A sus tiernos 25 añitos John Matze puso en marcha en 2018 lo que todo el mundo pide pero nadie se molesta en hacer: montar su propia red social libre de injerencias, con casinos y furcias. Como ya pasó previamente con otros experimentos, la migración fue desde un primer momento masiva por parte de cuentas del entorno de la derecha estadounidense así como de comunidades contrarias a los hechos, como los antivacunas. Huían de la censura, supuestamente ideológica, que cada vez con más frecuencia les imponía las grandes apps.
El follón del fraude de las elecciones, el baneo reciente de comunidades y la intervención a los comentarios con declaraciones falsas del ex presidente Trump han hecho que Parler pase de 3 a 8 millones de usuarios. Una cifra nada desdeñable dada la dura competencia en el actual ecosistema superconsolidado. Pero parece que con un problema hemos topado: cuanta más gente entra en la app, más intervienen a los usuarios.
Es decir, ¿Parler está censurando? Así es, o al menos debería aplicarse ese término si lo entendemos de una forma tan expansiva como buena parte de la gente políticamente movilizada. Sus dirigentes dicen que los términos y condiciones de uso se limitan a las regulaciones “impuestas” por la Comisión Federal de Comunicaciones y la legislación derivada de sentencias de la Corte Suprema, sin embargo, y como pormenorizaban aquí, esas supuestas regulaciones no se aplican a las compañías “social media”, serían los usuarios los que se enfrentarían en caso de poner los posts.
La red social cuyo principal valor es ser un espacio seguro para la libertad de expresión prohíbe el “spam, actividades terroristas, difamación, publicidad no deseada, amenazas, chantajes, pornografía, indecencia, obscenidad” y muchas otras cosas. Curiosamente en su listado Parler incluye la censura de más cosas que las que censura a día de hoy Twitter. Además, con esto dejan claro que sus límites no son puramente legales sino también comerciales: el tema de la censura de desnudos en apps tiene que ver con la censura indirecta de la Apple Store.
También prohíbe “palabras belicosas” o incitaciones a la violencia. La interpretación de qué es “belicoso” y qué no está recayendo desde hace unos meses en 200 moderadores (que Parler no quería tener, ya que parte de su estrategia publicitaria fue insistir en que no moderarían) y que, según acusaciones de parleros de izquierdas, están borrando cuentas de gente de una única cuerda ideológica, acusaciones que no han podido ser confirmadas porque la compañía no quiere hacer declaraciones con el tema, con lo que podrían ser reproches infundados y tratarse de baneos relacionados con otros temas ajenos a la ideología (como en el fondo ocurre con muchas de las protestas de usuarios de derechas en Facebook o Twitter).
Sí que hay al menos un caso confirmado de doble rasero: mientras que Parler sí bloquea a las cuentas más pequeñas si hacen spam, no lo está haciendo con la de Team Trump, una de las más seguidas de la red, vinculada oficialmente al político y que spamea con frecuencia de forma directa a sus seguidores con peticiones de financiación.
Ni siquiera sus participantes se están sintiendo cómodos: en verano de este año Matze tuvo que difundir que empezaría a aplicar más mano dura contra “pornografía y obscenidades”: con eso se refería al posteo masivo en los “replies” de algunos usuarios, en este caso de derechas, con fotos de heces y similares.
La sensación del sector es que Parler, si sigue prosperando, va a necesitar añadir más y más capas de vigilancia e intervención a sus usuarios. Es lo que le ha pasado a todas las grandes compañías. De hecho, tanto Facebook como Twitter tuvieron en un primer momento un fuerte deseo por ofrecer la máxima libertad posible dentro de las plataformas, una estrategia que tiene sentido desde el punto de vista comercial. Ha sido con el tiempo y enfrentándose a contingencias que han tenido que poner más límites.
Esto no significa que no pueda triunfar. De hecho, y como está ocurriendo también en otras nuevas apps, los empresarios se están dando cuenta de que el engagement derivado de voces extremistas, y especialmente desde la extrema derecha, son muy rentables para el crecimiento de sus plataformas. Ahora bien, hay una fuerza que también juega en su contra, la cámara de eco. Aquí tienes la declaración de un activista pro Trump, que lamenta que “no tiene gracia” estar en un entorno donde no tienes a nadie contra quien discutir. Un valor evidente de Twitter es la gamificación de criticar a los que no son de tu tribu.
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