Long Island City, en Nueva York, y Arlington, en Virginia, recibieron ayer el triunfo del milenio. Entre las dos acogerán la segunda sede estadounidense de Amazon, un premio que más de un centenar de grandes ciudades del país anhelaban. Se repartirán así los 50.000 puestos de trabajos prometidos y los ansiados 5.000 millones de dólares en forma de inversión. Ha sido una de las competiciones políticas, regionales y económicas más locas de EEUU.
¿Por qué? Por el grandioso impacto económico que una empresa como Amazon puede representar para un condado cualquiera. Amazon ha prometido sueldos medios por encima de los $150.000, lo que se traduce en una revitalización del consumo, de las industrias auxiliares, del mercado de la vivienda y de la salud económica de una ciudad cualquiera. Más trabajadores (y más ricos) son más impuestos, lo que significa mayor prosperidad.
Las condiciones. Amazon había puesto condiciones estrictas para entregar su segunda sede. Las contaron en su momento nuestros compañeros de Xataka. Más de un millón de habitantes, buenas infraestructuras y comunicaciones, buen nivel de vida (precios no muy altos) y mucho espacio para crecer. Ah, e incentivos fiscales. Long Island le ofrece más de 1.500 millones en forma de impuestos ahorrados, y Arlington alrededor de 600.
Era un aspecto importante, pero no el más importante. Nueva Jersey, a través de Newark, llegó a plantear más de 7.000 millones de dólares en ventajas fiscales. Chicago, unos 2.000, más otros 250 en cursos de formación para sus futuros trabajadores. Algunos economistas han arqueado una ceja en el proceso, cuestionando los beneficios futuros de atraer a Amazon si las ciudades apenas disfrutan de su rendimiento económico.
La loca carrera. Dio igual. Para llegar hasta aquí las ciudades estadounidenses iniciaron una loca carrera por enamorar a Jeff Bezos. Nueva York tendrá que iluminar sus principales edificios con los colores corporativos de Amazon, como prometió su alcalde; Tucson llegó a enviar un saguaro gigante a la actual sede de la compañía en Seattle; el alcalde de Kansas City reseñó más de 1.000 productos en Amazon con cinco estrellas (vendiendo su ciudad).
Birmingham (Alabama) colocó grandes cajas de la compañía en sus edificios municipales; una ciudad de Georgia ofreció cambiar su nombre directamente a Amazon; Detroit le hizo un anuncio.
La desesperación. Todas ellas ofrecían millones en forma de incentivos fiscales. Exceptuando nodos de conocimiento privilegiados, como Boston (Harvard + MIT, what else), la mayor parte de las candidaturas tenían poco más que ofrecer que dinero y espacio. Ha sido una rendición coreografiada, una que no sólo afecta a Amazon. Para muchas ciudades (deprimidas, post-industriales, repletas de trabajos poco cualificados) atraer a Amazon era una utopía.
Amazon, sin embargo, sólo tenía que elegir. Al fin y al cabo, muy pocas podían hacer otra cosa ante la segunda empresa más valiosa del país con una economía comparable a la de países enteros. Era una bicoca capaz de resucitar economías que parecían muertas. Cualquier precio a pagar era pequeño.
Imagen: Dave Sizer/Flickr
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