Pocas ciudades han sido tan idealizadas como París a lo largo de la historia. Nuestra representación colectiva de la ciudad de las luces viene dada, en gran medida, por la imagen romántica y clásica que el cine y la literatura nos han legado. Esto es especialmente cierto tanto durante la recta final del siglo XIX como tras la Primera Guerra Mundial, en los añorados felices años veinte. Sin embargo, ¿qué era de la París real? ¿Cómo eran sus calles, su día a día? La respuesta la tiene Jules Gervais-Courtellemont, fotógrafo de la época.
Mashable recuperó hace poco sus trabajos en la capital francesa, realizados para National Geographic, en enero de 1923. La colección de fotografías completa se puede ver aquí. Courtellemont fue un importante fotógrafo francés de finales del siglo XIX y principios del XX: sus cámaras retrataron no sólo la Francia de la Tercera República, sumida de lleno en profundísimos cambios sociales, creciente nacionalismo y progresiva industrialización, sino también la Primera Guerra Mundial, horrible, y el mundo nuevo que llegó después. A ese París post-conflicto nos acercamos hoy.
¿Cómo era aquel París de los felices años veinte, acabado el sueño idílico de la Belle Époque, a las puertas de un lustro de eminente prosperidad antes de la llegada de los funestos años '30? Una ciudad viva y bella, sin duda, pero no tan maravillosa como tendemos a imaginarla. París también era la mundana actividad industrial del Sena, la oscuridad de una Notre Damme ennegrecida por el paso de los años, o el bullicio poco glamuresco y feliz de los barrios populares.
Aquel París era un vivero de ideas y de cultura, como la mayor parte de ciudades europeas de la época. Tras la Primera Guerra Mundial, el continente vivió un periodo de notoria prosperidad. En Europa Occidental, las democracias liberales se impusieron de forma breve. El mundo revolucionado posterior a la Primera Guerra Mundial favoreció la eclosión del arte vanguardista y de las propuestas rupturistas con el mundo antiguo, con un siglo XIX que parecía ya remoto.
Nada de eso cambió el cariz de París, en todo caso. Como se aprecia en las fotos, la ciudad ha cambiado poco desde entonces. París se ha congelado a sí misma en el tiempo sin que eso la reduzca a un vestigio del pasado, a una ciudad museo como Praga o Venecia. Tiene mérito, y quizá en ese proceso haya incluido el proceso de mistificación al que la hemos sometido. Sea como fuere, lucía fantástica en 1923.
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