Al menos 84 personas perdieron la vida ayer en Niza tras un atentado en el que el conductor de un camión arrolló a una multitud. Los heridos también se cuentan por decenas. El presidente francés, François Hollande, ha vuelto a declarar el estado de emergencia, tan sólo unos pocos meses después de que el terrorismo yihadista golpeara el corazón de París. Las redes, como es habitual, se han volcado en mensajes de solidaridad y lamento. Y, como también es habitual, en bulos, rumores y fotos morbosas.
Es el ciclo habitual: a cada atentado o tragedia, Twitter, Facebook o YouTube, entre otras muchas, replican sin cesar historias falsas o vídeos espectaculares (y también moralmente cuestionables) que rebotan entre cuenta y cuenta, acumulando retuits y formando bolas de nieve que, más tarde, cuesta deshacer. Del mismo modo que resultan una herramienta básica hoy en día para cubrir la información de tragedias como la de Niza al instante, ¿por qué las redes también terminan convertidas en un cajón de sastre donde las teorías de conspiración, las alarmas infundadas y el morbo se asumen como ciertas?
El caso de Niza: vídeos y explosivos falsos
Los hechos sucedieron casi al mismo tiempo: mientras en Niza un ataque terrorista acababa con la vida de más de ochenta personas, en París se iniciaba un incendio en la Torre Eiffel.
No eran hechos relacionados: un accidente con una furgoneta que transportaba fuegos artificiales había provocado la pequeña explosión y el incendio en la capital parisina. Sin embargo, el rumor se propagó con rapidez a lo largo y ancho de Twitter, sugiriendo que también la capital había sufrido un ataque terrorista y disparando el nivel de alerta. Desde el primer momento se supo que los acontecimientos de París se debían a un accidente, pero o bien la relación directa o la relación de hechos en absoluto inocente se propagaron.
Una pequeña muestra:
De forma paralela, en Niza, se sucedían los bulos. El principal, una supuesta toma de rehenes difundida ampliamente en medios. Tanto en el caso anterior como en el de Niza, fueron otros muchos usuarios los que señalaron con ahínco que se trataban de historias falsas. Pese a su insistencia, el rumor logró instalarse en el pensamiento colectivo de las redes sociales. Ya fuera a través de la difusión o la negación, cobraba vida.
Y mientras se propagaban los rumores, proliferaban las imágenes del atropello: vídeos e imágenes con cadáveres esparcidos por la calzada no sólo contaron con amplio eco dentro de Twitter o YouTube, sino que también llegaron a medios de mayor prestigio y alcance como El País.
Tanto el libre crecimiento de noticias falsas relacionadas con el atentado de Niza y con el incendio de París como la amplia difusión de imágenes escabrosas, innecesarias desde el punto de vista informativo y moralmente cuestionables obligaron a las autoridades francesas a, además de negar los diversos rumores que surgían, solicitar a todos los usuarios que no compartieran ni las fotos.
Las redes, una enorme caja de resonancia
En su momento, exploramos el fenómeno de las teorías de conspiración en este estupendo post de Guido Corradi para Xataka. Es parcialmente aplicable a días como hoy, donde la conspiración se entremezcla con la libre difusión de bulos y noticias inexactas. Para el atentado inexistente en la torre Eiffel, por ejemplo, es útil acudir al sesgo de confirmación. O lo que es lo mismo, nuestra tendencia a elegir argumentos e hipótesis que refuercen nuestras creencias. En un contexto de alta amenaza terrorista, se asume de inmediato que un incendio en París sólo puede ser un atentado. Es verosímil, se comparte.
Las redes ejercen un papel de pura repercusión exponencial. Tienden a ser ecosistemas cerrados donde, en ocasiones, es complicado acudir a las fuentes de información fidedignas. En su momento y a raíz de los disturbios de Londres, The Guardian y un equipo de investigadores tracearon los rastros de los bulos difundidos en Twitter, y llegaron a la conclusión de que la naturaleza inmediata y visual (aunque las imágenes hubieran sido manipuladas) activaban mecanismos naturales en los usuarios que les empujaban a compartirlos. La imagen del London Eye ardiendo, o de la torre Eiffel, es demasiado estimulante.
Un estudio de Benjamin Doerr, Mahmoud Fouzz y Tobias Friedrich, de la Universidad del Sarre, intentaba explicar desde un modelo matemático la inusual facilidad con la que las redes sociales promovían la propagación de rumores. La teoría es relativamente sencilla: Twitter o Facebook funciona a través de nodos pequeños, una pequeña fracción de la comunidad con relación entre sí, donde la información se puede transmitir de forma muy rápida. Los miembros de esos nodos están conectados a otros nodos distintos, donde se repite el proceso. El rumor se retroalimenta y proviene de diversas fuentes: crece con facilidad.
Sumado a la carencia de referencias externas dentro de los nodos que aporten una visión distinta, el rumor, o el bulo, se instala con asombrosa sencillez. Como constata el estudio de The Guardian y como un repaso a la miriada de tuits escritos ayer demuestra, la negación del rumor es en ocasiones tan mayoritaria y consistente como el propio bulo. Del mismo modo que los nodos permiten crear historias falsas, se da el caso de otros nodos donde el rumor no llega, pero sí la negación del mismo.
El fenómeno es puramente matemático, y consustancial a la naturaleza fragmentada (pero masiva) de las redes sociales. El anterior monopolio de la prensa escrita sobre la información limitada (o potenciaba de forma absolutamente excepcional) el alcance de los bulos y de las teorías de conspiración, relegándolos a un plano soterrado sin espacio en el gran debate público. Twitter, Facebook o YouTube han cambiado el escenario, dando visibilidad (y por tanto potenciando su difusión) a historias falsas como las surgidas a raíz de los atentados de Niza.
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