Adelante, pregunta a cualquier persona de menos de 40 años. En casi todos los casos oirás una respuesta similar: o bien los payasos les dan absolutamente igual o son unas criaturas que les acompañan en sus pesadillas. Pero es normal que este bufón (que ha ido perdiendo referentes amables en la cultura popular) infunda miedo, y más con lo que está pasando recientemente.
Porque en varios países está surgiendo una nueva y contundente oleada de graciosos (es un decir) que se visten de "payasos asesinos" para causar terror entre la población local. Ahí está el Clown de Gijón, el de Noruega o el de Manchester.
En el ejemplo más reciente, se ha visto en el condado de Durham de los Estados Unidos a un payaso perseguir a niños en edad de ir a primaria. Mientras éstos iban en dirección al colegio, un maníaco con la cara pintada de blanco y rojo corría detrás de ellos. Portando un cuchillo. Hay gente que ya está modificando su conducta nocturna sólo por temor por encontrarse con estos individuos a los que se ha visto merodeando por su ciudad.
No, la coulrofobia está arraigada en algunas personas, y con razón. Pero eso nos lleva a plantearnos lo siguiente: antes de que apareciesen estos individuos viralizados por las redes sociales, ¿qué es lo que ha calado en nosotros para que le tengamos miedo a unas figuras que, precisamente, existían para hacer felices a los niños?
Su natural capacidad para el mal rollo
Analizando esto mismo, la revista Vulture invitaba a un psicólogo de Harvard y amante de los payasos a debatir las posibles explicaciones al respecto de este fenómeno colectivo. Para Steven Schlozman, una buena explicación la dan las teorías freudianas sobre el concepto de “uncanny”, intraducible al castellano. “Uncanny” son las cosas que nos perturban por ser algo lo suficientemente familiar pero lo suficientemente raro como para ser inquietante. Es la misma sensación que nos producen las imágenes de algo que intenta pasar por humano pero que no lo consigue.
En el caso de los payasos, el punto de ruptura lo da el hecho de que sean unos personajes que intentan a toda costa animarnos y causarnos alegría, pero que en algunos casos son incapaces de hacerlo. Así, cuanto más miras esa cara eternamente sonriente, más se va desenvolviendo la condición siniestra de su mueca feliz.
La cultura popular
Podemos intentar buscar algún ejemplo reciente en cine o series donde los humoristas de zapatones y flor en el pecho ejercitan el juego primordial para el que se crearon: el de la sana e inocente diversión, pero lo cierto es que los payasos de las imágenes contemporánea no son para nada así, más bien se valen de esa preconcepción para infundir sentimientos de tristeza y terror. Los payasos de Alex de la Iglesia, el de American Horror Story, los artistas Insane Clown Posse y toda la subcultura creada a su alrededor o hasta los de la última película de Rob Zombie. El audiovisual de terror reciente está absolutamente lleno de ellos.
Mucha gente piensa que este temor comenzó con It, cuando un tal Pennywise apareció agarrándole el pie por debajo de la cama a un niño y traumatizando a todo espectador infantil que vio la adaptación cinematográfica de este clásico de Stephen King. Pero parece que el terror infundido por los payasos es anterior, casi innato al mismo ejercicio clown.
La triste historia que rodea su universo profesional
Andrew Scott, profesor universitario especializado en la historia de los payasos, explica que ya en el medievo había subtextos tenebrosos en la figura del bufón (bastante parecido al payaso de circo prototípico actual), ya que este personaje se dedicaba con sus bromas a recordarnos la ridiculez y mortalidad de la experiencia humana.
“Siempre se ha asociado a los payasos con el peligro y el miedo, ya que ellos golpean los límites de nuestra lógica hasta romperlos e ir más allá. Lo hacen mediante bromas y mediante el ridículo físico, y eso nos puede rechinar”, dice Scott. El profesor también puntúa que los espectáculos de los payasos no estaban pensados originalmente para un público infantil, sino adulto, y que el cambio se produjo tras la época victoriana, cuando la narrativa del show cambió y los intérpretes empezaron a apoyarse más en la pantomima que en el juego verbal.
Esta conexión entre la alegría desatada y la profunda tristeza parece estar profundamente arraigada tanto en la historia como en las experiencias cotidianas. Y si no, no tenemos más que recordar la vida de Joey Grimaldi, el primer gran payaso conocido (una de las primeras celebrities allá por el siglo XIX) y una persona sumida en la más completa depresión.
Su primera mujer murió al dar a luz, su hijo falleció a los 30 años víctima de su alcoholismo, y la actividad física de su trabajo durante la juventud le dejó con graves problemas físicos que cada vez irían a más. Cuando las desgracias personales alcanzaron un grado insoportable, se recluyó en un piso en soledad, bebiendo hasta su muerte.
La repercusión real del rechazo a los payasos
Y así, cada vez que aparecen nuevos casos de personajes en la cultura audiovisual o de malhechores callejeros que valen de las claves estéticas de los payasos para infundir miedo en la población, las auténticas asociaciones de payasos salen para defender el trabajo que ellos hacen y que puede verse afectado por esa mala prensa.
"Llevo luchando 25 años contra la mala imagen que tenemos los payasos, intentando revertir el miedo que algunas personas y niños tienen contra nosotros. Si esta tendencia sigue así va a persistir en los payasos la imagen adversa". Habla Patty de Clown, veterano intérprete al que entrevistó la BBC a raíz de los últimos ataques. Es un comentario que se repite entre más profesionales del ramo.
Randy Christensen, el director de la Asociación de Payasos de EE.UU apunta a algo más: este tipo de prácticas por parte de un grupo de espontáneos no afecta a otras profesiones. Cuando vemos imágenes de doctores o policías malignos en las película o en la vida real, con personas disfrazadas como tal, eso no repercute en la imagen general que se tiene sobre esa profesión, cosa que por algún motivo sí ocurre entre los payasos.
"Esas personas que vemos últimamente en los medios de comunicación no son payasos, sólo quieren retorcer la representación de alguien que de forma natural trata con los niños", dice Christensen. Son profesionales que llevan la felicidad a los más pequeños, en muchos casos a quienes más lo necesitan. Que el lugar mental que ocupan los payasos en nuestra sociedad esté cambiando de personajes bondadosos a malvados, podría tener consecuencias en ellos.
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