“Atesore esos momentos únicos en la vida inmerso en una extravagante rapsodia maldiva. Celebre aquello que no tiene precio en un mundo exclusivo. Que para cuando quieras decir las únicas palabras “Sí, quiero” o rememorar aquel momento histórico el escenario sea un horizonte de lujo y belleza perfecto. Siente las olas infinitas en el lujoso Cinnamon Velifushi Maldives”.
Así se anuncia el único resort en la isla de Aarah, ubicado en las cristalinas aguas del atolón de Vaavu (Felidhoo) que se ven en la portada de este artículo (el resto de fotos del complejo son igual de escandalosas), en un archipiélago perdido en mitad del océano índico, a cientos de kilómetros de alguno de esos núcleos a los que ha llegado la catástrofe mundial. ¿Te gustaría cobijarte de la amarga realidad en este escenario paradisíaco? ¿Vivir una luna de miel eterna con tu pareja mientras un ejército de sirvientes te atiende en exclusiva en un entorno en el que nada duele? Pues tal vez deberías pensarlo mejor.
Cuando quedarse en una isla tropical desierta es una pesadilla
Olivia y Raul De Freitas son dos sudafricanos de clase media recién casados que habían reservado una semana de estancia en Cinnamon Velifushi este 22 de marzo. The New York Times les entrevista y, según sus declaraciones, ellos preguntaron días antes de aterrizar a su agente de viajes si habría algún problema, a lo que éstos les dijeron que no, pese a que la catarata de cancelaciones y restricciones de vuelo se sucedían por todo el planeta.
Decidieron viajar, y el día 26 recibieron la notificación de que Sudáfrica cancelaría todos los vuelos de retorno en la madrugada del 27. Las Maldivas también anunciaron que no recibirían ningún vuelo de llegada a partir de esa misma fecha, así que, rechazando la opción de quedarse durante semanas parados en algún hotel asignado en alguna escala mundial en la que tal vez tendrían que pagar costas y pasar un infierno democrático, con unas vistas infinitamente peores que las que estaban contemplando en ese momento, decidieron jugársela y quedarse.
Gracias a su decisión, el personal también tuvo que hacerlo.
Y ahí fue donde la promesa de unas románticas vacaciones de ensueño empezaron a enrarecerse. “Todo el mundo dice que le gustaría quedarse encerrado en una isla tropical hasta que te pasa de verdad. Sólo suena bien si sabes que te puedes marchar”, declaró al periódico Olivia.
Los trabajadores que se quedaron secuestrados por dos turistas
La regulación del gobierno maldivo obliga a que el personal de hostelería se quede en las instalaciones siempre que quede algún huésped. Aunque sólo sean dos huéspedes, los únicos de las aproximadamente 180 reservas hechas para esos días que no han cancelado. Aunque en el mundo esté transcurriendo una pandemia. Para mayor agravio, una vez se hubiesen ido los clientes los trabajadores tendrían que esperar 14 días de protocolo en cuarentena en la isla antes de poder regresar a sus respectivas casas.
Las siguientes escenas evocan algo muy similar al famoso festín de La Bella y la Bestia: ociosos, desesperados, los sirvientes no han parado de importunarles desde el encierro. El botones contacta con ellos cinco veces al día, los camareros rellenan su copa cada vez que dan un sorbo y les suplican que les pidan algún cóctel, pese a que decenas de ellos están ya a la vista recién preparados. Su monitor de snorkel les ruega que tomen algún curso cada vez que los avista por los muelles. Todas las noches los bailarines realizaban el mismo y grandilocuente espectáculo que llevan a cabo cada velada en el comedor principal para los cientos de residentes… para esta reducidísima audiencia.
La escena ya no es tanto la de una novelesca aventura como la de dos tiránicos amos coloniales castigando a unos esclavos.
A medida que pasaban los días su decisión de quedarse dejó de parecerles tan increíble. En el fondo, en mitad de una isla no hay tanto que hacer, y las facturas se acumulaban en un complejo donde la estancia arranca a un precio de 500 euros por persona y noche. Finalmente este domingo, con una hora y media de antelación, su embajada les dijo que hicieran las maletas, que vararían en otro islote cinco estrellas junto con otros turistas expatriados y que el gobierno sudafricano sufragaría parte de su retorno, aunque siguen sin tener una fecha concreta de regreso.
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