Vivimos tan acostumbrados a las reacciones de nuestro cuerpo que ni siquiera nos preguntamos por qué están ahí, y de repente un día, cuando en una conversación con amigos alrededor de una mesa uno de ellos empieza a bostezar contagiando al resto, alguien pregunta ¿por qué bostezamos? Puede que alguien tenga la respuesta o que todos nos quedemos con cara de haber visto un fantasma, pero lo cierto es que hay respuestas a todas esas preguntas relacionadas con los vicios más raros de nuestro cuerpo.
¿Por qué bostezamos?
Sobre los bostezos hay dos preguntas muy claras. La primera de ellas se centra en el por qué del bostezo y los últimos estudios revelan que la principal causa estaría relacionada con la necesidad de enfriar el cerebro para mantener un funcionamiento óptimo. La segunda estaría relacionada con el contagio, algo que sigue suscitando dudas entre la comunidad científica y podría estar atada a una respuesta instintiva a la imitación como sistema de comunicación.
Los ataques de hipo
La culpa de que no puedas mantener una conversación normal por un ataque de hipo la tiene tu diafragma. Es el encargado de controlar tu respiración, moviéndose arriba y abajo al inhalar y exhalar, pero si sufre un espasmo la entrada de aire se frena cerrando la epiglotis y produciendo el característico sonido que le da nombre. Esos espasmos los producen los nervios que controlan el diafragma, o mejor dicho la irritación de los nervios producida por grandes ingestas de comida o un cambio de temperatura brusco provocado por comidas y bebidas muy frías o calientes.
Reír hasta llorar
Seguro que te has visto en una situación similar, esa que dicta que después de la risa viene el llanto pero que también es capaz de girar la tortilla, que mientras lloras algo te haga reír con una facilidad insultante para tu situación. Lo cierto es que aún hay dudas sobre esta reacción pero se barajan dos posibilidades.
La primera de ellas está relacionada con las partes del cerebro que controlan ambas respuestas, siendo la risa y el llanto dos excitaciones extremas que, manteniendo un orden u otro, nos hacen saltar de la carcajada a las lágrimas indicando que el cuerpo vuelve a la normalidad. La otra se limita a un acto reflejo de nuestros músculos faciales, ya que al reírnos se producen unos temblores que oprimen los conductos lagrimales provocando que empecemos a llorar de risa.
Sonrojarse
La vergüenza es una reacción universal que se presenta en todas las culturas de nuestro planeta y su característica fisiológica más común es la de sonrojarse. Cuando ocurre el lado más primitivo de nuestro cuerpo nos prepara para la huida, como si quisiésemos escapar de ese momento o deseásemos que la tierra nos trague.
Así, al sufrir vergüenza el sistema nervioso libera adrenalina, acelerando nuestra respiración y ritmo cardiaco para que echemos a correr sin problemas, por lo que los vasos sanguíneos se dilatan para mejorar el flujo de sangre y oxígeno y eso acaba traduciéndose en un cambio en el color de la piel.
Crujir los huesos
Lo lógico sería pensar que el crepitar de nuestros huesos está provocado por una fricción de los mismos, pero lo cierto es que lo que escuchamos es una explosión gaseosa. Entre los huesos de las articulaciones hay una sustancia llamada líquido sinovial que contiene nitrógeno disuelto. Al forzarlas comprimimos esa sustancia y el gas busca una salida provocando el ruido que todos conocemos. Precisamente por eso no puedes volver a crujir tus dedos hasta pasados unos minutos, porque el gas tiene que volver a su lugar de origen.
Pinchazos y cosquilleos
Un miembro dormido tras despertarte abrazado a tu pareja, pinchazos en las piernas tras tenerlas cruzadas durante demasiado tiempo, el maldito cosquilleo acompañado de dolor que te produce golpearte el codo. Todo eso son respuestas de nuestro cerebro al retorno al estado natural de un nervio. Si los sometemos a mucha presión se acaban “desconectando”, así que al volver a la normalidad el cerebro nos alerta de ello mediante esa sensación.
Piel de gallina
Probablemente has visto la reacción de un gato o perro ante una adversidad, hinchándose y mostrando el pelo erizado. La respuesta de nuestro cuerpo es muy similar, y es que aunque la pérdida de vello con la evolución no produce el mismo efecto, los músculos encargados de contraer la piel y poner los pelos de punta para aislarnos del frío o mostrar una respuesta corporal a un peligro siguen ahí. El miedo no es la única sensación que lo provoca, también la vergüenza, la admiración o la excitación.
Esos bichos que pasean por tus ojos
Los llevas viendo desde que naciste y siempre te has preguntado qué es lo que se pasea por tu ojo en forma de puntos o gusanos, por ejemplo después de un estornudo muy fuerte. No son imaginaciones tuyas, están ahí todo el tiempo, pero normalmente estas fibras del humor vítreo, el líquido gelatinoso que rellena el espacio entre la retina y el cristalino, se mantienen estáticas en la parte inferior imposibilitando así su visualización. Al producirse un encogimiento de esa gelatina estas pequeñas formaciones se mueven por el líquido hasta volver a caer por su propio peso.
El dolor de cabeza producido por un helado
Tu cuerpo tiene la curiosa manía de mantenerte caliente a todos los niveles, así que cuando la ingesta de algo frío cambia la temperatura de tu paladar el cerebro teme por la llegada de esa congelación a tu cabeza y abre los vasos sanguíneos que llevan hasta él para recuperar el calor. El aumento del flujo de sangre hacia tu cerebro es lo que provoca ese dolor, así que lo más recomendable para que se pase es intentar calentarlo por tu cuenta.
El extraño sabor del zumo tras lavar los dientes
Te encanta esa sensación de frescor que se mantiene en la boca tras una buena sesión de higiene, así que los encargados de hacer pastas de dientes y enjuagues lo utilizan como reclamo publicitario. La espuma que se crea en la boca la crea el Lauril sulfato de sodio, un agente que podemos encontrar en la mayoría de productos de higiene y que, en el caso de nuestra boca, también provoca cambios en nuestros receptores sumiéndolos en un adormecimiento que altera los sabores.
El pestazo a mofeta provocado por los espárragos
Puede que tú seas uno de los afortunados que por razones genéticas no produces las mismas sustancias que el resto o que tu espectro olfativo ni siquiera lo perciba, pero para el resto de los mortales el olor de la orina tras ingerir espárragos es un auténtico fastidio.
Los espárragos no huelen así, de lo contrario no se los comería nadie, pero contienen ácido asparagúsico, que al entrar en estado de metabolización en nuestro cuerpo produce metanetiol. Este es el responsable del mal olor de nuestra boca o el de las flatulencias, pero también el componente que se inyecta en el gas butano para detectar posibles fugas, y al desecharlo por la orina se produce ese olor tan característico.