Hamburgo se ha convertido, oficialmente, en la primera ciudad en prohibir el uso de cápsulas de café en los edificios gubernamentales. Nos referimos a las nespressos, tassimos, dolce gusto y demás monodósis de cafeína que han conquistado buena parte de hogares, oficinas y corazones por todo el globo en los últimos años.
No es la única política que llevará a cabo el gobierno hamburgués, con un ímpetu ecologista en la misma línea de la que se marcaron hace décadas (en la zona germana y en este sentido, nos llevan años de ventaja). No, la ciudad también va a suprimir la compra pública del resto materiales contaminantes, donde no sólo entran las cápsulas de café sino también el agua embotellada, los platos desechables o los productos de limpieza que contienen cloro. De paso, la administración cederá bicicletas a los funcionarios y ofrecerá suscripciones al transporte público.
El plan lo llevan a cabo SPD y los Verdes, presididos por Olaf Scholz y gobernados en esta materia por Jens Kerstan, ministro de Medio Ambiente y Energía. Su propuesta es ambiciosa, y ya a finales del mes pasado la que es la mayor ciudad portuaria de Alemania puso en marcha una “guía de la compra verde”, un documento de 150 páginas en el que se detalla que tipo de productos se podrán comprar y una alternativa sostenible.
¿Pero por qué van contra el café en cápsulas?
"Las cápsulas de café requieren innecesarios recursos para su fabricación y generan excesivos desechos. No pueden reciclarse fácilmente porque mezclan plástico y aluminio. Son 6 gramos de café y 3 gramos de envoltorio. Es un derroche. Por eso en Hamburgo creemos que este producto no debe ser pagado con los impuestos de los ciudadanos"
Estas son las declaraciones de Jan Dube, miembro del Departamento de Medioambiente del Ayuntamiento de Hamburgo y una de las mayores voces en contra del “kaffeekapselmaschine", esas máquinas que preparan uno de cada ocho cafés vendidos en Alemania.
Estos inocentes cartuchos de energía que nos hacen sentir como si de un RPG se tratara son, en realidad, un gran quebradero de cabeza para los vigilantes del Medio Ambiente. Desde mediados de los años 2000 su consumo no ha hecho más que crecer, hasta llegar al punto de que, si sumas todas las cápsulas fabricadas por el líder de envases del mundo (Keurig) en un año, puedes dar doce veces la vuelta al mundo. Fabricadas en el 95% de los casos con una mezcla de plástico y aluminio, la mayoría de plantas reciclables de nuestras ciudades no están preparadas para reciclarlos, y como dijo el ministro hamburgués, “todo este embalaje es insostenible para el medio ambiente”.
¿Tantos nespressos se compran como para tener que preocuparnos?
Según Ross Colbert, analista de Rabobank, entre 2007 y 2014 el mercado del café en cápsulas creció globalmente a un ratio anual del 26%, ocho veces más rápido que el resto de modalidades de café juntas. Colbert también apunta otro dato: aunque el consumo mundial del café crece un 1.6% cada año, las cápsulas llevan un ritmo de expansión de un 9% anual desde 2011. Para 2013, el consumo de las dosis patrocinadas por George Clooney superó al de las cafeteras de goteo. En Estados Unidos, el consumo apunta a un 25% del total, pero Europa es, junto con el país de la libertad, la otra gran consumidora (juntos suman el 90% de las ventas). Del viejo continente, países como Italia, Suiza o España vamos a la cabeza en consumo de café bajo esta modalidad, pero en Alemania cae hasta el 13%.
A pesar de las apabullantes cifras, hasta este analista reconoce el efecto negativo en la opinión pública en los últimos tiempos al respecto de la sostenibilidad de este nuevo sistema de consumo de café. Incluso John Sylvan, el padre de las llamadas K-cup y el recipiente usado mayoritariamente al otro lado del charco, comentó en The Atlantic sentirse avergonzado de su creación. “Hay días que me siento realmente mal por lo que he hecho”, le dijo a los periodistas. También, que “no importa lo que digan los comerciantes, estas cápsulas nunca serán 100% reciclables”. Peor publicidad para la gallina de los huevos de oro de Nestlé, imposible.
El problema no son sólo las compañías insignia, somos nosotros
No podemos responsabilizar, en exclusiva, a los fabricantes de estos legos de la productividad. Primero, porque no todas las cápsulas de café son dañinas para el medioambiente. De hecho, las Senseo, de Phillips, son biodegradables. Pero del resto de las que sí, entre las que están Nespresso, Bosch y otras grandes marcas (no las blancas, como Hacendado o Dia) disponen de numerosos puntos de recogida de cápsulas usadas.
Es una de las políticas de estas empresas, que creen no sólo en ofrecer un producto sino un servicio. Por eso ellas mismas se encargan de reciclar, en el caso de Nespresso ofreciendo más de 900 puntos verdes, tanto en sus tiendas como en otros lugares, que procesa en sus propias plantas para reciclar el aluminio.
En segundo lugar, porque son los gobiernos los que se encuentran ante una especie de vacío legal de este nuevo y muy usado envase. Por ejemplo, la legislación española no considera las cápsulas como envases, por lo que no deben ser recicladas por el mismo canal que este tipo de residuos. Los alemanes, que tampoco han optado por incorporar sistemas de reciclado preparados para esta contingencia, se olvidan de comentar las bondades del reciclado del aluminio que ellos mismos están usando, en algunos casos, para fabricar componentes automovilísticos. Loable y deseable, ya que este material puede tener muchas vidas, especialmente empleado en el sector industrial.
Y aunque las compañías del café en dosis barren para casa y hablan de traducir a un 100% el número de envases reciclables para 2020, lo cierto es que las personas seguimos consumiendo una ingente cantidad de estas píldoras de las que por ejemplo, en España, se recicla menos de un 20%. Si a muchos occidentales ya nos cuesta clasificar la basura separando orgánicos de envases, imagina todos esos productos híbridos mucho más difíciles de diferenciar. ¿El cartón de la pizza dónde deberíamos ponerlo? ¿A dónde va el aceite usado? Las cápsulas de café llevan más café que envoltorio, así que irá a la basura normal, ¿no? Error.
Además, así lo sentencia Piotr Barczak, responsable de la política de desechos de la Oficina Europea de Medio Ambiente: "el tema no es que las cápsulas sean o no reciclables, sino de reducir este tremenda cantidad de envases innecesarios que tiramos cada día a la basura".
¿Qué otros lugares podrían llevar a cabo esta práctica?
Alemania es uno de los principales referentes europeos en la llamada transición verde hacia las energías renovables, y Hamburgo es la segunda ciudad más poblada de Alemania, después de Berlín. 1,8 millones de habitantes alemanes han dado luz verde (perdón) a esa nueva revolución ecologista porque la consciencia medioambiental de sus ciudadanos es palpable a pie de calle, pero buena parte de la población de diversas zonas del mundo ven con malos ojos estas pequeñas dosis y serán más los que se unan a esta política.
Por ejemplo, una encuesta hecha en el Reino Unido por la revista de consumo The Grocer indica que uno de cada diez británicos cree que "las cápsulas de café son muy malas para el medioambiente” (eso sí, el 22% de estos admitió tener una de estas máquinas en casa). También en Edmonton, Canada, los de las K-cups han tenido problemas con organizaciones locales, que en un nuevo programa de reciclado intensivo para todos los residuos urbanos se ha encontrado con que es imposible manipularlos con las herramientas de las que dispone la ciudad y ha optado por poner una solución temporal hasta que decida cuál será la solución final.
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