La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, fundada en Los Ángeles en 1927, se crea inicialmente para “promover la industria de Estados Unidos”, y cada año retransmite una gala por la que se otorgan millones en derechos publicitarios y en torno a la que se organizan miles de puestos de trabajo y productos de ocio.
Por eso, y aunque muchos cinéfilos hagamos la equivalencia de forma involutaria, viene bien recordar que esta ceremonia no premia a la "mejor película del año", sino al largometraje estadounidense de imagen real (no engañemos a nadie, las categorías de corto, documental o película de animación no tienen demasiado peso) escogido como favorito por 6.000 miembros de una élite que sirve, al mismo tiempo, tanto para validar la película y el talento de los involucrados en ese mundillo como para que la marca "Los Oscar" siga generando credibilidad y mantenga girando la rueda.
De este premio se benefician actores, directores, productores, maquilladores, firmas de alta costura, la industria televisiva, Disney, críticos y periodistas cinematográficos de todo el mundo, y todos ellos dependen en buena medida de que esta cita anual siga interesando al que paga todo lo demás: el público.
Quién te ha visto y quién te ve
Es por eso mismo que mucha gente lleva años preocupada por qué son Los Oscar a día de hoy. Desde el punto de vista estadístico, un certamen un 39% menos importante que lo que lo era cuatro años atrás: sólo 26.6 millones de espectadores vieron en 2018 lo que en 2014 vieron 40. Los ejecutivos saben también que las cifras de seguimiento de la gala son aún más escuetas entre el público joven para el que estos mitos cada día dicen menos.
Hollywood compite con la gala de los MTV, con los Globos de Oro, con las series, Netflix, Instagram, Fortnite, todo YouTube, cualquier otra cosa que echen en la tele o una noche con los amigos. Algunos son viejos rivales; otros, más recientes, y lo único que han conseguido es que se multipliquen las fuentes de ocio (desde luego muchas más que en 1927) que luchan por llevarse nuestras escasas horas de atención.
Paralelamente, si en vez de centrarnos en el dinero generado en taquilla midiésemos el éxito de las películas por las entradas vendidas (y corrigiésemos la variable proporcionalmente al incremento de la población mundial), veríamos que el cine, el sistema de estrenos convencional, se está convirtiendo poco a poco en una actividad de nicho, cada día más lejos de ser ese arte más popular que un día fue.
Por otra parte, darse una vuelta por los medios especializados estadounidenses en los últimos años es ver, en fechas próximas a la ceremonia, una batería de artículos críticos con los premios por el hecho de darle la espalda al cine absolutamente mainstream (como si películas que ganan cientos de millones de dólares en recaudación no fuesen populares). Los periodistas piden que Los Oscar consideren, es más, que premien, a Wonder Woman, las de Marvel o la última de Nolan, que son las obras que realmente el público adora. Les acusan de elitistas y esnobs. Sí, a esos mismos que han premiado a El señor de los anillos y a Titanic y que el año pasado mismo nominaron a Déjame salir y a Dunkerque.
Menos Moonlight y más Black Panther
Cuenta Variety que, días después de que tuviese lugar la 90ª edición de estos premios, varios ejecutivos del grupo Disney-ABC (que posee los derechos televisivos de la retransmisión hasta 2028 y que paga a la organización por ello 75 millones de dólares cada año) se reunieron con los organizadores de la gala para lanzarles un mensaje: os estáis acercando a la irrelevancia. Las mediciones con las que cuentan, además, son muy precisas: saben cuándo el público deja de ver la retransmisión y se iba a otro canal. Les dieron varias soluciones, cambios que podrían aplicar para mejorar sus cifras de audiencia. Han aceptado tres, como hemos visto todos en el anuncio que hicieron público ayer mismo:
Crear un galardón excepcional para la Mejor Película Popular para contentar a la industria (Warner, Disney) y sobre todo al público, abriendo la ceremonia a una audiencia potencialmente mayor: a la gente le sonarán más películas de las que se presentan y, tal vez así, decidan ver la gala.
Recorte de la retransmisión de algunos de los premios (seguramente los más técnicos) para aligerar la cita, que pasará de durar cuatro a tres horas y tendrá así una mayor capacidad de retención de sus espectadores.
Adelanto de la retransmisión de marzo a principios febrero para no alargar la “temporada de premios”, que ya comienza con los Globos de Oro en enero, y que por su dilación genera agotamiento tanto para los agentes de industria como para los espectadores.
Como tendemos a no estar contentos con nada, mucha gente del ramo se ha quejado de la decisión:
El primer y más lógico reproche es que, creando una categoría exclusiva y diferenciada, se lanza el mensaje de que esas películas populares (o incluso que la misma idea de “cine popular”) no son tan meritorias como las que sí ganen el gran premio, Mejor Película. Como si recaudar mucho dinero en taquilla fuese una condición de limitación de la capacidad artística de una obra. La AMPA ya ha dicho que las nominadas a una categoría también podrán estarlo en la otra, pero todos sabemos que, habiendo una etiqueta particular, será más difícil que un taquillazo se lleve el premio gordo.
Esto es así porque, de todas formas, el galardón de Mejor Película sigue funcionando como incentivo publicitario y herramienta de marketing propio para todo un subgénero cinematográfico: el “quality cinema”, las películas que “cebo de Oscar”, los filmes de medio presupuesto que llegan a las carteleras en otoño e invierno.
Se estima que las ganadoras a Mejor Película suelen generar después un extra de unos 14 o 15 millones de dólares en taquilla y los managers de estrellas dicen que sus clientas que reciben el premio a Mejor Actriz ven crecer de un año para otro un 20% su caché. Estas cifras son migajas para los Star Wars, pero para muchos productos de esta industria son un balón de oxígeno del que puede depender seguir en activo o no. ¿Lo peor de todo? Que lo de hacer girar tu producción en torno a los Oscar es una estrategia de promoción en decadencia: las pelis que ganan premios en el Dolby Theathre cada vez hacen menos dinero en taquilla.
El segundo reproche es justamente el contrario. En lugar de apostar por atraer al público a productos diferentes, tal vez educando al espectador a que se abra a experiencias cinematográficas que se salen de su zona de confort, añadir la categoría popular es ceder a la presión económica, demográfica y capitalista que ha llevado a los estudios a invertir cientos de millones en un puñado de productos seguros para todos los públicos. Esos reboots, secuelas y pelis de tíos en mallas de los que tan amargamente se queja mucha gente (normalmente después de haber ido a verla y sentirse decepcionados) de ser obras caducas, insustanciales, y faltas de ideas.
Porque sí, puede haber blockbusters buenos, pero estamos hablando de crear una categoría donde tendrán que competir nueve de ellos entre sí. Nueve blockbusters “merecedores de Oscar” al año.
Cómo seguir siendo cultura de masas un siglo después
Pero la explicación a si la inclusión de esta nueva categoría es una buena decisión o no la seguimos teniendo en la comprensión de qué son Los Oscar en sí mismos. Es decir, una herramienta de validación de la propia industria cinematográfica estadounidense que funciona si ella misma sobrevive. De nuevo, los Oscars no premian a la “mejor película” del año porque ninguna película extranjera, documental, de animación, que dure menos de 72 minutos o de fuera de su mundillo profesional tiene papeletas (o casi) para ganarlo.
El informe anual de 2016 de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas decía que la empresa se gastó 44 millones de dólares en la creación y “actividades relacionadas” de los Oscar. 22 millones en el show, casi dos millones en la Fiesta anual de los miembros del consejo de Los Oscar, etc. En la parte de ingresos, la Academia recaudó 113 millones, la mayoría de ellos a través de ABC-Disney y el dinero por la cesión de los espacios publicitarios que hemos mencionado antes.
Asimismo, en 2015 ABC ganó 110 millones gracias a esas tarifas de publicidad de su transmisión, y eso contando con que 2015 fue un año muy bueno si lo comparamos con el desastroso 2018. Es decir, si el dinero que genera la gala empieza a ser un juego de suma cero, sin beneficios, nada de esta conversación tendría sentido.
Los Oscar han hecho lo que tenían que hacer para salvar a corto plazo su organización de la fuga de capitales. Lo que no está claro es qué repercusiones tendrán estas pequeñas pero significativas decisiones en todo el sector de la cultura cinematográfica mundial.
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