La industria textil es uno de los pilares económicos del siglo XXI. La deslocalización de fábricas en países del sudeste asiático, principalmente china, revolucionó la forma en la que consumimos ropa. Hoy acceder a un pantalón vaquero o a una camisa de diseño es sencillo y cuesta muy poco dinero, gracias en gran medida a los costes decrecientes, de mano de obra y de fabricación, en países aún en vías de desarrollo.
El modo en el que producimos y adquirimos ropa ayuda a explicar numerosos aspectos de la política, la cultura y la economía contemporánea. Desde la amarga protesta de numerosos grupos contra la globalización hasta la capacidad de familias pobres de costearse productos de consumo inmediatos. Tendencias que cristalizan en tres palabras integradas en el imaginario popular de un tiempo a esta parte: "Made in China".
Cuando pensamos en nuestro jersey o en nuestras zapatillas favoritas, compradas en Zara o Mango, estamos imaginando una prenda fabricada en China. El gigante asiático sigue siendo el campeón de la industria textil, por más que otros países hayan acaparado un mayor porcentaje de la producción mundial durante los últimos años. China exporta bienes textiles por un valor anual de $150.000 millones.
Ningún otro país se le acerca.
Lo ilustra a la perfección este mapa elaborado por How Much, la web dedicada a explicar la economía de nuestro tiempo mediante visualizaciones sencillas. En ella se aprecia el desproporcionado tamaño de China respecto a los demás países. Su más inmediato perseguidor, Bangladesh, apenas exporta una fracción del valor económico que genera China cada curso económico: $33.000 millones. Vietnam copa el podio con $28.000 millones.
La ilustración es interesante porque evidencia la resistencia del sector textil europeo, más centrado en el producto de alto valor añadido que en el fast fashion, pero igualmente poderoso. Italia, cómo no, lidera en el continente con exportaciones por valor de $25.000 millones. Le sigue Alemania ($24.000 millones, en parte por la repatriación de las líneas de producción y por las nuevas estrategias logísticas de Adidas, ahora en crisis).
La sexta en la lista es la India ($17.000 millones), y después un trío de países europeos en segunda línea, pero con cifras aún impresionantes: $16.000 para Turquía, $15.000 para España y $13.000 para Francia. Su prominencia evidencia que el sector textil sigue siendo importante para el continente, algo que no se puede decir de Estados Unidos, por ejemplo, cuyas exportaciones apenas representan una fracción de su gigantesca economía, la más grande del planeta ($6.000 millones anuales).
Tales cifras, especialmente las de China, sólo se sostienen mediante una cultura del consumo que prioriza prendas baratas y de escasa duración frente a otras más duraderas. Los problemas que afronta la industria textil, tanto a nivel inmediato como reputacional, son variados. Su huella medioambiental es la segunda más alta de entre todas las actividades del planeta, y sus niveles de contaminación en Asia insostenibles.
A todo esto hay que añadir las aún hoy sospechosas prácticas en materia de empleabilidad, no sólo en países como Bangladesh o Brasil, sino también en suelo europeo, como el ejemplo italiano demuestra. Pero su negocio, hoy por hoy, sigue viento en popa a toda vela. Seguimos comprando más ropa que nunca (y reutilizando muy, muy poca, lo que contribuye a agravar el problema medioambiental).
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