Desde un primer vistazo, es la evidencia de que estamos retrocediendo en el tiempo: la periodista y crítica cultural Judith Shulevitz ha explicado esta misma semana cómo ella y sus colegas del ramo llevan un tiempo percibiendo un cambio editorial. Ahora Simon & Schuster, HarperCollins y Penguin Random House, entre otras, incluyen en sus contratos estándar una nueva cláusula que pone en aprietos a los propios escritores. También Condé Nast la está aplicando para sus colaboradores periodistas.
Qué implica la “cláusula moral”: que "en el momento en que salga a la luz una conducta del autor, pasada o futura, que no concuerde con la reputación del autor en el momento en que se firma el contrato y que conlleve una condena pública generalizada y sostenida del autor que disminuya sustancialmente el potencial de ventas de la obra" se podrá extinguir el acuerdo e incluso pedir la devolución del pago de la editora al escritor.
Protegerse del MeToo: en esencia lo que se lee es una respuesta a los linchamientos de medios y redes sociales. El mundillo literario anglosajón lo ha vivido de cerca con dos casos sonados, Sherman Alexie y Junot Díaz. Ganadores de multitud de premios, entre ellos el Pulitzer, y respetadísimos, fueron acusados por distintas mujeres de distintos comportamientos inapropiados, desde la humillación verbal pública hasta tocamientos fortuitos y besos forzados. Nada de esto ha tenido consecuencias profesionales para los acusados al nivel de otros casos hollywoodienses, pero ha caldeado mucho el ambiente y ha conllevado la eliminación de sus libros de librerías y colegios concretos.
El ejemplo Milo Yiannopoulos: como explica la periodista, en el futuro será muy difícil medir los efectos de esta cláusula, ya que sólo se sabrá si el escritor afectado intenta recurrir en los tribunales y se hace explícito que se rompió el contrato por este epígrafe y no por otros, como solía pasar. Sí hay un antecedente conocido: Simon & Schuster canceló su contrato de publicación del siguiente libro de Milo Yiannopoulos, el chico malo de la extrema derecha, después de recibir una oleada de críticas al hacer unas declaraciones en las que defendía la pedofilia.
Y llegaron las críticas: como han expresado muchos autores, se trata de una cláusula que les corta las alas discursivas en su vida personal. Entre otros Ursula K. Le Guin, autora de La mano izquierda de la oscuridad, dedicó un texto mordaz a su editorial al descubrir que ella también estaba sujeta a esta norma. El miedo es si estos puntos podrán causar la extinción del futuro profesional de alguien por el mero hecho de que varias personas vociferen en Twitter por algún comentario desafortunado pero irrelevante que hayan hecho fuera del ámbito laboral.
Tan viejo como el estrellato: el cine, la televisión, la publicidad o los deportes son ámbitos en los que estas cláusulas están de plena vigencia desde hace décadas. Hay casos incluso especialmente abusivos, como en los grupos musicales japoneses o coreanos en los que las (mayormente) chicas deben permanecer solteras y con un comportamiento público impecable bajo pena de reprobación social y laboral. Como explican los juristas, al final lo que compras de estas personalidades es en muchos casos su reputación, una idea sujeta a la moral de cada tiempo que, en vista de los recientes casos, está cambiando enormemente.