. O que la mayor fosa común del país, todavía no reconocida oficialmente, se oculta en una de sus lomas: la Escombrera. Los habitantes de la comuna no lo olvidan. Pero mientras esperan por una reparación, prefieren mirar al futuro.
El Nobel de las ciudades
En la zona baja de la comuna 13 se encuentra el parque biblioteca José Luis Arroyave. Es, como su nombre indica, un lugar recreativo y social que gira alrededor de una biblioteca pública. El de la comuna 13 fue uno de los primeros construidos por la alcaldía a principios de los 2000. Hoy hay nueve en toda la ciudad, situados en algunos de los lugares más pobres y con peores infraestructuras culturales.
Los parques biblioteca, las escaleras mecánicas y la recuperación de zonas degradadas como el basurero de Moravia le valieron a Medellín el Lee Kuan Yew World City Prize en 2016, conocido como el Nobel de las ciudades. Antes, en 2014, había llegado una mención especial de la misma organización. Y en 2012 el Wall Street Journal y el Urban Land Institute la reconocieron como ciudad más innovadora del mundo.
Para la organización Lee Kuan Yew, la colaboración entre el gobierno local, las empresas y las comunidades ha sido tan importante para avanzar en la reinvención de la ciudad como el desarrollo de infraestructuras (desde el teleférico o metro cable hasta las escaleras de la comuna 13). "El mayor desafío al que se ha enfrentado Medellín ha sido generar confianza", reflexionaba Aníbal Gaviria Correa, alcalde de Medellín en 2014, durante la recogida de la mención especial de la organización. "La confianza no se construyó hasta que los ciudadanos vieron resultados concretos".
Medellín se desparrama a lo largo de estrechos valles de la cordillera de los Andes, entre los 1.300 y 2.800 metros de altitud. La mayor parte de sus tres millones de habitantes todavía recuerda los tiempos más oscuros de la capital de Antioquia. Los conflictos entre combos siguen dejando muertos y el cartel de Medellín ha sido reemplazado por la Oficina de Envigado, mientras otros viven explotando la figura de Pablo Escobar. En 2018, la ciudad registró 626 homicidios y solo 72 días sin asesinatos. Todavía son muchos, pero sería injusto decir que nada ha cambiado en la ciudad de la eterna primavera.
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