De tanto en cuanto, entre tantas historias de horror y tristeza, la magia sucede y el ser humano se convierte en el ser solidario y social que toda fábula ideal aspira a conseguir. Y, a veces, el detonante es un simple pez.
Situación: un señor o señora anónimo se marcha de vacaciones y cae en la cuenta de que no puede trasladar a su pez, Pesesín, consigo. ¿Qué hacer? Alternativas: abandono, ayuda amiga, endosarle el asunto a un familiar. Solución genial: dejar a Pesesín en el rellano, adjuntar un cartel solicitando la colaboración vecinal y lograr un hito viral y la cooperación solidaria y feliz de todo un bloque de pisos.
Éxito instantáneo: la historia, narrada por @Nuria_GMz en este pequeño hilo que acumula la vertiginosa cantidad de 33.000 retuits y 60.000 corazoncitos, se ha repartido por los cuatro rincones de la red por lo entrañable del asunto. ¿Quién iba a pensar que el mejor modo de lograr la colaboración entre vecinos, relaciones a menudo tortuosas, era cambiarle el agua a un diminuto pez anaranjado?
La historia comienza cuando el dueño de Pesesín, que así se llama el bicho, deja un cartel en uno de los múltiples espacios públicos del edificio: "Me voy unos días de vacaciones y no me dejan llevar a PESESÍN. Necesito vuestra ayuda para que le deis de comer, solo se le debe echar una vez al día. Dejo la comida y un cuadro para saber cuando comió".
Al levantar la vista, los vecinos podían toparse con, en efecto, Pesesín, dormitando en su pecera y rodeado de botes de comida.
Lejos de todo cinismo, los vecinos del dueño se tomaron la tarea bastante en serio y poco a poco comenzaron a organizarse sin mayor planificación, de un modo armónico y similar al de una mente colmena, para que el pez estuviera limpio y bien alimentado. El papel se llenó de anotaciones varias ("no echar tanta comida", "quién es el dueño", etc.) y de gratas sorpresas: sin haber recibido instrucciones, algunos decidieron cambiarle el agua.
La idea, tan genial pero tan a merced del cinismo diario, y la reacción colaborativa de los vecinos (aprende, Airbnb) despertó la ternura generalizada en Twitter, que se volcó en el pez. Como Nuria cuenta más adelante, los vecinos incluso comenzaron a comprar botes de comida cuando el pez se quedaba sin ella. Una mascota 100% comunitaria.
El ejemplo de Pesesín es bastante singular (un pez, una mascota por lo general bastante inane, despertando la ternura y los sentimientos de paternidad de todo un bloque de pisos), pero ilustra cómo las comunidades locales son capaces de autogestionar tareas relativamente complejas. Y bien podría insertarse en la larga tradición de proyectos colaborativos que buscan aunar esfuerzos y mejorar la convivencia entre vecinos.
Ideas como La Escalera ponen el acento precisamente en este tipo de comportamientos: invitan a compartir WiFi entre los vecinos (aquellos que aún no tengan), a regar las plantas de unos y otros cuando haga mucho calor y sus dueños no puedan hacerlo, a resolver problemas en comunidad e, incluso, a subirse la compra los unos a los otros. Un quid pro quo permanente que humanice las gigantescas colmenas vecinales españolas.
En ese sentido, Pesesín es su vuelta de tuerca ideal: si en La Escalera lo único que se pone es un gráfico y unas pegatinas que cada vecino se puede colocar en el buzón ("te riego las plantas, te invito a café"), en la historia de Pesesín la dinámica es la misma, aunque más finalista (lograr que un pez sobreviva a las vacaciones de su dueño).
El resultado en ambos casos es el mismo: de forma orgánica y basados en un principio básico, la buena voluntad, los vecinos se ayudan los unos a otros (sin mayor exigencia o contrapartida: se hace porque se quiere echar una mano de forma altruista) y logran solucionar sus problemas diarios a través de la convivencia y la solidaridad. Y de paso, logran un hito viral en Twitter gracias al ya pez más célebre del país, el inocente Pesesín.
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario