El poder de sugestión de la mente juega un rol importantísimo en nuestro proceso de curación, y gracias al reciente apoyo financiero a Ted Kaptchuk, profesor de medicina en Harvard e investigador que ha dedicado su vida a este efecto, puede que en el futuro sepamos aprovechar al máximo sus posibilidades.
La noticia: en una serie de tests realizados por Kaptchuk y otros desde 2016, espalda se le dio a casi 50 sujetos con dolor crónico los mismos analgésicos que se les venían recetando anteriormente y al otros 50 unos placebos de glucosa, pidiendo al segundo grupo que tomasen dos píldoras al día al tiempo que se les advertía de que esas pastillas, teóricamente, no hacen nada. En promedio, el grupo que continuó con el tratamiento anterior notó una reducción del 9% en su dolor habitual, una reducción del 16% en el dolor máximo y ninguna reducción en la discapacidad. Los que tomaron placebos a sabiendas experimentaron una reducción del 30% en el dolor habitual y máximo y una disminución del 29% en la discapacidad. Otros tests anteriores de Kaptchuk y de otros tantos científicos confirman la hipótesis: hay un porcentaje significativo de gente que, aunque sepan que están siendo tratados con patrañas, ven mejorar su salud.
Dos tipos de placebos: como sabrán los que alguna vez se han cruzado con estudios médicos, el placebo se utiliza desde hace décadas para llevar a cabo el llamado doble ciego: para saber si un medicamento funciona de verdad, se le da a un grupo el fármaco elaborado y a otro se le engaña con un compuesto inocuo, y después se comparan los resultados. Este tipo de placebo, por el que el paciente no es consciente de estar siendo engañado, se denomina impuro, y los doctores los usan con bastante frecuencia, como por ejemplo al hacer pruebas excesivas o recetar antibióticos para supuestamente curar ciertas infecciones virales cuando lo que se hace es intentar calmar la ansiedad del paciente. El placebo puro es el caso del experimento de Kaptchuk, tratamientos honestos de pastillas de azúcar o inyecciones salinas, y la relativa novedad científica: según el científico, y dado que funciona, debería contemplarse su posible uso en consultas.
Imaginación al poder: nada de esto es nuevo para los médicos. Se dice que el efecto placebo representa entre un 30 y un 45% de las respuestas positivas a los antidepresivos; que los soldados tienden a declinar más fácilmente el uso de morfina para rebajar su dolor (son más tolerantes, probablemente por haber sufrido dolores más profundos) que los civiles; el efecto nocebo (la profecía autocumplida de que un compuesto nos hará sentirnos mal) representa al menos una parte del aumento actual de personas con intolerancia al gluten, a la lactosa y otro tipo de alergias alimentarias; por último, se ha demostrado que el trato al paciente, la atención que nos presten los médicos y la certidumbre sobre qué nos pasa juega un papel importante a la hora de sanar algunas dolencias.
Pero no vale para todo: por supuesto no en todas las situaciones médicas el placebo va a ayudarnos. Se ha demostrado que es especialmente efectivo para afecciones de denominada "autoobservación", como dolor, náuseas o fatiga. Por eso mismo sus terapias sobre el dolor de espalda, la fatiga del cáncer o trastornos como el síndrome de colon irritable han demostrado ser exitosas para paliar el sufrimiento. No así, por supuesto, para cuando queremos que el paciente baje los índices de colesterol o, bueno, curar un cáncer. Por eso es importantísimo que los médicos hagan una evaluación ética del uso del placebo.
Ya es un negocio: es fácil pensar en lo controvertido de este asunto cuando se habla de homeopatía, tan criticada y potencialmente tan peligrosa. Pese a las críticas de la comunidad médica, muchos pacientes de homeopatía dicen sentirse mejor después de tomar sus compuestos, y no es dañino (salvo para el bolsillo) siempre que el sujeto no deje de seguir con las recomendaciones de los médicos profesionales. Lo que propone Kaptchu sería, en cierta forma, acercar los principios de los chamanes a la consulta tradicional, pero se le están adelantando: ya hay gente que vende en Estados Unidos placebos puros (es decir, botes de “placebo”) a 15 dólares la caja.