"La clase media es la que más ha sufrido la crisis". Cuántas veces no nos habremos cruzado con este mantra. Lo repiten políticos, tertulianos, periodistas, analistas, el vecino, incluso nosotros mismos. El problema es que, la verdad, no hay muchas razones para pensar que sea cierta.
La historia, como cualquier otra, tiene tres ingredientes: un protagonista, clase media. Una acción que se le aplica, o que le sobreviene: ser la que más ha sufrido. Y un marco temporal: la crisis. Para comprender por qué la idea de fondo es cuestionable, lo mejor es considerar cada elemento por separado.
¿Qué es "la clase media"?
El primer problema con el que nos encontramos es que todos somos de clase media cuando nos preguntan nuestra percepción. Sea en la barra de un bar o en una encuesta del Instituto Nacional de Estadística. Pero claro, sabemos que esta apreciación individual no representa adecuadamente la situación global: hay clases, hay barrios favorecidos y desfavorecidos, familias que lo pasan peor y mejor, personas con estudios y esperanzas en la vida o con deudas y miedos. La "clase media" tiene que estar, por lógica y semántica, en algún punto intermedio de esta distribución.
Cuando uno se pregunta a qué clase pertenece, la cuestión se divide en tres: qué hago, cuánto gano con lo que hago y cuánto tengo. En otras palabras: nuestros recursos económicos provienen principalmente de las rentas de nuestra ocupación (salario) y de la riqueza que acumulemos (junto a intereses, beneficios por venta e inversiones, etcétera).
Hace un siglo, la barrera entre quienes disponían del capital y quienes sólo tenían su fuerza de trabajo era enorme: propietarios versus obreros y campesinos, con unos pocos profesionales liberales. Pero en las últimas décadas, sobre todo después de la II Guerra Mundial, los salarios de los trabajadores han aumentado progresivamente. También lo ha hecho la especialización dentro de las empresas, dando lugar a una gran cantidad de posiciones técnicas, cargos de nivel medio, o supervisores.
Por último, los "profesionales liberales" se han convertido en un grupo abundante. Ya no son sólo abogados y médicos. También arquitectos, aparejadores, programadores, diseñadores, consultores de todo tipo. La clase media se construye precisamente con estos mimbres: personas con una renta suficiente como para poder cubrir algo más que las necesidades básicas, e incluso ahorrar o invertir acumulando cierta riqueza en forma de viviendas, depósitos bancarios, planes de pensiones, acciones.
Midiendo las clases
La manera más fácil y rápida para localizar a esas personas en una estadística es utilizando la renta que tiene a su alcance, que no es sino es aquella que entra en su hogar. En términos sociológicos, "hogar" equivale a gente que, normalmente unida por lazos familiares de primer orden, ponen en común sus recursos en el día a día. Un hogar puede ser unipersonal o estar compuesto por varias generaciones.
En otras palabras: no tiene mucho que ver ingresar 40.000 euros brutos al año siendo, digamos, una abogada soltera sin hijos, o hacerlo con dos churumbeles y el marido en paro. Tampoco es lo mismo sacarse 12.000 de reponedor en un supermercado sin personas a cargo, o tener que financiar con ello el piso de alquiler en que se vive con una madre con pensión no contributiva.
Es por todo ello que el INE, en su Encuesta de Condiciones de Vida, utiliza los hogares como unidad de medida. Estas son las rentas medias por tipo de hogar para 2008 y 2014.
La caída en todas ellas ya indica que hay una pérdida importante, pero la media del total de la población es un mal indicador para detectar quién, dentro de una distribución, ha perdido más o menos. Ya sabemos: si somos tres amigos con dos caramelos cada uno, tenemos de media dos caramelos. Si de repente a uno se le pierden dos caramelos y a otro uno de ellos, la media pasa a ser de un caramelo por persona. Pero si yo mantengo los dos del principio, la media dice poco de mí. Menos aún de quien lo ha perdido todo.
Cuando se desea conocer la renta individual, lo que el INE hace es dividir los ingresos totales del hogar entre el número de unidades de consumo pero de manera ponderada, dado que muchos gastos son compartidos por el hogar. El primer mayor de 14 años del hogar equivale a 1 unidad de consumo. Los demás adultos suman media (0,5). Cada menor es 0,3 unidades de consumo. Esta triquiñuela permite estimar de manera mucho más precisa los ingresos entre los miembros de un hogar.
Una manera cómoda e intuitiva de identificar la distribución de los ingresos es tomando toda la renta en un país en un año determinado, asignarla a los hogares o a las unidades de consumo que disponen de la misma, y dividir todo en diez porciones o deciles: el 10% que menos tiene en un extremo, el 10% que más tiene en otro, y entre medias, el segundo 10% que menos tiene, el tercero... y así.
Según la ECV de 2008 (tomando el inicio de la crisis como referencia), el umbral para pasar del segundo al tercer decil era de unos 8.400 euros por unidad de consumo. La renta media era de unos 16.200 euros. Y la renta mediana (la situada justo en la mitad de la distribución, entre el quinto y el sexto decil), 14.000 euros.
¿Qué umbral es el más lógico para definir la clase media? No hay una única respuesta, pero con los valores expresados podemos escoger una aproximada. Parece razonable considerar que el 30% con menos ingresos a duras penas califica como clase media: les quedará escaso margen para ocio o ahorro.
Por otro lado, el 20% más rico, con un mínimo de 22.000 euros por unidad de consumo empieza a sonar a clase algo más que media (en un hogar de, digamos, dos adultos y dos niños, esto equivaldría a unos 46.200 euros en total). Nos quedan los deciles 4, 5, 6, 7 y 8.
Mirado con cuidado, el cuarto (del 31% al 40% más pobre) puede constituir para muchos una zona gris, en la cual las circunstancias personales y familiares pueden hacer que esos 10.200 euros anuales por unidad de consumo no sean suficientes: una pareja con 15.300 euros que debe hacer frente a una hipoteca, un crédito adicional, y a un par de gastos inesperados ya tiene el presupuesto en serio peligro.
Así que, para mayor seguridad, podemos limitarnos la franja que va del 41% más pobre al 20% más rico, los deciles 5, 6, 7 y 8. Sin estrecheces, pero sin lujos. He aquí una definición intuitiva de nuestra clase media.
Quiénes son los que “más han sufrido”
Si la variable definitoria principal de clase social es la renta, el sufrimiento es cuantificable en pérdidas de ingresos. Y según el gráfico siguiente, de Kiko Llaneras a partir de una elaboración original del economista especializado en desigualdad Branko Milanović, no son los niveles medios los que más han caído:
El gráfico emplea percentiles en lugar de deciles para más precisión. El hundimiento de las rentas más bajas es vertiginoso, sobre todo el 15% inferior: entre un 20% y casi un 40% de caída. Las rentas medias, según la definición que hemos escogido, perdieron entre un 10% y casi nada. La tendencia general es clara: los ingresos más bajos han caído mucho más que los más altos. Con el consiguiente aumento de la pobreza y de la desigualdad.
La fuente que usó Milanovic es el Luxembourg Income Study, el mayor agregador de datos de renta del mundo. Para un análisis más detallado, los sociólogos Pau Marí-Klose y Albert Julià escribieron hace poco este magnífico artículo. En él, empleando la misma ECV, se obtienen resultados con una tendencia idéntica: el mordisco más grande se lo llevan los deciles inferiores.
¿Es posible desmentir automáticamente el mantra de las clases medias con estos datos? No del todo. Las cifras ofrecidas hasta ahora son agregadas, y comparan la distribución de la renta en dos momentos distintos: antes y después de la crisis. Con ellos solamente podemos saber qué tramo ha caído más, pero no nos ofrecen datos que nos permitan seguir la evolución de personas concretas.
Dicho de otra manera: sería matemáticamente posible (aunque muy improbable) que esa caída del 40% en el 15% más pobre se deba a personas de clase media que lo han perdido todo, mientras que los que ya estaban en esa franja se han mantenido o han subido de nivel. Sabemos que la crisis no ha hecho desaparecer nuestra clase media, pero no tenemos claro qué ha sido de quienes estaban en ese lugar antes de que comenzase.
Los datos de un mismo individuo u hogar se conocen en jerga como “longitudinales”. No son abundantes, porque resultan muy caros de obtener. Pero afortunadamente no son inexistentes, y la propia ECV tiene una parte de seguimiento. El mismo Pau Marí-Klose, junto a Álvaro Martínez, nos ofrece estos instructivos datos sacados de su artículo “Empobrecimiento en tiempos de crisis” (aquí en PDF).
El 70,4% de las personas que se encontraban en 2011 en los deciles 1 y 2 provenían del 40% más pobre en 2008. Un 25% venían de la clase media. Así pues, la supuesta “debacle de las clases medias” se reduce a un cuarto de las mismas. Una cantidad nada desdeñable, pero que palidece ante las pérdidas de los grupos más modestos.
Dicho de otra manera: no es que la clase media no haya sufrido la crisis. Lo ha hecho. El tema es que parece claro que no son quienes más la han sufrido, ni por asomo. Y no sólo eso, sino que además hay razones para pensar que están en mejor posición para salir de cualquier hoyo en que se hayan metido.
¿Importa la crisis, o importa más lo que viene después?
El dinero no lo es todo: al fin y al cabo, se trata simplemente de un medio para disponer de una mayor capacidad de maniobra. O poder, si se quiere. Bien sabemos lo importante que es, por ejemplo, conocer a tal o cual persona y poder entablar con ella un vínculo profesional. El capital relacional es un espléndido instrumento para conseguir cosas, que normalmente acaban traduciéndose en renta.
Íntimamente relacionado está lo que podríamos llamar capital cultural: nivel de estudios, consumo de información, posesión de habilidades valoradas por el mercado, y en general cualquier ventaja a la hora de manejar los códigos que componen nuestro tejido social, desde saber cómo sentarse en una entrevista de trabajo hasta tener una opinión formada sobre el último artículo del New Yorker sobre Bernie Sanders. La combinación de capital relacional y cultural es una máquina de oportunidades, pues ayuda a estar en el lugar adecuado, en el momento justo, y sabiendo qué decir y cómo hacerlo.
Todo esto tiene una consecuencia evidente: quien tiene poca renta hoy no tiene por qué seguir teniéndola mañana. Puede ser que esté pasando un bache, o que simplemente sea una persona joven a quien la crisis le ha pillado en el inicio de la carrera. Existen efectos negativos en el largo plazo, sin duda. Sabemos que el paro de larga duración, por ejemplo, hace más difícil conseguir un nuevo empleo (gracias a este estudio, entre otros).
También muestran los datos que incorporarse al mercado laboral durante una recesión daña sensiblemente las perspectivas futuras (véase este trabajo). Pero, y esto es lo fundamental, ambos efectos son mucho mayores si se dispone de menor nivel educativo o se parte de un entorno más adverso. Las “clases medias culturales” también lo tienen menos difícil, aunque nunca tan fácil como los hogares más acomodados.
Reconsideremos ahora la frase que provocó esta reflexión: “la clase media es la que más ha sufrido la crisis”. Necesitamos más y mejores datos para dar una respuesta categórica, pero por lo que sabemos a día de hoy la franja media de ingresos es la que más ha caído, ni la que más miembros ha enviado a los alrededores de la pobreza material, ni quien debe temer más al futuro.
Son en cambio las clases trabajadoras, bajas, obreras, como queramos llamarlas, quienes deberían ocupar ese lugar. Y también el de las soluciones si lo que deseamos es revertir el aumento de desigualdad que nos llegó con la crisis.
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