Penalizar a los solteros sin hijos en el trabajo es un error: ellos también contribuyen a la sociedad

Vivir para trabajar o trabajar para vivir. A veces esta disyuntiva se nos aparece en forma de reparto de tareas extraordinarias. Una escena que se repite en multitud de trabajos del mundo es que, ante una plantilla insuficiente, alguien tendrá que “pringar” unas horas después del horario oficial, renunciar a un fin de semana, sacrificar las fechas de sus vacaciones para que elijan antes otros, etc. Es entonces cuando los trabajadores con esposo o hijos parecen ganar la partida: quédate tú, Luis, que yo tengo que ir a recoger a las niñas y tú estás soltero.

El estigma del soltero: el argumento para que los solteros cedan en derechos de elección ante la gente casada y con hijos es una suerte de discriminación positiva. Como estos hombres y mujeres no tienen cargas justificables e ineludibles, como son unos egoístas sociales frente a los demás, pueden aguantar más. No se sacrifican por formar familias, con lo cual, según nuestra visión cultural, toda su vida se centra en ellos mismos. ¿Qué más les da quedarse unas horas más? Si hay que hacer un reajuste de plantilla, ¿qué más les da irse ellos al paro?

La "contribución a la sociedad" en disputa: aunque el estereotipo dice que los jóvenes y solteros viven vidas más atomizadas, la realidad es que, según los estudios, estas personas mantienen más activamente las relaciones con sus amigos, vecinos, hermanos y padres. Incluso las parejas sin hijos tienden más al aislamiento social que la gente soltera. Con el tiempo, los hijos solteros son los que toman desproporcionadamente más veces la carga de cuidado de los padres mayores y de los familiares dependientes. También participan en más actos públicos sociales y realizan más actividades de voluntariado.

Y la contribución al trabajo: porque el empleado soltero, libre, también muestra según los estudios más propensión a actualizarse y crecer laboralmente que los que están casados. También, al ser más autónomos, están más en desacuerdo con sus colegas, lo que ayuda a que la plantilla tenga mayor pluralidad de opiniones y sea más difícil que se tomen malas decisiones empresariales sólo por seguir la corriente.

Familias oficiales vs. familias elegidas: también se castiga a trabajadores sin cargas familiares aparentes por la misma institucionalización de la familia. Es fácil sentirse vindicado si dices que vas a cuidar de tu hijo, pero igual no tanto si quieres hacerlo de un amigo, aunque seas su único apoyo emocional. Es casi impensable que se le apruebe una petición de jornada intensiva, flexibilidad horaria o reducción de la jornada a un soltero sin hijos, cuando es posible que lo necesite tanto como un padre.

Repensar las instituciones familiares: nuestro país, como la mayoría, cuenta oficialmente con diversas ventajas fiscales para los matrimonios y los padres. En el terreno laboral, y al margen de las cláusulas comunes a todos los trabajadores, las empresas también cuentan con prerrogativas para compatibilizar. Todas las políticas de conciliación aprobadas giran en torno al cuidado de hijos o familiares dependientes de hasta un segundo grado de consanguineidad. Y todo ello, mientras el porcentaje de solteros va en aumento y el de natalidad va mermando.

Y todo esto sin tener en cuenta a los individuos: porque sí, hemos analizado todo esto desde un punto de vista utilitario, de la contribución individual a la sociedad, pero la teoría es que todos tendríamos el derecho a gozar de una saludable vida personal, al margen de cuáles hayan sido nuestras elecciones familiares.

Cuál sería la solución ideal: número primero, cambiar todo el sistema de horario laboral español, con sus dos horas de comida intermedias. Y segundo, reducir el número de horas de trabajo que supone la jornada completa.

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