Por qué el Día del Orgullo LGBT+ sigue siendo necesario, explicado por sus protagonistas

Se espera que 1.5 millones de personas se reúnan mañana en el colofón de las fiestas del Orgullo LGBTQ+ que están teniendo lugar estos días en Madrid, en una marcha que este año se ha centrado temáticamente en la visibilidad de la bisexualidad. Es parte de la evolución de esta celebración, que nació como centro de defensa de los gays y que ha ido extendiendo su cobertura a todas las personas con una sexualidad no tradicional.

La capital ostenta a la vez el honor de tener el Orgullo más multitudinario de Europa y uno de los más relevantes del mundo desde 2008, cuando el Gobierno socialista de Zapatero aprobó la Ley de Matrimonio igualitario en uno de los gestos más avanzados que la sociedad española ha demostrado en su historia. Y pese a ello, como cada vez que llegan estas fechas, comentarios contrarios a la celebración o que señalan la irrelevancia de una cita que entienden está más que superada por esta tolerante sociedad.

Mientras lo dicen, olvidan el caso de esa pareja de madrileños a los que agredieron física y verbalmente mientras repartían panfletos por la calle. También olvidan las más de 80 denuncias que hay recogidas sólo en este año en la capital. O, sin ir más lejos, la masacre de Orlando de hace menos de un mes, en las que un asesino se llevó por delante la vida de 51 personas que disfrutaba de una fiesta de temática hispana en un conocido club gay de la ciudad.

Y por todo eso es que no deberíamos olvidar que el Orgullo es una reivindicación completamente lícita, incluso en los países más desarrollados. Que aunque en nuestro día a día no vemos penas de muerte por practicar la homosexualidad o gente intentando sanar a los que no encajan en el modelo heterosexual, sigue habiendo mucho que avanzar. Desde el mayor respeto a los transexuales, el mayor reconocimiento de derechos de padres y madres gays o la inclusión laboral y religiosa de casi cualquier persona integrante de este colectivo.

Así nos lo han remarcado varias personas cuando nos acercamos a Chueca el miércoles pasado, donde los asistentes defendían la vigencia de esta cita con motivos que iban desde la normalización, la libertad de expresión o la necesidad de aumentar el amor propio de una gente que, en al menos esa parcela de su vida, puede sentirse en ocasiones oprimida.

Reivindicación y sí, por supuesto, fiesta. Una cita pantagruélica (y con unas cifras económicas más que notables) en la que caben desfiles, pregones, conciertos, carreras en tacones, performances y baile y alegría. Son, como nos han comentado, unos días donde se normaliza, donde no hay vergüenza y donde cientos de miles de personas no sienten miedo al quererse en público. Es una fiesta 100% inclusiva, también para los heteros, pero donde ellos, por cuatro días, no serán más privilegiados que los demás.

Lo decía Mekanoide, “el día del orgullo LGBTQ+ posiblemente dejará de tener sentido en el mismo momento en que a nadie se le ocurra proponer un día del orgullo hetero”.

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