Así que pensé, "Bien, si Batman existiese realmente en el mundo real probablemente estaría un poco loco. No tendría tiempo para tener novia, amigos o cualquier tipo de vida social, porque le guiaría una fuerza irresistible de venganza contra los criminales… Vestido como un murciélago por alguna extraña razón. Tampoco tendría mucho cuidado de su higiene personal. Lo más probable es que oliese mal. También comería alubias directamente del bote. No hablaría con mucha gente y su voz se habría ido volviendo rara por el desuso. Su fraseología nos resultaría extraña".
Quise que él [Rorschach] fuese una versión de ‘esta es la pinta que tendría Batman en el mundo real’. Pero pasé por alto que, de hecho, para muchos seguidores de los cómics, "oler mal" y "no tener novia"… ¡Son condiciones casi heroicas! Y así fue cómo Rorschach se convirtió en el personaje más popular de Watchmen. Le creé como figura que diese un mal ejemplo, pero ahora tengo a gente que me para por la calle y me dice "YO SOY Rorschach, y esa es MI historia", y pienso: "Ey, fantástico. Oye, perdona, ¿puedes por favor dejarme en paz y no volver a cruzarte conmigo hasta el final de mis días?".
Es un extracto de una entrevista de 2008 para el medio Street Law Productions que ha circulado estos días en Twitter, probablemente reflotado a raíz de la reciente emisión de la nueva adaptación de HBO de la novela gráfica más conocida de todos los tiempos. Alan Moore, guionista de Watchmen, verbalizaba una de las situaciones más incómodas que se ha producido a lo largo de los años por la incorrecta (o no, quién sabe) lectura popularizada de las implicaciones morales del “héroe” enmascarado.
El héroe maniqueo de ida y vuelta
Cuenta Moore entonces que Rorschach surgió como materialización realista del clásico justiciero de Gotham, dejando en evidencia el implícito fascismo de tomarse la justicia por su mano que mueve a todos los superhéroes (no por nada se considera que Watchmen representa el culmen de la maduración del género superheróico).
Pero el protagonista de la saga es también algo más: una crítica al historietista Steve Ditko (junto con Jack Kirby y Stan Lee padre de los cómics Marvel), a Ayn Rand y al absolutismo moral. Porque Walter Kovacs, pues así se llama el vigilante dentro del cómic de Moore, es también una parodia de Mr. A y en menor medida The Question, dos figuras ditkonianas movidas por un egocéntrico sentido de la justicia y una supuesta incorruptibilidad de sus ideales que se parece mucho al fundamentalismo.
Tan adentro llevaba Moore la aversión al arquetipo de Ditko que, aunque se trate de una novela superheróica coral, su patético (en ambos sentidos de la acepción) detective es el eje central de la novela, siendo el que más espacio ocupa para su desarrollo como personaje. Su figura y la interpretación que hagamos de él tiene casi la misma importancia que haber leído correctamente el cómic en sí. Y otra anécdota: Moore le dedicó a Mr. A, ese predecesor de Rorschach, la letra de una canción para su banda de rock, The Emperors of Ice Cream:
Ditko simpatizaba con las ideas de Ayn Rand y el objetivismo, corriente de pensamiento ultraliberal en lo económico y rigorista en su planteamiento de lo moral y lo jurídico. Las cosas sólo pueden ser o blancas o negras, y aquel que habla de zonas grises sólo está justificando su traición al Bien.
Si todos fuésemos racionalmente egoístas, dice esta corriente, y el mercado fuese absolutamente libre, alcanzaríamos la utopía. El problema es que muchos se dejan llevar por ideas emocionales y de comunidad y el mercado está coartado, con lo que el sistema está truncado. De ahí que los textos de Ditko y Rand sean una especie de Biblia de la integridad (integrismo) superheróica: los héroes de sus libros y cómics sólo son idealistas que viven sin corromper sus ideas (es decir, sin permitir que nadie cuestione jamás su juicio o sus motivaciones) hasta el final, algo que, a ojos de sus creadores, también les confiere un halo romántico y fatalista: son muchas veces reflejados como víctimas de un sistema que no llega a entenderles.
La ironía de esta peineta narrativa de Moore contra Ditko es que, al nutrir con ambigüedad y riqueza narrativa al personaje al traspasarlo a su famosa gran obra, facilitó también otra lectura de Rorschach descrita aquí a la perfección por un forero de Reddit, que demuestra por qué, pese a ser una crítica, también ha sido reapropiado y alabado por muchos:
El contraste entre quien parece ser, un perdedor de primera, y ese que es capaz de ser gracias a sus decisiones vitales, nos da una lección sobre lo que es verdaderamente el heroísmo. Es la mejor representación porque no recibe ningún premio o reconocimiento por parte de los demás, de hecho es odiado por el pueblo en su persecución vital de la “justicia”, que las cosas que más amamos de los superhéroes se hacen más distinguibles y sobresalientes en él. Y es que, en realidad, él apenas cree en la justicia, sino en el espíritu de perseguirla por el hecho de hacerlo.
Su pesimismo, mezclado con su deseo por seguir luchando pase lo que pase es liberador porque, al contrario que muchos héroes, él no ve el futuro como algo por lo que merezca la pena luchar y tampoco se rige por un código de conducta complicado. Simplemente sabe quién es, lo que cree, y no pretende ser ningún tipo de símbolo de esperanza.
Es decir, que tal vez por darle una tridimensionalidad, o porque Watchmen se ha convertido en un cómic mucho más relevante que los famosos tebeos de Dikto, le ha dado un escaparate a la ideología objetivista y al modelo de héroe randiano que posiblemente no habría ganado de otra forma, y de ahí que Rorschach siga siendo décadas después uno de los rolemodels y cosplays más famosos del mundo friki, con cientos de jóvenes enamorados de su mitología.
Cómo el Watchmen de Lindelof ha jugado con el legado de Rorschach (para dejarlo como estaba)
Comparemos el antes con el después. En el cómic original, por ejemplo, cuando conocimos al hombre detrás de la máscara, ese joven descarriado que era vigilado y evaluado por las autoridades (como se evidencia en la secuencia en la que le hacen pasar los famosos tests de las manchas), nuestro Rorschach era capaz de producir el discurso que sabía que querían oír, mintiendo sobre cómo él veía realmente esa realidad abstracta.
En la nueva versión de Lindelof la representación de este antihéroe ha transmutado en el detective policial Looking Glass (Tim Blake Nelson), agente encapuchado gubernamental de un pueblo que va revelándose cada vez más totalitarista e intransigente con la racista white trash americana y cuyo trabajo consiste en manejar una cabina psicoanalítica que, en teoría, es un detector de mentiras capaz de despertar los subliminales sentimientos subversivos de los sospechosos. Una premisa muy similar a las supuestas ciencias del comportamiento criminal nacidas en los años 70, cuya credibilidad científica ha sido puesta múltiples veces en entredicho.
Así que, como vemos, este personaje es su negativo fotográfico: de una máscara en blanco y negro, símbolo de unos códigos morales maniqueos, a un gigantesco lienzo-espejo-significante vacío donde su interlocutor se ve reflejado a sí mismo sin recibir ni una pista de quién o qué piensa el que está detrás de esa careta.
Donde Rorschach era la figura trágica producida por una sociedad que le intentaba someter y que despertaba nuestra lástima y compasión, ahora Looking Glass es el engranaje de este Reloj del Juicio Final que ha perfeccionado las técnicas de avasallase psicológico y que, tests de dudosa credibilidad mediante, dice ser capaz de detectar la culpabilidad ya no material, sino ideológica de los sospechosos.
Queremos suponer que Alan Moore asentiría conforme con esta relectura del personaje. De aprobar que, pese a que vencedores y vencidos puedan intercambiar papeles en distintos puntos dentro de la gran cronología de los hechos (o los planos de realidad manejados por el Dr Manhattan), los efectos del monopolio del poder siguen siendo igual de siniestros y devastadores.
Sin embargo la relectura no queda ahí. Aunque Looking Glass sea su heredero espiritual, el mismo Rorschach también los tiene en lo terrenal. Su famoso diario, ese que en el cómic fue entregado a la prensa desmontando el complot de Ozymandias, se ha convertido en el actual mundo de Watchmen en una semilla desestabilizadora de los poderes fácticos en la psique de aquellos ciudadanos dispuestos a comprar teorías de la conspiración (más detalles sobre el contexto de qué pasó con el diario de Rorschach según HBO aquí).
Es decir, que la ironía no cesa: el diario es ahora en la serie el evangelio de ese tipo de “anónimos” pesimistas y reaccionarios que en nuestro mundo imaginaríamos dispuestos a defender la verosimilitud de QAnon, exactamente el tipo de hombres que Moore denuncia que se han apropiado de la figura del justiciero. Se tomaron la “píldora roja” y ya no se creen nada de lo que les dicen los vasallos del presidente Redford, posiblemente gracias a un mundo en el que las fake news han podido cabalgar a la velocidad del rayo. Pero, paradójicamente, nosotros como espectadores sabemos que ellos tienen razón al no creer lo que les dice el establishment.
O al menos en parte: aunque Rorschach reconoció que todo fue obra de Veidt y que había que limpiar las calles de prostitutas y delincuentes, nunca habló de una limpieza étnica como la que pretende llevar la Kaballería enmascarada. ¿O eso es acaso lo que decía subliminalmente en sus acciones, como cuando tuvo que enfrentarse dialécticamente con su enemigo gubernamental, un trabajador social negro, liberal y rico? En caso de que Rorschach no hubiese sido en el fondo racista, ¿podría acaso en el presente de esta ficción pararle los pies a sus discípulos? ¿O verían éstos su gesto como una tóxica llamada a romper su integridad?
Ditko Unleashed! (Museum Catalogue)
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario