Apenas asentada la polvareda levantada por la dimisión de Carmen Montón, el gabinete de Pedro Sánchez se enfrenta a otra crisis mediática imposible de eludir. En esta ocasión el protagonismo corre a cuenta de la ministra de Justicia, Dolores Delgado, por su posible implicación en la Operación Tándem (dirigida contra el comisario Villarejo) y muy especialmente por las grabaciones realizadas por Villarejo en una comida informal con la hoy ministra, en 2009, y filtradas por un portal digital.
¿Qué pasa? Por un lado, la Operación Tándem. Según destapó El Confidencial la semana pasada, la Audiencia Nacional investiga una reunión entre Dolores Delgado y Villarejo en la que el comisario habría tratado de obtener un trato de favor para uno de sus clientes, Ángel Pérez-Maura. El encuentro habría tenido lugar en 2016, cuando Delgado ejercía de fiscal en la AN. Villarejo pretendía anular la extradición de Pérez-Maura, solicitado en Guatemala, y para ello presionó a miembros de la AN. El encuentro fue irregular: Delgado no estaba asignada al caso.
La Fiscalía de la Audiencia sigue la pista a la reunión, en su día no oficial, gracias a las anotaciones personales de Villarejo (hoy detenido, y cuyas documentaciones están siendo investigadas).
¿Y qué más? De forma paralela, el portal Moncloa.com ha publicado diversas grabaciones realizadas por Villarejo en 2009, durante una comida informal entre él mismo, Dolores Delgado, Baltasar Garzón y otros miembros de la judicatura y de la Policía Nacional. Los audios son comprometedores. Delgado habría llamado "maricón" a Grande-Marlaska, hoy ministro de Interior, y habría tanteado, junto a Garzón, la posibilidad de depurar a dos altos miembros del cuerpo.
¿Qué ha dicho? Las grabaciones eran un problema, pero manejable por el gobierno: son conversaciones privadas e informales con poco carácter vinculante o relevante. Ahora bien, las explicaciones de la ministra la han puesto en la picota: originalmente, Delgado negó conocer o haber tratado personalmente a Villarejo; más tarde, matizó: no existían contactos a nivel profesional; al poco, admitió haber coincidido en alguna reunión; y finalmente "recordó" tres encuentros con el comisario. Cuatro comunicados en semana y media, cada uno diferente.
Es decir, la ministra sí conocía a Villarejo y sí había tratado con él personalmente. Algo que choca con su primera defensa, a propósito de la supuesta reunión privada: "La actual ministra de Justicia, mientras ejerció como fiscal de la Audiencia Nacional, ni concertó ni mantuvo cita alguna con el comisario citado en la información, con el que nunca ha tenido relación de ningún tipo".
¿Dimitirá? Está por ver. El escándalo ha escalado poco a poco. Sucedió algo similar con Montón: el gobierno la defendió y terminó dimitiendo. Delgado cuenta con el respaldo momentáneo de Sánchez. PP y Cs han solicitado su renuncia y su comparecencia parlamentaria. Su relación con Villarejo, conseguidor e instrumento truculento de las llamadas "cloacas del Estado", es problemática dada la tóxica reputación del comisario y su permanente asociación a actividades ilícitas.
Delgado es la última muesca en el revolver de Villarejo, acorralado por la justicia y repleto de secretos (y grabaciones) de alto valor en el que periodistas, políticos y jueces se ven involucrados. Su problema, sin embargo, se asemeja al de Cifuentes o Montón: en su defensa, mintió.
Imagen: Víctor J Blanco/GTRES
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