La mitad de la humanidad lleva siglos esperando que algún proceso como el que nos presentó Christopher Nolan en Origen se haga realidad. Poder no ya ser consciente de nuestros sueños y pilotarlos, sino incluso poder interactuar con ese plano de la existencia en el que pasamos algunos de los mejores minutos de nuestra vida. Este es el último y esperanzador experimento al respecto.
Sueños interactivos: así lo define el equipo internacional que acaba de publicar sus resultados en la revista Current Biology. La intención era superar un peldaño más al respecto de lo logrado en anteriores trabajos con sueños lúcidos, esos en los que el sujeto es consciente del escenario en el que está. Hasta ahora los investigadores habían podido comunicarse con estos soñadores en plena acción, escuchando cómo narraban dónde estaban. También hay registros sobre el sueño onironáutico: un soñador le cuenta después a los científicos cómo éste había ido alterando lo que aparecía en su sueño.
Lo que tenemos ahora es que, a muy limitada escala, los evaluadores han podido alterar el sueño del paciente en tiempo real.
Los alistados: 36 participantes de Estados Unidos, Francia, Alemania y Holanda. De ellos se buscaba que algunos pudieran certificar que estaban familiarizados con el sueño lúcido, otros que no y se incluyó también a alguien con narcolepsia. Se le colocaban electrodos y otro equipo de evaluación de sus procesos cerebrales, para poder constatar si respondían estando en sueños o no (minuto 8:18 del vídeo, en inglés).
Se les entrenó previamente para asociar pistas sonoras y visuales (un acorde de violín, un cambio extraño de las luces en la habitación en la que estaban) para permitir la “entrada” de los evaluadores. Cuando habían conseguido establecer la conexión, se les pedía que hicieran una suma matemática sencilla y luego que girasen los ojos de determinada manera para trasmitir la respuesta, que se les pedía que repitiesen una vez más por si acaso.
Cambio de escenario: los pacientes que consiguieron finalizar con éxito el proceso cuentan cómo fue la experiencia. Si alguien estaba, por ejemplo, paseando en sueños por su antiguo barrio, el soñador veía que ahí donde su cerebro concluyó que podría haber números, por ejemplo en la marquesina de un edificio, vio cómo se materializaba tanto la pregunta numérica (3 menos 1) como la respuesta (2) que después se le dijo al revisor. Es decir, que se había alterado de forma efectiva el espacio onírico, siendo las posibilidades científicas de este hallazgo incalculables: ayudar a las personas que tienen pesadillas recurrentes o estrés postraumático, experimentación con conductas indeseadas, etc.
Eso sí, sólo un puñado de situaciones alteradas: del cúmulo de sueños oficialmente registrados con los que se intentó interactuar, un 18% de las pruebas dieron como resultado una comunicación clara y precisa, en un 17% de los casos las respuestas fueron indescifrables, un 3% dieron respuestas incorrectas y en un 60% de los casos los puentes no pudieron ser tendidos.
El ser humano y su afición a cumplir sus “sueños”: tal vez el ejemplo más paradigmático sea el submarino imaginado por Julio Verne, pero ahí están también el marcapasos, al que le ayudó la electro-estimulación descrita por Mary Shelley en Frankenstein e incluso la coincidencia entre los smartphones y los intercomunicadores de Star Trek. Hay toda una rama del saber dedicada a estas sincronías, a cómo nuestras fábulas preceden a las revoluciones tecnológicas hasta el punto en que uno no puede si no preguntarse si, en caso de que no lo hubiésemos imaginado en nuestros libros, habríamos acabado fabricándolo. Lo que sí está claro es que varias décadas de películas de ciencia ficción sobre el control de sueños ya nos han preparado para lo que los científicos del mañana quieran hacer con nuestra fase REM.