Tras años de aparente tranquilidad, Armenia y Azerbaiyán han vuelto a entablar hostilidades a cuenta de Nagorno Karabaj, una región de mayoría armenia perteneciente formalmente a Azerbaiyán desde su independencia. Durante los últimos tres días, grupos armados de Nagorno Karabaj y tropas regulares armenias y azeríes han intercambiado ataques, disparos y víctimas mortales, en la escalada de violencia más importante que ha atestiguado la región del Cáucaso desde la guerra entre Georgia y Rusia por el control de Osetia del Sur. A mitad de camino entre Europa y Asia, el Cáucaso vuelve a ser un polvorín.
En rigor, nunca ha dejado de serlo. La resurrección del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán tiene poco de sorprendente, dado que tan sólo se había mantenido apagado, pero latente, desde su teórica resolución a mediados de los noventa. Entonces, la comunidad internacional logró resolver las disputas territoriales y políticas entre ambos países con una paz frágil y con un status quo que no contentaba a ninguno de los dos, pero muy especialmente a Armenia, aislada y alejada de las minorías étnicas cristianas residentes en Azerbaiyán, de mayoría musulmana. Ahora, la guerra vuelve a estar a la vuelta de la esquina.
Y podría arrastrar en su camino a otras potencias. Turquía, Rusia e Irán observan con inquietud el desarrollo de los acontecimientos. ¿Pero qué está pasando y por qué podrían protagonizar el próximo gran conflicto bélico de Asia menor?
¿Qué es Nagorno Karabaj, para empezar?
La historia del Cáucaso es un relato de divisiones, reivindicaciones históricas y conflictos de influencia entre tres grandes potencias. Nagorno Karabaj es sólo uno de los muchos resultados socio-políticos de tan explosivo combo. Ubicada en el corazón de Azerbaiyán, la región está habitada de forma mayoritaria por armenios cristianos, pero pertenece de iure al país azerí. Es un mero formalismo: desde mediados de los noventa, cuando la población de la región se levantó en armas apoyada por el gobierno armenio y declaró su independencia, administra sus propios asuntos. Pero sin reconocimiento internacional.
Nagorno Karabaj es uno de los muchos estados fantasmas que pueblan los antiguos límites de la Unión Soviética, al igual que Abjazia, Osetia del Sur o Transnistria. Todos ellos poseen autonomía política de facto, pero son parte nominal de otros estados. Las raíces de todos ellos se pueden rastrear en el explosivo proceso de expansión territorial del Imperio Ruso primero y de la Unión Soviética después. El Cáucaso, de forma particular, siempre fue un nido de etnias, lenguas, culturas y religiones sólo amalgamadas por la soberanía tardía de los zares. Las poblaciones, al igual que en Europa, vivían mezcladas.
Cuando la Primera Guerra Mundial hizo saltar por los aires la frágil soberanía rusa, tanto Armenia como Azerbaiyán como Georgia, las tres regiones transcaucásicas, organizaron sus propios estados-nación (también a expensas del decadente Imperio Otomano). Durante el proceso, chocaron entre sí por el escaso territorio del istmo, reivindicando su soberanía sobre regiones solapadas. Cuando la Unión Soviética recuperó los territorios, en el contexto de la guerra civil rusa, los reorganizó a su modo. Y lo hizo ahondando en sus divisiones étnicas. Así, Azerbaiyán fue separada de Nakhchivan, antigua provincia persa de población azerí, y Armenia, de Nagorno Karabaj.
La primera quedaría como un brazo de tierra entre Armenia y su frontera histórica con Irán. La segunda, como un enclave armenio, aunque también poblado por azeríes, dentro de Azerbaiyán. Nagorno Karabaj, además, obtuvo la categoría de oblast autónomo dentro de la República Socialista de Azerbaiyán, un estatus diferenciado que, en el esquema interno de los gobernantes de la Unión Soviética, buscaba minar el poder territorial de las entidades federales del imperio. El equilibrio, muy complejo, como se aprecia, se quebró cuando el poder central de Moscú se vino abajo tras la caída del muro de Berlín, a finales de los '80.
¿Qué pasó en la guerra de los '90?
El dominio de la Unión Soviética había apagado los fuegos de la breve guerra que enfrentó a Armenia y a Azerbaiyán durante los años veinte, pero no los había extinguido. Durante las décadas subsiguientes, los habitantes de Nagorno Karabaj, armenios en su mayoría, mostraron su voluntad de reincorporarse a la República Socialista Soviética de Armenia. En 1988, coincidiendo con la perestroika y la mayor apertura política promulgada por el gobierno de Gorbachov, los medios de comunicación, el gobierno y las figuras políticas armenias, a un lado y a otro de la frontera, solicitaron reunificar ambos territorios.
La tensión creció. El gobierno y las figuras políticas azeríes reafirmaron su soberanía sobre Nagorno Karabaj. En las calles de la región, armenios y azeríes se enzarzaron en disturbios y acciones violentas de diverso calado. La agresividad se extendió de forma transversal y el conflicto adoptó tintes étnicos: diversos ataques civiles y discriminados tanto contra población armenia como azerí se registraron en Kirovabad, Baku (capital de Azerbaiyán), Sumgait y Askeran. Poco después se inició el conflicto bélico: Armenia y los separatistas de Nagorno Karabaj, que declararían su independencia en 1991, y Azerbaiyán.
La guerra duró seis años, y resultó en una victoria armenia. Azerbaiyán contó con el apoyo directo de rebeldes chechenos y otros grupos islámicos, además de con la ayuda indirecta de Turquía. La participación del estado turco no fue trivial: los azeríes son musulmanes y túrquicos, y se enfrentaban a Armenia, territorio tradicionalmente enfrentado a Turquía tras el genocidio armenio cometido por el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial (y aún hoy, no reconocido por el gobierno turco). Armenia fue apoyada por Rusia. En 1994, se firmaba la paz: Armenia y Karabaj se habían impuesto a Azerbaiyán.
¿Qué sucedió tras el conflicto bélico?
Por un lado, que miles de personas murieron (el recuento total se eleva por encima de los 20.000 muertos). Por otro, que centenares de miles de armenios y azeríes se vieron desplazados: los primeros, huyendo de las numerosas persecuciones a las que fueron sometidos en los territorios azeríes que tradicionalmente habían habitado; los segundos, dejando atrás los ataques de la población armenia de Nagorno Karabaj. Fue una guerra larga y costosa.
Y fue una guerra sin clara resolución. La mediación de las potencias internacionales estableció que, pese a las ganancias militares de las fuerzas armenias, Nagorno Karabaj seguiría formando parte de Azerbaiyán. Sobre el terreno la situación era diferente: los rebeldes de Karabaj, apoyados por Armenia, no sólo habían logrado mantener la independencia virtual de su territorio, sino que habían extendido el ámbito de su poder a otras comarcas cercanas. El Grupo de Minsk, articulado para resolver el conflicto, cedió a ambas partes: Karabaj tendría una amplia autonomía, pero Azerbaiyán mantendría su soberanía.
Los acuerdos de Bishkek, en teoría, desmilitarizarían la zona, facilitarían la conexión entre Armenia y Nagorno Karabaj a través del corredor de Lachin y harían lo propio entre Nakhchivan y Azerbaiyán. Desde 1994 el conflicto bélico se ha apaciguado, pero eso no ha evitado que, a lo largo de los años, hayan surgido nuevas tensiones y disputas. En 2008, un año de especial turbulencias en todo el Cáucaso, milicias armenias y tropas azeríes intercambiaron hostilidades en el sector norte de la frontera de Karabaj. Una decena de personas perdieron la vida. Ante todo, la situación puso de manifiesto lo débil del alto el fuego.
¿Y qué está pasando ahora exactamente?
Algo parecido. Pese a los intentos del Grupo de Minsk, ninguno de los dos gobiernos involucrados, amén de la República de Nagorno Karabaj, autoproclamada, han llegado a algún punto de acuerdo. En esencia, la región sigue siendo disputada en términos semejantes a los narrados con anterioridad, hace prácticamente un siglo. Durante los últimos días, tanto Armenia como Azerbaiyán han intercambiado acusaciones de violación del alto el fuego. El ejército azerí ha comunicado la muerte de doce soldados y más de un centenar de incursiones armenias en territorio propio y desmilitarizado. El gobierno de Karabaj afirma que doce civiles han muerto por culpa de incursiones azeríes.
Al parecer, podría haber alrededor de un centenar de soldados armenios muertos, aunque es complicado saber si pertenecen al ejército de Armenia o a las milicias de Nagorno Karabaj, dado que Azerbaiyán no distingue entre unas y otras. La retórica de ambos países también se ha extremado: "En el caso de provocaciones armenias continuadas, lanzaremos una operación a todos los niveles a lo largo de la línea fronteriza", afirmó ayer el portavoz del Ministerio de Defensa de Azerbaiyán, Vagif Dargahly. Algo que parecen confirmar desde Karabaj, denunciando bombardeos con morteros de 152 mm de calibre.
Según cuenta The New York Times, voluntarios armenios, al igual que en los enfrentamientos de los noventa, están llegando a Nagorno Karabaj, donde ya se vive un ambiente de plena guerra. Son situaciones que se han repetido con anterioridad en la región, pero no a este nivel, y que han provocado las llamadas al apaciguamiento por parte del gobierno de Vladimir Putin. El domingo, Azerbaiyán declaraba de forma unilateral un alto el fuego, pero los combates entre unas fuerzas y otras se han mantenido vivos durante los últimos dos días. Hoy, en cualquier caso, se ha declarado un alto el fuego conjunto.
¿Y qué papel juegan las potencias internacionales?
La intervención internacional, especialmente la rusa, fue clave para detener la hostilidades en 1994. Desde entonces, como casi cualquier otro evento relativo al área de influencia de Rusia, las disputas entre Armenia y Azerbaiyán han tenido poca proyección mediática. Ahora la cosa podría cambiar: Oriente Medio vive un momento de alta inestabilidad, y tanto Rusia como Turquía, dos potencias históricas enfrentadas por sus esferas de influencia, han tenido un papel activo en el conflicto sirio. No sólo eso, sino que han llegado a chocar: un avión turco derribó a uno ruso, provocando el consecuente enfado de Moscú.
Tayyip Erdoğan, presidente turco, se ha mostrado particularmente beligerante durante los dos últimos días, reafirmando su apoyo a Azerbaiyán en términos agresivos. Tanto Putin como Erdogan articulan su retórica política interna en torno a su prominencia en las relaciones internacionales y, como se pudo apreciar en el caso de Siria, su relación está deteriorada. En el caso de Nagorno Karabaj, están condenados a enfrentarse: Azerbaiyán es un país musulmán y túrquico, mientras que Rusia es el único apoyo de Armenia en la región. El ejército ruso cuenta con una base permanente en el país caucásico, cuyo recelo de Turquía, estado heredero del Imperio Otomano responsable del genocidio, es público.
A nivel histórico, por otro lado, el Cáucaso es un punto de conflicto entre ambas potencias, cuyos límites chocan, además, con la influencia iraní. Si las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán continuaran, es posible que ambos países, Turquía y Rusia, utilizaran el escenario como una guerra proxy. Se trataría de un escenario similar al de Ucrania, donde rebeldes del Donbass combaten las fuerzas ucranianas con apoyo del Kremlin, o al de Siria, donde Irán, Arabia Saudí, Rusia y Turquía juegan papeles indirectos. El escenario bélico es plausible, pero la escalada debería ser mayor a lo largo de las próximas semanas.
Sea como fuere, es un escenario ideal para que ambas potencias se enfrenten de forma directa. Tras su intervención en Siria, Vladimir Putin podría estirar, una vez más, los resortes de la OTAN posicionándose frente a Turquía, miembro de la alianza. Ha sucedido antes tanto en Siria como en los países bálticos. Como recordaba el Financial Times en febrero, la tensión entre ambos gobiernos es muy alta. El escenario de Armenia vs. Azerbaiyán posiciona automáticamente a Rusia y Turquía frente a frente (tanto a nivel geopolítico como desde un punto de vista histórico) en un momento de alta volatilidad. ¿Es un riesgo real?
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