En las últimas semanas previas al Mundial de Atletismo de Pekín, que empieza el sábado, se está viviendo una especie de guerra encubierta, sobre todo en el Reino Unido, entre el ciclismo y el atletismo a cuenta de las filtraciones de la base de datos de la IAAF y las sospechas, aún sin confirmar, de que puede haber multitud de casos de dopaje que se han encubierto. Chris Froome, ganador del pasado Tour de Francia, afirmó a la BBC que la federación de atletismo debía gastar más dinero, y seguir el ejemplo de la UCI, en su lucha anti-dopaje, a lo que la IAAF respondió diciendo que la AMA (Agencia Mundial Anti-Dopaje) tenía datos que demostraban que, en 2014, había habido más controles entre los atletas que entre los ciclistas.
Ambos son deportes que se han visto sacudidos por graves escándalos de dopaje y, de hecho, uno de los casos más célebres de deportista desposeído de sus títulos por el uso de sustancias no permitidas es el del velocista Ben Johnson, campeón olímpico de los 100 metros lisos en Seúl '88, y que dio positivo después por anabolizantes. El próximo estreno de la película 'The program', que dramatiza el dopaje sistemático y organizado del equipo de Lance Armstrong, va a volver a poner de actualidad aquella época de escándalos, sobre todo los que se dieron en el Tour de Francia.
Del caso Festina al escándalo Balco
El dopaje en estas disciplinas deportivas no es algo nuevo. Cuando cayó el muro de Berlín se destapó en la RDA (la Alemania del este) un programa de "mejora del rendimiento", impulsado desde el gobierno, en el que los deportistas recibían sustancias dopantes como parte de su entrenamiento habitual (y que se cuenta en este reportaje de 'Informe Robinson'), y cuyo objetivo era que los atletas, los nadadores, los gimnastas de la República Democrática Alemana consiguieran gloria para el país ganando títulos olímpicos y mundiales.
El caso más impactante de los efectos que aquel programa tuvo en sus deportistas fue el de Andreas Krieger, que en los 80 era una lanzadora de peso llamada Heidi a la que sus entrenadores daban testosterona sistemáticamente, hasta el punto de que, años después de retirarse, pasó por el quirófano para convertirse en un hombre. Este caso de dopaje institucionalizado se repitió hace relativamente poco con las nadadoras chinas que rompieron récords en los campeonatos del mundo de 1994.
Pero el caso más reciente de dopaje en el atletismo que puede decirse que fue un verdadero escándalo fue el caso Balco, que hacía referencia a un laboratorio de California que había proporcionado diversos fármacos dopantes a algunos de los deportistas más exitosos y conocidos en Estados Unidos, desde Barry Bonds (que era toda una leyenda viva del béisbol, con un récord de 762 home runs en su carrera) a los atletas Justin Gatlin, Dwain Chambers y Marion Jones, todos entrenados por Trevor Graham. Jones se había proclamado la reina de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 al ganar tres medallas de oro y dos de bronce unos años antes, y su implicación en el escándalo fue un mazazo para el mundo del atletismo.
Sin embargo, el deporte parece haberse recuperado bastante de aquello, mientras el ciclismo sigue pagando, de algún modo, las consecuencias de casos como el del equipo Festina, expulsado en pleno Tour de Francia de 1998 al descubrirse que llevaba un programa sistemático de dopaje de sus corredores, entre los que figuraba todo un héroe nacional francés como Richard Virenque. Las imágenes de los corredores abandonando la competición y de las redadas en los hoteles golpearon la imagen pública del ciclismo con mucha más fuerza que Marion Jones confesando llorosa en un tribunal su implicación en el caso Balco, y que en los años siguientes acabaran dando positivo también otros mitos del Tour como Marco Pantani no hizo más que aumentar el escándalo.
El caso de Lance Armstrong
La combinación del descubrimiento de la trama de dopaje orquestada por su equipo, de la actitud avasalladora con la que Armstrong se enfrentaba a todos sus rivales, y de la historia de supervivencia al cáncer y resistencia ante las adversidades que había vendido fue un golpe muy duro para el ciclismo, del que todavía está recuperándose, más después de haber sufrido la Operación Puerto o las revelaciones de que el equipo Kelme también seguía un plan de dopaje institucionalizado. Y eso que, como apunta Daniel Rayo, director de la revista Ciclista:
"En el último Tour se han comparado los tiempos de subida de algunos puertos, y las velocidades que se han marcado están muy por debajo de las que se hacían hace años en pleno auge del EPO (y de gente como Virenque, Pantani, etc). Quizá eso el común de los mortales no lo vea, o no quiera verlo, pero los datos están ahí".
Una cuestión de popularidad
Es probable que, en esa mejor imagen actual que el atletismo tiene ante los casos de dopaje, contribuya también la popularidad de ambos deportes y, sobre todo, de sus deportistas. En palabras de Daniel Rayo
"Creo que el atletismo ha tenido escándalos más graves y numerosos que el ciclismo. El problema es que el ciclismo es más accesible (en varios niveles) a la gente, y por eso lo rechaza más de plano. Me explico. El ciclismo es más accesible porque los propios ciclistas son más accesibles.
Se les ve más a menudo, todos los años hay Tour, Vuelta, Giro, etc... Y otras competiciones de menor importancia pero que salen en la tele (las clásicas de primavera, los mundiales, vueltas menores, etc). El atletismo, haya las pruebas que haya, tiene menor repercusión (fuera de los Juegos Olímpicos), por eso la gente lo tiene menos valorado. Las propias retransmisiones buscan, precisamente, mostrar la humanidad y el sufrimiento de unos tíos que van a tope subiendo puertos de montaña día tras día".
Los escándalos alrededor del ciclismo han sido, también, más mediáticos. El saltador de altura Javier Sotomayor era toda una estrella cuando dio positivo por cocaína en 1999 (algo que él asegura que es un complot), pero su caso suscitó menos atención de los medios que el del ciclista Tyler Hamilton, que contó después su versión de lo que pasaba alrededor de Lance Armstrong en un libro. Es cierto que a los ciclistas se les suele pintar casi como superhéroes durante esas subidas al Alpe D'Huez, y que con los atletas no existe una mitificación similar (a no ser que arrasen ganando medallas olímpicas).
Daniel Rayo lo explica apuntando que "cada vez hay más agencias de vacaciones que te ofrecen recorrer etapas alpinas del Tour o del Giro en tus vacaciones, o incluso recorrer los Pirineos y otros lugares en bicicleta. Muy poca gente, sin embargo, ha tratado de imitar a Usain Bolt. Al final todo esto genera un caldo de cultivo para que la gente se quiera identificar con los ciclistas profesionales. Secretamente, o no tan secretamente, les convertimos en nuestros ídolos y nos gustaría imitarlos. Por eso, cuando salta algún caso de dopaje, la decepción es mucho mayor. España especialmente es un país de crear ídolos y tirarlos a la basura con una facilidad y velocidad brutales".
Imagen | Sam Saunders, Ian @ The Paperboy.com, Thomas Kohler
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