Desde una de las paredes de la escalinata que sube a los cuartos del Palacio de Kensington, siete figuras pintadas siguen los pasos del visitante. Siete cortesanos, favoritos del rey Jorge I. Todos engalanados con ropas vaporosas. Todos, y cada uno, atentos a los diferentes puntos de la escalinata. Entre los siete destaca por su gesto desenfadado un adolescente de chaqueta verde. Luce una tupida y revuelta cabellera morena, párpados caídos, gruesos labios y una sonrisa misteriosa que no desentonaría en el rostro de la mismísima Gioconda.
Durante años el misterio de esa cara (retratada en el siglo XVIII por el pintor Willian Kent) azuzó la curiosidad de Lucy Worsley, escritora e historiadora. La también responsable de Historic Royal Palaces llevaba años preparando un libro sobre los cortesanos de Jorge I y II, lo que le llevó a bucear en el pasado de ese joven de rizada melena: Peter the Wild Boy, personaje fascinante que había servido de atracción a los cortesanos ingleses en tiempos de los primeros soberanos de la Casa de Hannover.
Durante siglos se había sospechado que Peter era autista. Worsley sin embargo intuía que aquel retrato de las escaleras de Kensington ocultaba algo más.
La historiadora tomó una copia del mural y acudió a Phil Beale, profesor de Genética del Institute of Child Health. Tras examinarla, el experto corroboró sus sospechas: Peter padecía el Síndrome de Pitt-Hopkins, identificado en 1978, una "enfermedad rara" que (además de por los rasgos físicos que presentaba el joven y otros, como fosas nasales separadas o amplio paladar) se caracteriza por déficit intelectual, retraso en el crecimiento o ausencia de lenguaje.
La revelación permitió redescubrir desde otra perspectiva la vida de un personaje fascinante, con un periplo de cine. Peter the Wild Boy es de hecho un curioso Mowgli europeo en la corte inglesa. A diferencia del célebre personaje de la novela de Rudyard Kipling, el alemán terminó sin embargo convertido en un freak en Londres.
De los bosques de Sajonia a la corte
Peter the Wild Boy surgió de la nada en 1725. Un caluroso día de verano de ese año un grupo de aldeanos lo encontró desnudo, deambulando a cuatro patas por un bosque de Hamelín, la localidad de la Baja Sajonia conocida en todo el mundo por su famoso flautista. Por entonces Peter tenía unos 12 años, se mostraba arisco y no articulaba palabra. Se dice que el joven se alimentaba de hierba, hojas y musgo y que cuando vio al grupo de hombres se refugió en lo alto de un árbol. Para llegar a él hubo que derribarlo.
Nadie pudo explicar dónde había salido el niño. La versión más extendida apunta a que lo habría abandonado su propia familia al darse cuenta de su discapacidad. Cuando aquella curiosa historia llegó a oídos del rey Jorge I de Inglaterra (oriundo de la vecina Hannover, donde estaba de visita) quiso conocer al joven. A petición del soberano lo sacaron del calabozo donde estaba confinado y lo acicalaron para que cenara con George en su palacio de Herrenhausen.
Fue entonces cuando recibió el nombre de Peter. Al monarca le divirtió la visión del joven, que seguía sin pronunciar palabra, comía con las manos y se resistía a regirse por las normas del decoro.
Poco después mandaba que trasladaran a Peter a Londres, donde la noticia causó expectación. The Wild Boy, el niño que (se murmuraba) había vivido solo y aislado en el bosque, criado por lobos u osos, inspiró poemas, baladas... Incluso le modelaron una estatua de cera. El "joven salvaje" no solo era una distracción para la ociosa corte inglesa. Brindaba una oportunidad única a filósofos y científicos en sus debates sobre los misterios de la naturaleza humana. Hacía menos de medio siglo de la muerte de Thomas Hobbes, solo un par de décadas desde la de John Locke y faltaban escasos años para que Rousseau escribiese su obra Emilio.
En la corte londinense los modales espontáneos de Peter causaron furor. Los sirvientes del rey sudaban para embutirlo en el traje verde y calzarle los calcetines rojos que le habían preparado. También intentaron sin éxito que durmiese en la cama, en vez de acurrucado en el suelo, en una esquina del cuarto, como prefería el joven.
De aquel período circulan muchas anécdotas: cómo Peter solía buscar nueces en los bolsillos de los cortesanos, su fascinación por un reloj de bolsillo... También el miedo que pasó al ver por primera vez cómo un hombre se quitaba las medias. ¡Creyó que estaba despellejándose las piernas! "Se corrió el rumor de que, en violación de todo decoro civilizado, se había apoderado del bastón del Lord Chambelán y se había puesto el sombrero ante Su Majestad", relata un divertido testimonio de la época del que se hacía eco en el verano de 2011 la BBC.
Desaparición, caída en desgracia y regreso
A pesar de que se encomendó al médico y escritor John Arbuthnot que enseñase a hablar a Peter, el pobre escocés solo consiguió que su pupilo murmurase dos palabras: su propio nombre y el del rey. The Wild Boy se convirtió en una diversión muy apreciada por la princesa Carolina de Branderburgo-Ansbach, consorte de Jorge II.
El capricho mudable de la Corte no tardó sin embargo en entrar en juego y tras la muerte de Carolina, durante el invierno de 1737, asignaron a Peter una pensión y lo enviaron a una granja cerca de Berkhamsted, en Hertfordshire. Allí se aficionó a las largas caminatas sin rumbo. En uno de esos periplos se cuenta que se perdió y pese a todos los intentos por encontrarlo no se supo de él hasta tiempo después. La forma en que Peter reapareció fue de hecho más sorprendente que su primera aparición, en 1725.
El 22 de octubre de 1751 se declaró un terrible incendio en la parroquia de St. Andrew, en Norwich, a unas cien millas (160 kilómetros) de la granja de la que había salido Peter. El fuego desató unas llamas voraces y una densa humareda que obligó a desalojar la cárcel cercana. Entre los presos que hubo que evacuar había un vagabundo robusto, de aspecto desaliñado y pelo desgreñado que solo alcanzaba a pronunciar de forma entrecortada dos palabras: "Peter" y "Rey George".
Las mismas que años antes había aprendido en la lujosa Corte de los Hannover, en Londres. Los confundidos parroquianos no tardaron en entender que se trataba de The Wild Boy (por entonces, ya The Wild Man). Para evitar que se volviese a perder, sus tutores le colocaron una especie de collar, similar al que lucen los animales, con una inscripción que en la que se le identificaba tanto a él como a la granja en la que vivía. La pieza se conserva aún hoy.
A pesar de ese gesto cruel, parece que Peter se sentía querido y trabó una fuerte relación con sus protectores. Tras la muerte de su último cuidador, Thomas Fenn, The Wild Boy cayó en una profunda depresión. Se negó a comer y falleció en cuestión de días, en febrero de 1785, se supone que con cerca de 72 años. Hoy lo recuerda (además de la pintura en el Palacio de Kensington) una pequeña lápida en el cementerio del St. Mary's Northchurh. Más de dos siglos después de su muerte se sigue recordando su figura y su tumba permanece decorada con flores.