Cuando Jamal Khashoggi abandonó Arabia Saudí en septiembre de 2017 lo hizo convencido de que sólo el exilio podría salvarle de las represalias gubernamentales. Estuvo en lo cierto durante un año, hasta que el pasado 2 de octubre decidió entrar en el consulado saudí en Estambul para dar carpetazo definitivo a su divorcio. Seis días después, nadie ha vuelto a ver a Khashoggi. Arabia Saudí afirma que salió por su propio pie. Y el resto del mundo lo duda mucho.
¿Qué pasa? Que Jamal Khashoggi, probablemente, está muerto. Lo creen sus familiares y los numerosos disidentes saudíes. Y lo afirma Turquía, tras días de silencio e incertidumbre. Diversas fuentes gubernamentales turcas afirman que Khashoggi fue torturado, asesinado y quizá desmembrado en las oficinas consulares. Los saudíes, más tarde, habrían transportado su cadáver en una furgoneta negra a la que Ankara sigue la pista a día de hoy.
Recep Tayyip Erdoğan aún no ha acusado formalmente a Arabia Saudí de asesinar a Khashoggi, pero sí ha exigido explicaciones. Si Khashoggi salió por su propio pie, como indica el consulado, habría grabaciones. Si formalizó su divorcio, habría papeles. Si entró en las oficinas y tuvo algún contacto oficial, habría registros. Hasta el momento, el gobierno de Riyadh ha sido incapaz de producir prueba alguna que demuestre su versión. Por lo que sólo queda una opción.
¿Por qué? Khashoggi era un conocido periodista, muy vocal en su oposición al régimen encabezado por Mohammad Bin Salman. Escribía de forma habitual en The Washington Post, había vivido durante casi un año en Estados Unidos y contaba con prestigio internacional. Para MBS eran condiciones inaceptables. Su gobierno se ha caracterizado por endurecer la represión interna y, ahora, al parecer, también externa. Khashoggi se creía a salvo en suelo turco. No lo estaba.
Antecedentes. La tendencia es inquietante. Durante los últimos meses, las acciones represivas de Riyadh han cruzado fronteras. Una disidente, por ejemplo, fue detenida en Emiratos Árabes Unidas y enviada de vuelta a Arabia Saudí en un avión (para terminar en prisión). Cuando un estudiante opositor residente en Canadá comenzó a publicar vídeos denunciando al gobierno de MBS, el régimen reaccionó encarcelando a sus hermanos y amigos.
En uno de los conflictos diplomáticos más extraños de los últimos años, Arabia Saudí cortó lazos comerciales y diplomáticos con Canadá cuando el gobierno de Trudeau expresó su apoyo a los derechos humanos y censuró las detenciones de algunos activistas ordenadas por Riyadh. Hace un año, Arabia Saudí secuestró al primer ministro del Líbano, logró su dimisión bajo coerción y ordenó a sus civiles que abandonaran el país. Khashoggi es el último ejemplo.
Consecuencias. Es incierto hasta dónde llegará la investigación de Erdoğan. Donald Trump disfruta de buenas relaciones con MBS, pero ha expresado su preocupación ante el posible asesinato del periodista saudí. Para Turquía, la acción de Arabia Saudí (un grupo de quince saudíes habrían llegado al país en dos vuelos distintos el día previo a la desaparición de Khashoggi y todos habrían entrado en el consulado) representa vulneración de su soberanía. Ningún país desea que otro ejecute operaciones especiales a sus espaldas en su propio suelo.
En parte, la acción de MBS ilustra parte de su debilidad interna. Pese a sus reformas modernizadoras y sus propósitos reformistas, el príncipe heredero ha necesitado de grandes purgas internas para mantenerse en el poder. Necesita mostrar músculo. Y quizá por eso haya arriesgado tanto secuestrando y ejecutando a un simple periodista en Estambul.
Imagen: Department of Defense/Flickr
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