Pocas alegrías está dando últimamente la bolsa a los inversores que han confiado sus ahorros a la renta variable. Cuando parece que se ha superado un día negro con unos resultados difíciles de empeorar, llega otro aún peor que pone el listón un poco más allá.
Y apenas sin darnos cuenta, la esperada recuperación económica se ve empañada por unos niveles de las bolsas mundiales en cotas que desde luego ningún especialista auguraba hace apenas un año. Pero, ¿cómo se ha llegado a la situación actual? ¿Por qué las bolsas se están desplomando irremediablemente?
La eterna pregunta: ¿Por qué la bolsa sube y baja?
Vayamos al inicio de todo, ¿qué es la bolsa? Es una organización privada en la que se negocian la compra y venta de acciones, bonos y una larga lista de productos financieros de una forma regulada. Más allá de la definición institucional del término, en el argot popular cuando alguien se refiere a “la bolsa” suele querer hablar de acciones de la renta variable, como en el caso español puedan ser aquellas de las empresas que constituyen el IBEX 35.
Es decir, que la bolsa suba o baje quiere decir que las acciones de las empresas, en sentido global, suben o bajan. Si el Ibex 35 baja, la bolsa baja. Si el Ibex 35 sube, la bolsa sube. No es una manera precisa de referirse a conceptos financieros, pero desde luego es muy pragmática.
Las subidas y bajadas pueden intentar estudiarse y analizarse técnicamente, pero, en última instancia, la bolsa es un mercado de expectativas
Innumerables analistas fundamentales (los que se encargan de estudiar el contexto económico y las noticias del entorno económico para explicar los movimientos de la bolsa), y otros tantos analistas técnicos (los que se aferran a los gráficos para entender y analizar las fluctuaciones de los precios en los mercados) se empeñan constantemente en explicar el porqué una determinada acción sube o baja, pero en realidad no hay que perder la verdadera esencia de la bolsa: se trata de un mercado de expectativas, donde el sentimiento general genera tendencias imparables.
Cuando el pánico se apodera de los inversores...
Cuando un inversor compra acciones de, por ejemplo, Telefónica o Repsol, su decisión se fundamenta en una expectativa firme de que esas acciones suban de precio con el tiempo. Si no hubiera una expectativa de generar con esa compra una rentabilidad determinada, el inversor en cuestión buscaría un producto alternativo para depositar su dinero. Hasta aquí, todo entra dentro de la lógica del capitalismo.
Puesto que la bolsa es un mercado libre de oferta y demanda, si mucha gente comparte buenas expectativas sobre una empresa determinada, la demanda sobre sus acciones crece y por lo tanto también lo hace el precio. Y en esta situación de optimismo y esperanza manifiesta, las acciones de la empresa suben, ayudando a las subidas generales de la bolsa.
Sin embargo, también puede darse el efecto contrario. Si los resultados que presenta una empresa determinada son inferiores a los esperados o si las noticias que llegan de su entorno hacen que las expectativas sobre esa empresa sean negativas, una importante masa de gente va a querer vender esas acciones, y ya sabemos qué sucede con el precio cuando se dispara la oferta: en efecto, las acciones bajan, porque hay más gente que quiere vender que la que quiere comprar.
A todo esto, cabe hacer una apreciación nada trivial: es mucho más sencillo que el sentimiento generalizado se contagie a una velocidad mayor en los casos negativos que en los positivos, teniendo este fenómeno como conclusión la conocida frase en el mundo de la renta variable que asegura que la bolsa sube por las escaleras y baja por el ascensor, queriendo representar la idea de lo que cuesta que los precios asciendan y lo rápidamente que se desploman en picado. Al fin y al cabo, el miedo es un factor altamente destructivo entre los inversores, que huyen despavoridos al más mínimo síntoma de riesgo a la vista.
¿Qué sucede a día de hoy para que el sentimiento generalizado sea bajista?
Una vez se entiende el concepto del mercado de expectativas que supone la bolsa, no hay que ser un experto para entender que a día de hoy nos encontramos en una situación en la que la desconfianza y el miedo son sentimientos dominantes en los mercados y tienen un peso importante en el desplome generalizado de las bolsas. Pero, ¿a qué se debe este sentimiento tan negativo?
Sería sencillo mirarse el ombligo y culpar a diversos factores que conforman nuestra realidad nacional por la caída imparable del Ibex 35 cuando muchos esperaban hace no demasiado tiempo ver al índice luchando más en la zona de los 11.000 puntos que en la de 9.000 a la que intenta aferrarse últimamente. La inestabilidad política es más que evidente, con un desgobierno manifiesto, la amenaza de la independencia catalana no deja indiferente a nadie, por no detallar un largo etcétera de factores heredados de la crisis de la que aún no se ha salido.
Todo eso merma al Ibex 35, por supuesto, pero lo que está sucediendo últimamente no es un fenómeno que pueda explicarse sin traspasar las fronteras de nuestro país. En todas las plazas europeas y mundiales cuecen habas, y eso suele ser una señal inequívoca de una situación macroeconómica a nivel mundial mucho más compleja de lo que uno pueda imaginarse.
¿Por qué el petróleo es tan influyente en las expectativas?
Para empezar, el petróleo no hace más que bajar y bajar, habiéndose desplomado ya cerca de un 70% desde mediados de 2014. La complicada situación que atraviesa en los mercados internacionales el conocido como oro negro es un alivio cuando uno va a llenar el depósito del coche a la gasolinera, pero desde luego no es un buen indicador de crecimiento de la economía mundial, y ese es un motivo más que suficiente para que las expectativas de los inversores no sean demasiado esperanzadoras.
En efecto, del mismo modo que sucede con la bolsa, los precios a la baja suelen ser un indicativo de una baja demanda, y a nadie se le escapa que una baja demanda de petróleo suele ir de la mano de una bajada del crecimiento productivo y por lo tanto es señal de recesión de las economías. Además, cuando baja el petróleo suelen bajar los precios de muchos bienes y productos de consumo, entrando en una situación con seria amenaza de deflación, que generalmente no suele ser muy bien recibida por los mercados, pues esas situaciones suelen entrar en círculos viciosos asociados a crisis económicas.
Y desde luego, las perspectivas de incrementos de demanda de petróleo no parecen ser demasiado esperanzadoras si consideramos que una de las grandes locomotoras de la economía mundial, y la segunda consumidora de petróleo, China, está mostrando signos inequívocos de ralentización. Y precisamente ese es otro de los grandes problemas macroeconómicos que está golpeando duramente a las bolsas internacionales.
La complicada (y contagiosa) situación de China
Tras el desencanto que ha supuesto para muchos inversores la apuesta brasileña, uno de los mercados emergentes en los que más se apostó sin éxito, el siguiente mazazo está llegando desde oriente de la mano de la hasta hace bien poco temible China.
Con las principales economías en situación crítica y escaso crecimiento, se había fiado el crecimiento de la economía global a un país chino que había puesto la directa convirtiéndose en la industria que suministraba a medio mundo. Pero ahora resulta que China, según el Banco Mundial, “solo” va a crecer un 7% en 2016, una cifra que ha hecho saltar todas las alarmas a nivel internacional, pues un estancamiento del crecimiento chino puede tener efectos devastadores en la economía europea.
A estas malas previsiones se añaden las dramáticas caídas que se están registrando en la bolsa china, llegando al extremo de haber tenido que ser suspendidas por las autoridades reguladoras tras desplomarse con caídas superiores al 7% diario. No en vano, la Bolsa de Shanghai ha registrado caídas de cerca del 50% desde los máximos de 2015. Sin duda, el pánico se ha desatado en las bolsas chinas. Los inversores que tantas esperanzas tenían puestas en la bolsa china han entrado en modo “miedo”, y ya sabemos lo que eso supone para las bolsas.
El yuan, la divisa china, se ha devaluado a niveles mínimos de los últimos cinco años respecto al dólar, y la presión bajista sobre la moneda es importante por una fuga de capitales más que manifiesta y un temor a poder perder las inversiones en territorio chino que con tantas expectativas de rentabilidades cuantiosas se depositaron hace unos años.
Desde luego, todos esos inputs pesimistas sobre la evolución de la economía mundial están haciendo un daño en las bolsas a lo largo y ancho del planeta que va a ser muy complicado de corregir una vez la inercia bajista ha cogido el ascensor, y de qué manera. Porque a día de hoy, en este mercado de expectativas, ¿quién se atreve a comprar que la situación global tiene pinta de reportarle beneficios?