Durante los años más duros de la crisis económica los trabajadores españoles experimentaron en sus carnes la aplicación práctica de un concepto hasta entonces teórico: la devaluación salarial. Era aquella una época en el que el relato de las instituciones financieras sobre la recesión española era simple. Se había vivido por encima de nuestras posibilidades. España era poco productiva (y era cierto) y sus salarios demasiado altos (discutible). Había que invertir la ecuación para competir con el resto de países y recuperar así el tejido económico.
Años después. ¿Funcionó? Hay todo un nicho macroeconómico dedicado a descifrar la cuestión, así como opiniones para todos los gustos. Lo cierto es que la fórmula invirtió en la relación entre productividad y salarios. Lo ilustra este breve trabajo publicado por Social Europe, un grupo de investigadores sociales dedicados a analizar diversos aspectos económicos de Europa. En él se compara qué ha sucedido con la productividad y los salarios en los cuatro grandes países de la Unión.
Para el caso español, ninguna sorpresa:
En cifras. Hasta 2008, productividad y salarios fueron de la mano. Su crecimiento siempre fue paralelo, excepto en los años inmediatamente previos a la crisis, cuando los dos sectores que impulsaban el crecimiento del país eran la construcción (de moderado impacto en la productividad) y las finanzas (ganancias de capital). La recesión hundió los salarios y desde entonces no se han recuperado. En función de la métrica que escojamos, España no ha regresado a los sueldos pre-2008 o sólo lo ha hecho muy recientemente. Es una década perdida.
Sucede que en el camino a) la productividad ha seguido creciendo y b) el PIB se ha recuperado de forma exponencial a partir de 2013. Nada de esto ha tenido un impacto en los salarios (devaluados). Los españoles son uno de los europeos que más poder adquisitivo han perdido.
Otros casos. No es algo exclusivo de España. Europa lleva viviendo un proceso similar desde principios de siglo. Entre 1999 y 2017 la productividad ha aumentado casi un 20%, mientras que los salarios apenas lo han hecho un 10%. Año a año se produce un 1,2% más, pero sólo se gana un 0,7% más. Hay grandes divergencias entre los países. Francia es el gran estado europeo que mejor ha acompasado ambos datos; Alemania, en cambio, ha aumentado su productividad un 16% y su PIB per cápita un 18% desde principios de siglo... Y los salarios han seguido igual.
Viene de lejos. Esta dinámica (producir más, ganar comparativamente menos) ha afectado a todas las economías desarrolladas y se puede trazar en su origen a mediados de los años setenta. He aquí un gráfico ilustrativo. Occidente lleva décadas sumergido en un gran estancamiento salarial para el que hay un sinfín de teorías (desde la automatización hasta la deslocalización de empleos industriales bien pagados, sustituidos por otros precarios y temporales) y pocas soluciones. En la práctica sabemos que la economía genera más dinero... Pero que lo reparte peor.
Más difícil. En el camino la economía se ha polarizado. Como analizamos en su momento, España está generando hoy más empleos altamente cualificados y remunerados que nunca, pero también muchísimo empleo precario. El sueldo mediano, la clase media de la que se alimentaba el sistema para sobrevivir, está desapareciendo. Esta polarización ha hecho que acceder a las capas más altas de la sociedad sea muy lucrativo pero que quienes se quedan fuera, quienes no lo consiguen, sólo tengan a mano empleos inestables y muy mal remunerados.
¿Temporalidad? Porque sí, esta es otra historia de desigualdad. No sólo versa sobre cuánto ganamos sino cuánto y cómo trabajamos. Un reciente reportaje de El Confidencial arroja algo de luz al respecto. ¿El mejor predictor de la pobreza en España? La frecuencia del trabajo. En los deciles más bajos el contrato "indefinido a tiempo completo" es el menos habitual (por debajo del 50% de los trabajadores) frente a los temporales a tiempo parcial (44% y 16%) o el indefinido a tiempo parcial (50% y 20%). Cuanto más ascendemos en las capas de población más rica, más aumenta el % de "contratos indefinidos a tiempo parcial".
Este es uno de los argumentos que esbozan los escépticos del SMI como herramienta niveladora en España. Y tienen parte de razón. España arrastra un problema histórico de temporalidad (la gente trabaja menos de lo que desearía, y por tanto cobra menos). Pero no es que los empleos sean temporales y erráticos... Es que pagan muy poco dinero. Menos de lo que la gente necesita. Un estancamiento prolongado ya una década en el tiempo y que no ha variado pese a la mejoría de la economía.
Imagen: José Antonio Gallego
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