Dos objetos se han apoderado de las ciudades del mundo durante los dos últimos años: las bicicletas y los patinetes eléctricos. Su éxito, al menos desde un punto de vista visual, es incontestable. Aparecen allá donde se alce la vista. Hasta ahora, han convivido como elementos marginales junto a otras formas más populares de movilidad, como el coche o el autobús, ¿pero pueden revertir para siempre la forma en la que nos desplazamos en la ciudad?
Hay quien cree que sí.
El estudio. Un análisis elaborado por McKinsey & Company prevé que para 2030 alrededor del 40% del tráfico rodado de una ciudad cualquiera podría haber sido sustituido por el empleo de alternativas de "micromovilidad", es decir, de las bicicletas y los patinetes compartidos. Su caso de estudio es Múnich, donde diversas empresas han introducido sus patinetes a lo largo del último año. Con cierto éxito.
Cifras. En base a los patrones de consumo y a los planes del gobierno municipal, volcado en la promoción de alternativas al coche, McKinsey cree que para 2030 alrededor de 250 millones de movimientos intraurbanos podrían realizarse a lomos de una bicicleta o de un patinete eléctrico. En su escenarios más pesimista, la micromovilidad podría representar en torno al 8% o al 10% de desplazamientos diarios, una multiplicación exponencial de su actual porcentaje (menos del 0,1%).
Salir del nicho. Es, lógicamente, una previsión. ¿Una que tiene posibilidades de transformarse en una realidad? Depende. Múnich es un caso bastante extremo para los estándares europeos. En torno al 60% de los desplazamientos diarios se hacen mediante coches. El transporte público se lleva en torno al 30% o al 40%, mientras que el uso de la bicicleta o de los dos pies no supera el 15% en el mejor de los casos.
Son porcentajes modestos en comparación con Ámsterdam o Copenhague, donde la bicicleta supera el 30%, o cualquier ciudad española, donde caminar se eleva por encima del 40%.
¿Mejor? El apogeo de la micromovilidad (aparatos eléctricos, no propiedad de cada individuo, compartidos, utilizados puntualmente), según el informe, tendría al menos una consecuencia positiva: unas 80.000 toneladas de CO2 ahorradas al medio ambiente, el equivalente a la huella anual de unos 15.000 alemanes. En un contexto de alta presión para reducir las emisiones en Europa, sería un recorte sustancial.
Problemas. ¿Pero será así? Hay motivos para creer lo contrario. La micromovilidad a día de hoy y en las ciudades donde lleva más tiempo instalada tiene un problema: no sustituye al coche. Funciona como herramienta para el-último-kilómetro, desplazamientos muy cortos que antes se hacían, sobre todo, caminando. O al transporte público. Sólo en países muy dependientes del coche, como Estados Unidos, los patinetes se llevan más de un tercio de los conductores.
Futuro. En Europa, con ciudades más malladas y menos centradas en el vehículo privado, la historia es distinta. Los pocos estudios realizados, como este en torno a Bruselas, calculan que sólo el 25% de los usuarios de patinetes lo emplean en lugar del coche. El 75% lo sustituyen por el metro, el bus o la bicicleta. Es decir, incumple la premisa de reducción de emisiones al tener un impacto marginal en los conductores.
Es pronto, en cualquier caso, para establecer grandes lecturas. El éxito de empresas como Lime apunta a cierto nicho de mercado que sí podría transformarse en algo mayoritario. Las ciudades tienen hambre de alternativas eléctricas y compartidas. Pero el peso del coche y de las costumbres adquiridas, junto a un urbanismo aún favorable, siguen pesando demasiado.
Imagen: Metro Portland
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