No vivimos tiempos de consensos, pero hay algo en lo que parece que casi todo el mundo está de acuerdo: "2016 ha sido una mierda". Sobre todo, si hablamos de celebridades. Tanto que ya lo apodan como "el año más cruel". Según El País, que ha hecho la cuenta, este año han muerto 74 personalidades, muy por encima de los cincuenta y tantos de años anteriores.
Pero yo, por más que me esfuerzo, no veo qué hay de malo en esto. Sí, reconozco que es normal sentirnos tristes cuando muere alguien a quien admirábamos. Pero, más allá de esa tristeza momentánea y sin desearle mal a nadie, que se mueran (o que se jubilen) grandes músicos, actores excelentes, científicos brillantes y escritores alucinantes no es una mala noticia. Al contrario, puede ser esencial para la evolución de la ciencia y la cultura.
¿Cómo evolucionan las artes y las ciencias?
Max Planck, uno de los grandes de la física cuántica, escribió en su autobiografía una frase que refleja, con precisión y algo de humor negro, esta aparente paradoja: "la ciencia no avanza por convencimiento de los oponentes, sino por la muerte de ellos".
Y lo que dice Planck de la ciencia, podría decirse, por analogía, de las distintas artes creativas. Sí, estamos hablando de fenómenos diferentes, pero ni los nuevos estilos musicales surgen convenciendo a las grandes estrellas de que cambien su música, ni las nuevas generaciones poéticas evolucionan de las reflexiones de senectud de los poetas viejos. Al menos a simple vista, con sus casos particulares (que los hay), la evolución de todos los campos creativos tiene un importante factor biológico que, nos pongamos como nos pongamos, está ahí.
Eso quiere decir que, si el principio de Planck es cierto, la muerte (o jubilación) de estrellas en activo puede ser un acicate para la evolución artística, cultural y científica de la sociedad. O sea, que más allá del sentimiento de pérdida que nos deja la muerte de un mito o un referente, también nos deja la oportunidad de dar un paso más allá.
En el fondo, se trata de reflexionar sobre si la ausencia de personalidades consagradas tienen un impacto negativo en el conjunto de la sociedad o, si además de ese impacto negativo, juega un papel significativo de cara al futuro.
Pero, ¿Planck llevaba razón?
Los más curioso es que, según parece, el principio de Planck no es sólo un chascarrillo. En 2015, un equipo de la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos realizó un estudio sobre si, como explicaban en el propio título, la ciencia avanza funeral a funeral.
Efectivamente, la idea se ha testado en la ciencia por ser el ámbito sobre el que habló Planck; pero también porque es la única disciplina en la que las bases de datos son lo suficientemente precisas (no sólo en cantidad, sino en calidad) como para poder evaluar el impacto de la muerte de "estrellas" en activo.
El equipo seleccionó a 12.935 científicos de élite en todo el mundo. La clasificación se hizo atendiendo a criterios que valdrían para cualquiera de los ámbitos de los que estamos hablando: la cantidad de dinero conseguían, el número de publicaciones o patentes, los reconocimientos institucionales y otros factores asociados.
De todos ellos, 452 investigadores habían muerto antes de su jubilación. La intención del equipo era ver cómo esas muertes habían influido en el campo en el que investigaban. Algo relativamente similar a lo que sería estudiar cómo afecta la muerte de una estrella musical al subgénero en el que se inscribía.
Para ello, los investigadores examinaron cómo evolucionó la carrera de las personas que habían (o no) colaborado con esos 452 científicos de élite. Los resultados fueron curiosos: efectivamente, la relevancia científica de los colaboradores comenzaba a decaer, mientras que los investigadores independientes de media crecían en impacto y relevancia.
Es decir, los datos apoyan la idea de que, en términos generales, la ciencia sí avanza funeral a funeral. Los científicos de élite siguen atrayendo credibilidad, financiación y poder incluso cuando sus ideas dejan de ser relevantes.
¿Es posible que 2016 sea, al final, lo mejor que nos ha podido pasar?
No, no creo que se pueda decir que 2016 sea "lo mejor que nos ha pasado"; pero, en la medida en que este análisis se pueda extender a la cultura, 2016 no solo será un año triste (que lo será), sino la antesala de un mundo cultural y científico nuevo, más rico y más dinámico.
Al fin y al cabo, los grandes artistas también siguen atrayendo recursos financieros, credibilidad y poder mucho después de que sus planteamientos creativos estén desfasados artísticamente hablando. Es decir, no es difícil ver la analogía entre la ciencia y las artes en este tema: una vez pasado "su momento creativo", la persistencia de las estrellas está frenando el futuro.
No es cuestión de sacar el fusil e ir eliminando estrellas, científicos y artistas; ni tampoco propongo celebrar como si no hubiera un mañana cada muerte del mundo del arte y la cultura. Es más bien una excusa para repensar el sistema cultural en el que nos movemos y encarar 2017 para que pese menos la nostalgia de lo que fue, que la potencia de lo que está por venir.
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