Prescindir de los hombres y amar a las mujeres: qué es el lesbianismo político que defiende Beatriz Gimeno

Beatriz Gimeno es uno de los referentes intelectuales en activo más importante del feminismo español. También es una persona que ha desarrollado un corpus teórico radical, en el sentido originario de la palabra. Irene Montero la ha nombrado como la nueva directora del Instituto de la Mujer, y ahora se están dando a conocer algunas de sus ideas más provocadoras, lo que nos está dejando algunos titulares en prensa de lo más estrambóticos.

Una de estas ideas defendidas por la teórica es el lesbianismo político, o dicho en una sola frase, que las mujeres pueden (y tal vez deban) elegir su modelo sexual y amoroso. Que para combatir con mayor eficacia a las opresiones del patriarcado el modelo de vida lesbiano es su mejor alternativa. En esto consiste la propuesta:

Lo primero, su marco. Este no es otro que el análisis construccionista radical de la sexualidad ampliamente debatido y defendido por las feministas de los años 60 y 70, de la segunda ola, y cuya teoría está en muchos casos en contundente disputa con la teoría feminista queer de la tercera ola.

Lo segundo, su historia. Como explica la misma Gimeno en Sexualidades en tránsito. Una aproximación política al lesbianismo, las lesbianas han existido siempre. Lesbiana es para esta teoría una palabra con una carga diferente a la que tenemos asociada a día de hoy, siendo el lesbianismo ese tipo de disidencia social y sexual que practicaban algunas mujeres decidiendo, por ejemplo, no casarse, aunque ello implicase todo tipo de penalidades. “En muchas ocasiones el espacio de la lesbiana no ha sido sino el lugar reservado al castigo en el que la sociedad patriarcal colocaba a determinadas mujeres que no se ajustaban tan bien como debieran al rol femenino”, cuenta.

La heterosexualidad obligatoria

Isabel Serra y Beatriz Gimeno

Este es el sustrato esencial del lesbianismo político, la creencia de que el régimen heterosexual ha sido impuesto y obligatorio. Ideológicamente muy prodigado por todas las religiones, pero también instrumento esencial del capitalismo (hay toda una rama del feminismo que analiza cómo la creación de la división público-privada está directamente relacionada con la consolidación del patriarcado moderno).

La heterosexualidad es así la muestra última del sometimiento de la mujer, la consolidación del régimen en el que ellas son el sujeto perdedor frente a los varones. La obligación a casarse y tener hijos, no ser sujeto de derecho propio y no poder trabajar o tener una cuenta bancaria… e incluso en última instancia y llegando hasta nuestros días recibir la pajita corta en el cuidado psicológico, teniendo las mujeres que hacerse cargo muchas veces en pareja de esos trabajos emocionales invisibles.

Solución: hacerse lesbiana, bien desde el punto de vista afectivo (contrayendo relaciones amorosas y sexuales con otras mujeres) o bien sin consumar pero como disidencia social contra la heterosexualidad. En cualquier caso, no amar de forma romántica ni tener sexo con hombres.

Esta es la elección que ha tomado Gimeno para su vida personal, así como otras compañeras del movimiento. De hecho el lesbianismo político (y por tanto mujeres lesbianas que defienden que viven su sexualidad como una opción política) tuvo un pequeño boom en los 60 y 70, mientras que es una corriente casi extinta en el feminismo actual. Muchas jóvenes de hoy sienten que esa brecha de desigualdad de género en las parejas heterosexuales no es tan acuciante como hace medio siglo, con lo que este activismo lesbiano parece una opción menos subversiva y atractiva que entonces.

Pero, ¿la sexualidad no se elige, no?

He aquí el quid de la cuestión. Históricamente el feminismo siempre ha tratado la cuestión sexual y amorosa como parte del conflicto político, y ha repensado la construcción social que hemos hecho de la misma.

Cuenta Gimeno que el sistema, concretamente el neoliberalismo, ha ido “despolitizando el régimen de nuestro deseo”, y que la lucha por los derechos de los homosexuales ha contribuido sin querer a esto mismo. Que se ha defendido la homosexualidad basándonos en que no podemos elegir a quién deseamos o a quién queremos y que hacerlo así es un error.

El origen de este giro es, según Gimeno, el interés de la comunidad gay masculina de despatologizar su opción sexual pero sin perder por el camino sus privilegios como varones. Es decir, que para un hombre gay decir que el deseo sexual es incontrolable ayuda a combatir su discriminación, pero deja en la estacada a las mujeres manteniendo intacto el resto del régimen (los hombres copan los puestos de poder y de éxito social, se les supone más capacidad de liderazgo y valía, etc). Y de ahí que, si en los años 60 se hablaba de “opción” sexual, los derechos LGTB han ido cambiando este concepto al de “orientación” sexual, como si fuese una dimensión incontrolable o inmodificable.

Como decíamos, si según estas ideas la sexualidad es modificable puede chocar con algunos de los supuestos avances de los derechos de los homosexuales. ¿No es esto reconocer que las terapias de conversión sexual pueden funcionar? Según Gimeno no es así porque, según sus ideas, todas las mujeres nacen bisexuales y tienen un deseo más fluido (como demuestran algunos estudios como los de Kinsey) que el de los varones.

Esto puede ocurrir porque a los hombres se les ha socializado para conceder más importancia a los factores biológicos a la hora de escoger a sus compañeras sexuales (de ahí que a ellos les suela importar más el físico que a ellas) que a las mujeres, pero también porque el deseo femenino no ha sido importante hasta una época muy reciente.

¿Por qué no importaba el deseo femenino y sí se perseguía la homosexualidad masculina? Porque los hombres podían trabajar y actuar en sociedad si nadie les paraba los pues, mientras que las mujeres, sin alternativas de sustento propio, tenían sí o sí que casarse y pasar por el aro de la heterosexualidad obligatoria. Todo cambió con la incorporación de la mujer al trabajo.

Desde el punto de vista científico, las investigaciones a día de hoy coinciden en que sí existe un componente hereditario de la homosexualidad. Pero los estudios más recientes indican que, aunque la genética influye, no determina la orientación sexual.

¿Quiere el Instituto de la Mujer que las mujeres abandonen a los hombres y se lancen al lesbianismo?

Técnicamente este histórico organismo, entre cuyas funciones está el de la creación de políticas públicas a nivel autonómico y local a favor de la igualdad, podría hacer una campaña de sensibilización y predicamento de la teoría del lesbianismo político. Pero parece raro que vaya a ser así. En realidad, la difusión de este precepto ahora ha venido de la mano de medios críticos con el feminismo radical que han hecho un trabajo de hemeroteca con algunas de las ideas más radicales de la autora ahora que va a dirigir el instituto.

Sirva como respuesta esta cita de Gimeno en una entrevista a Playground de hace dos años:

A mí no me gusta hablar de esto [lesbianismo político]. Nos tachan de feminazis, radicales, odia-hombres. Yo no me quiero erigir como la portavoz de nada. Ni digo que todas las mujeres tengan que ser lesbianas. Ni digo que no pueda haber hombres feministas. No estamos diciendo que haya que exterminar a los hombres, en absoluto. Esto es solo es una opción más, como tantas otras, y que puede funcionar a algunas mujeres.

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